Por Óscar Domínguez Giraldo
El azar eligió diciembre para volverlo eternidad. Gonzalo Correa Montoya, Chalo para su red de afectos, murió en el Parque de San Antonio, en pleno centro de Medellín. Un infarto fulminante lo dejó dormido en la calle, su hábitat.
Impactó a miles con su oficio de librero. Unos confesaron que les inoculó el virus de la lectura, otros que les descubrió tal autor, no pocos que les fio equis novela o se las regaló si el bolsillo andaba exhausto, que les conseguía libro imposibles, que pertenecía a la logia de los imprescindibles, que lo visitaron en clínicas de reposo adonde iba a templar cuando se le iba la mano en vida.
Otros aportaron fotos suyas en blanco y negro, con barba o sin ella. Que no falte el retrato a color con su carreta ambulante llena de ficciones. Los vimos en compañía del pintor Mataco, con quien compartió bohemia, uno de los alias de la vida exprimida hasta el tuétano. El tal “carpe diem” que llaman.
Jairo Morales Henao lo hermana con artesanos envigadeños que leían a los poetas malditos, a Nietzsche, Víctor Hugo, leían El triunfo de la muerte, de D’Annunzio, y se acostaban en tumbas vacías, con botella de aguardiente, o de gaseosa vacía para encabar la vela y leer. Morales le agradece que le consiguiera El Cuarteto de Alejandría y En el camino, en las ediciones que soñaba: Edhasa y Losada.
No vino a aburrirse. Se gozó sus excesos. El maestro Jaime Ossaba, el eterno del ajedrez, le guardaba libros en su tipografía cuando en casa de Chalo no cabía un punto y coma más. Jaime Bedoya, de Envigado Lector, le debe su oficio de librero. “Era grande, grande” confesó con lagrimón a bordo. Su vida, no solo su casa, estaban cortazariamente tomadas por los libros.
En crónica para El Colombiano, John Saldarriaga recordó hace unos años que Chalo, nacido en Caldas, “fundó su primera librería (El Ocio) al día siguiente del asesinato de John Lennon: el 9 de diciembre de 1980”.
Le sobrevive El Ocio 2 que miman su hermano Roberto y Ángela. Hay guardianes en la heredad. Están en Instagram.
Luis Miguel Rivas, contó en crónica para Universo Centro: “La última vez que me lo encontré, en la esquina del bar Las Nubes, se detuvo y hablamos un rato, haciendo una pausa en su eterno andar de alma en pena dentro de los límites de un pueblo que nunca ha querido saber quién es él.”
El periodista Faber Cuervo escribió: “Chalo quiso ser pintor y escritor, pero fue poeta. Poeta callejero vestido con libros y austeridad. Desde niño entendió que el mejor amigo del hombre no es el perro, es el libro… El libro era para servir, para orientar, para que otros engordaran el espíritu”.
No lloramos su muerte, celebramos su vida. Paz sobre sus libros.