Por Óscar Domínguez
Muy agradecidos con los colegas del CPB por otorgarme el premio al “Mérito periodístico” que nos invita a evocar a don Guillermo Cano, el sacrificado director de El Espectador que engrandeció nuestro oficio.
Digo “muy agradecidos”, en plural, porque el premio también se lo dan a Gloria, mi señora, la mujer de todas mis vidas.Con ella he compartido las alegrías y zozobras que nos depara este destino, como lo llamaba bellamente mi madre.
El periodismo me coquetea desde cuando era voceador de periódicos en mi niñez. En el kínder de Aranjuez, en Medellín, la señorita Esilda me enseñó las ¡30! letras del alfabeto. Muy agradecido.
El maridaje de vocales y consonantes me condujo a la reportería, la joya de la corona del periodismo. Alguien dijo que los periodistas escribimos el primer borrador de la historia. En pleno reinado de la Inteligencia Artificial nos toca escribir sobre los exabruptos del hombre de las cavernas modelo 2024.
Pero aunque dan las peores noticias, los medios nos recuerdan que el mundo existe, escribió el holandés Cees Noteboom.
Modestia, apártate, pero creo haber ejercido el periodismo con ganas, respeto, ética y estética. Entiendo por ética actuar de tal forma que si tocan a mi puerta en la madrugada es el lechero, no la policía, como dijo un súbdito inglés.
La estética tiene que ver con la adecuada presentación de noticias, crónicas, entrevistas, columnas… géneros con los que me he ganado los garbanzos y he crecido espiritual y culturalmente. ¿Cómo no darle un besito de agradecimiento al periodismo?
Me inicié como patinador en Todelar-Bogotá después de un fugaz paso por la Universidad de Antioquia. Fui patinador estrella del maestro Antonio Pardo García, quien, por supuesto, ya ganó esta misma distinción. (Para los milenials de la era digital, el patinador era el mensajero de la redacción).
Dejé de triturar horarios periodísticos cuando me echaron de la agencia de noticias Colprensa, una de las audacias periodísticas creadas por Jorge Yarce, un discreto y casto hombre de letras que vive en olor de santidad.
Digo adiós compartiendo una lección de nuestro fallecido gurú periodístico, Javier Darío Retrepo, un reportero de excepción. La enseñanza es válida para quienes alguna vez escribimos en el paquidérmico télex, y para los que viven bajo el paraguas de Twitter y el wasap. Decía el “cura” Javier Darío que los “periodistas estamos condenados a ser austeros para poder ser independientes”. (Palabras para agradecer el premio del Círculo de Periodistas de Bogotá).