La migración venezolana hace que el béisbol florezca en Colombia

Jugadores del equipo Leones en el Estadio Distrital Hermes Barros Cabas de Bogotá. Foto Jaír Coll para The New York Times

Por James Wagner

Reportando desde Bogotá, Colombia

El béisbol no es popular en Colombia. Excepto en la costa caribeña, en el país predomina el fútbol. En Bogotá, la capital, la mayoría sabe muy poco de ese deporte. Y la ciudad solo tiene dos campos públicos para practicar esa disciplina.

No obstante, al visitar el Estadio Distrital Hermes Barros Cabas cualquier fin de semana, no pareciera que eso es así. En un domingo reciente, cinco grupos de niños vestidos con los uniformes de sus equipos llenaban todos los rincones del campo principal.

Los entrenadores hacían prácticas de bateo; los niños atrapaban bolas que rodaban por el campo o tiros elevados. Los padres gritaban palabras de ánimo o instrucciones. El olor a café y frituras flotaba detrás de las gradas.

Pero la mayoría de la gente no era colombiana.

De los 500 jugadores de la Liga de Béisbol de Bogotá, la gran mayoría proceden de la vecina Venezuela, donde el béisbol es el deporte más popular. Como suelen decir los venezolanos, lo llevan en la sangre.

“Dondequiera que vaya, el país que sea, yo me llevaría mi indumentaria de árbitro”, dijo el árbitro principal de la liga, Pastor Colmenares, de 50 años. Cuando se fue de Venezuela a Colombia en busca de un trabajo mejor remunerado en 2017, su única maleta iba cargada de su equipo de béisbol.

A home plate umpire crouching on the field in front of a modest grandstand whose seats are red and yellow.
“Dondequiera que vaya, el país que sea, yo me llevaría mi indumentaria de árbitro”, dijo Pastor Colmenares, un migrante venezolano que vive en Colombia. Foto Jaír Coll para The New York Times

El colapso económico y la represión política de Venezuela han creado la mayor crisis de refugiados del hemisferio occidental, y ningún país de América Latina ha recibido una mayor afluencia de migrantes venezolanos que Colombia (se calcula que son 2,9 millones en un país con una población de 52 millones de habitantes). Y ninguna ciudad colombiana ha sido un destino más popular que Bogotá (se estima que unos 600.000 venezolanos viven en esa ciudad de casi 8 millones).

Muchos venezolanos, cuyas vidas se vieron truncadas en su patria, ahora enfrentan un futuro incierto y, en algunos casos, han recibido una acogida hostil por parte de los colombianos. Para ellos, la liga es un refugio.

“Para mí, significa esperanza”, dijo Félix Ortega, de 51 años, un consultor de software que en 2018 se mudó de Venezuela a Colombia, y cuyos hijos, Sebastián, de 13 años, y Rodrigo, de 8, juegan en la liga.

“Mis hijos mantienen ese contacto con nuestra cultura”, continuó. “Pero también es un espacio de reunión para todos nosotros. Es como tener un pedazo de Venezuela aquí”.

An aerial view of an empty baseball field, with small grandstands extending down each baseline.
El estadio de béisbol en Bogotá. La gran mayoría de los 500 jugadores de la Liga de Béisbol de Bogotá son de la vecina Venezuela. Foto Jaír Coll para The New York Times

La liga, en sus diversas formas, existe desde 1945 y estaba formada sobre todo por colombianos. Pero eso cambió en los últimos años, con la llegada de más venezolanos.

“Les hemos abierto las puertas”, dijo el presidente de la liga, José Francisco Martínez Petro, que es colombiano, y añadió que los recién llegados aportan conocimientos de béisbol y han elevado el nivel de la liga.

De los nueve clubes de la liga amateur, cada uno de los cuales cuenta con varios equipos en diferentes grupos de edad a partir de los 3 años, hay uno que es claramente venezolano: los Leones. A diferencia de otros equipos que llevan el nombre de clubes de la Major League Baseball de Estados Unidos, los Leones son un guiño al equipo profesional venezolano de más éxito, del que no todos los venezolanos de Bogotá eran seguidores en su país.

“Ya aquí, no importa”, dijo Gabriel Arcos, un ingeniero de sistemas que creció alentando a un rival de los Leones en Venezuela y se mudó a Bogotá en 2016. “Puede que no le guste los Leones del Caracas pero, como yo siempre digo, estos son los Leones de Bogotá”.

Hace cuatro años, cuando Iraida Acosta asumió la presidencia de los Leones, solo había seis niños venezolanos, según dijo. Ahora, la mayoría de sus 64 jugadores son venezolanos.

Acosta, de 54 años, dejó su ciudad natal ubicada cerca de la costa caribeña de Venezuela en 2017. Se marchó junto con su hijo de 9 años para visitar a su esposo, quien había llegado a Bogotá seis meses antes para encontrar trabajo. Terminaron quedándose porque las oportunidades económicas eran mejores.

“La cultura, siendo dos países hermanos, es totalmente diferente”, dijo. Luego añadió: “Yo lloré mucho cuando llegué aquí”.

A son holding a baseball bat stands behind his mother and father. All are wearing Leones gear. A rack of baseball bats hangs in the background.
Iraida Acosta, a la derecha, con su marido, Llines Antonio Chacón, y su hijo, Juan José, en la sede del equipo de béisbol Leones, en Bogotá. Foto Jaír Coll para The New York Times

Acosta dijo que, cuando viajaba en los autobuses públicos de Bogotá, evitaba hablar para que la gente no oyera su acento. Afirmó que la gente utilizaba un término irrespetuoso para los venezolanos en Colombia y mascullaban: “Vete para tu país”.

Descubrió la liga de béisbol en Facebook, inscribió a su hijo y encontró una comunidad. Se hizo amiga de los colombianos que dirigían el club Leones, y ellos se lo cedieron a ella cuando sufrieron algunas complicaciones familiares de salud.

Otros colombianos que Acosta conoció a través del béisbol han hecho que se sienta bienvenida. El deporte, dice, les ha proporcionado un terreno común.

“Sin toda la inmigración —forzada, deseada o lo que sea— aquí no tuviéramos la calidad que tenemos ahorita en peloteros o entrenadores”, dijo Hernán Vásquez, de 36 años, un colombiano que es entrenador asistente de los Leones y cuyo hijo de 7 años juega en la liga.

Vásquez, que bromeó diciendo que ahora es venezolano por asociación porque pasa mucho tiempo con ellos, está enfadado porque muchos colombianos han señalado a los venezolanos como la fuente de los problemas de su país, como el aumento de los índices de delincuencia.

“La mayoría —el 99 por ciento de los venezolanos que yo conozco— son profesionales que vinieron a trabajar”, afirma.

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El entrenador Guerik Solórzano, de 40 años, con niños del equipo Leones que recogían pelotas durante un entrenamiento. Foto Jaír Coll para The New York Times

Colmenares se marchó de Barquisimeto, ciudad del noroeste de Venezuela, hace seis años porque sus tres trabajos —trabajador metalúrgico, árbitro y, ocasionalmente, obrero de la construcción— no le daban suficiente dinero para alimentar adecuadamente a su familia. “Cuando yo llegué, tenía la piel prácticamente pegada al hueso”, afirma.

Al principio, Colmenares dijo que tuvo dificultades para encontrar un trabajo, yendo de negocio en negocio y ofreciéndose a hacer cualquier cosa. “Habíamos muchos buscando trabajo. Se veía”, dijo. Y luego agregó que mucho le decían: “Ah, usted es venezolano. No, no, no, no, aquí no queremos nada con los venezolanos”.

Cuando finalmente consiguió trabajo como obrero metalúrgico, Colmenares fue construyendo poco a poco su vida en Bogotá. Más tarde, su mujer y su hija se reunieron con él en Colombia, mientras que otra hija y su hijo viven en Chile (aún no ha conocido a su nieta de 6 años, que nació en Chile).

Colmenares también encontró un lugar para su verdadera pasión: el arbitraje. Cuando se incorporó a la liga, solo había un árbitro venezolano. Ahora, 11 de los 12 árbitros son de su país.

“Para mí, la liga significa todo”, dijo entre lágrimas. “Luego de mi familia, es el arbitraje”.

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Colmenares quitándose el equipo de protección. “Luego de mi familia, es el arbitraje”. Foto Jaír Coll para The New York Times

Otros han encontrado un refugio similar. Cuando Arcos se marchó de Caracas hace siete años debido a la disminución de oportunidades, llegó a Bogotá por su cuenta. Empezó a trabajar, encontró un apartamento y su mujer y su hijo de 4 años llegaron tres meses después.

Pasaron solos su primer Año Nuevo en la ciudad. Durante más de dos años, la mayor parte del tiempo se quedaban en casa o exploraban Bogotá por su cuenta.

Pero un día, de camino a jugar fútbol con unos compañeros de trabajo, Arcos se topó con el campo de béisbol de la liga y la semana siguiente inscribió a su hijo. Su familia no tardó en empezar a pasar allí todos los fines de semana. Todos los invitados a las fiestas de cumpleaños de sus hijos proceden de la liga.

“Nos cambió la vida en Bogotá, por completo”, afirma Arcos, de 34 años.

Sin embargo, el béisbol no ha sido como en casa. Los padres se quejan de que la competencia para sus hijos no es tan buena como en Venezuela. La liga no siempre puede presentar un equipo en los torneos nacionales, según las autoridades, porque las normas de la Federación Colombiana de Béisbol limitan el número de jugadores extranjeros al 20 por ciento de la plantilla.

A father wearing a Mets shirt crouches with a bat in his hands. His son adopts a similar pose. Between them, the boy’s mother stands behind a baby carriage with an infant riding inside.
Gabriel Arcos, a la izquierda, con su esposa, Rutmary Gómez, y sus hijos Tomás Arcos, de 11 meses, y Sebastián Arcos, de 11 años. Foto Jaír Coll para The New York Times

Y, a diferencia de Venezuela donde hay campos de béisbol por todas partes, el estadio de la liga de Bogotá está en el centro de una ciudad atascada por el tráfico, y llegar hasta las instalaciones puede tomar más de una hora de ida y otra de vuelta.

Cuando Suleibi Romero González no puede llevar a su hijo Darvish, de 11 años, a los entrenamientos o a los partidos porque está ocupada atendiendo su restaurante venezolano, ella y otra madre se turnan para llevar a los niños al campo.

Romero, de 37 años y madre separada con tres hijos, llegó a Bogotá en 2017 y luego trajo a su familia. A ella, y a quien era su marido, les encantaba el béisbol y querían que su hijo mayor siguiera jugando.

“Nos benefició porque es el grupo que vienen desde los cinco años jugando juntos”, dijo.

Aunque muchos venezolanos se marchan de Colombia a Estados Unidos, la liga de béisbol sigue siendo un nexo para la diáspora venezolana. Acosta dijo que las familias que aún no han salido de Venezuela se comunican regularmente a través de las redes sociales. Explicó que, en los mensajes, la gente suele decir: “Hola, necesito información. Yo voy pronto a Colombia y quiero que mi hijo se integre a jugar allá”.

A boy of 11 sits on a bed, putting on his cleats. His little brother holds up a bat behind him as their mother looks on.
Suleibi Romero González con su hijo Darvish Samuel López, de 11 años, quien se ponía el uniforme de béisbol de Leones mientras su hermano pequeño Drexerth, de 3 años, sostenía un bate. Foto Jaír Coll para The New York Times

Adicionalmente la edición semanal del Times trae una entrevista de la editora para América Latina, Elda Cantú, con el autor de la crónica, James Wagner, sobre la percepción que tuvo de la practica deportiva por migrantes venezolanos de todas las edades y su integración social en diferentes países latinoamericanos.

Por Elda CantúSenior News Editor, Latin America
Más allá de su costa caribeña, Colombia no es un país aficionado al béisbol. Sin embargo, Bogotá vive un florecimiento beisbolístico impulsado por la llegada de migrantes venezolanos. James Wagner, corresponsal del Times radicado en Ciudad de México, escribió recientemente sobre ese auge. Hace unos días hablé con él para que me contara sobre las repercusiones de la migración en el deporte.
A continuación, presentamos nuestra conversación condensada y editada por espacio.
Jugadores del equipo Leones en el Estadio Distrital Hermes Barros Cabas de Bogotá.Jaír Coll para The New York Times
Elda Cantú: ¿Cómo llegaste a esta historia?
James Wagner: Empecé a reportearla hace como un año y medio, cuando cubría el béisbol de las Grandes Ligas y veía lo que estaba sucediendo con el éxodo venezolano. Unos ojeadores, o scouts, me sugirieron que fuera a ver la cantidad de niños venezolanos que se estaban desarrollando en el deporte en el sur de Florida. Luego me mudé a México, hablé con mis colegas y encontré algunos datoshay más venezolanos en Bogotá que en Florida, así que era más lógico enfocarme ahí. Es la capital, ubicada más o menos al centro de Colombia, donde no se juega mucho béisbol y hace más frío. Encontré una liga de béisbol por internet. Llamé y pregunté si ahí participaban muchos venezolanos. “Como 90 y tantos por ciento de nosotros somos venezolanos”, me dijo una funcionaria de la liga. Tenía que ir en persona a verlos jugar y escribir esa historia.
EC: Como la migración venezolana está en tantos lugares de América Latina, ¿crees que podemos esperar que pase lo mismo en otras comunidades donde no se juega mucho béisbol?
JW: Hace poco vi que había un equipo de béisbol representando a Chile en un torneo y la mayoría eran venezolanos. Después de Colombia, el país al que han ido más venezolanos es Perú. Estoy seguro de que si busco una liga en ese país, donde no se juega mucha pelota, encontraré el mismo fenómeno.
Y también en las Grandes Ligas, en Estados Unidos: hay tres jugadores que son venezolanos pero se desarrollaron en otros países. Abraham Toro, cuyos padres se fueron a Québec y él creció en Canadá; Luis Guillorme, quien nació en Caracas pero se crio en Florida, y Jesús Luzardo, nacido en Perú de padres venezolanos y quien juega para los Marlins en Miami. Creo que habrá más jugadores como ellos y como estos niños en Bogotá. Por eso quería escribir sobre el tema, porque el futuro va a ser más así y creo que van a llegar a los niveles más altos del deporte.
EC: En tu reportaje, una persona te dice que tiene miedo de hablar con acento venezolano en el transporte público en Colombia. Por ejemplo, en Perú se ha visto tensión en el fútbol con la hinchada de venezolanos. ¿Crees que más allá de las rivalidades, el deporte tiene el poder de unir, y que estas ligas pueden reducir las tensiones en comunidades receptoras de migración?
JW: Obviamente no es un remedio para todos los problemas del mundo o de un país, pero ayuda. El deporte es un idioma común entre comunidades. Los colombianos que aman el béisbol tal vez se entenderán mejor con los venezolanos, porque en Venezuela hay un campo en cada esquina. Pero el deporte no puede solucionar si la gente no tiene qué comer ni dónde vivir y enfrenta cada vez más xenofobia.
“Dondequiera que vaya, el país que sea, yo me llevaría mi indumentaria de árbitro”, dijo Pastor Colmenares, un migrante venezolano que vive en Colombia.Jaír Coll para The New York Times
EC: En tu nota hablas con Pastor Colmenares, uno de los árbitros, o umpire, de la liga en Bogotá, quien te dice que para él solo su familia viene antes que el deporte…
JW: Él cruzó la frontera a pie con una maleta, y su equipo de árbitro ocupaba buena parte de esta. Su hijo se fue a Chile, allá tiene una nieta de seis años y no ha podido conocerla porque necesita visa para visitarla. Los venezolanos ahora tienen familia por todo el mundo y tal vez no pueden verse pero se refugian en cosas como el deporte. Colmenares me contó que a veces encuentra motocicletas con las llaves que dejaron puestas por accidente y él se acerca a tocar la puerta y se las devuelve a sus dueños. Dice que lo hace para combatir la imagen de que sus compatriotas traen delincuencia.
EC: Tú también te mudaste hace poco de Estados Unidos a México, ¿trajiste algún implemento deportivo en la mudanza?
JW: Me gusta levantar pesas, hacer yoga, andar en bicicleta. Traje mi bicicleta conmigo. Pero más que nada, como nicaragüense-estadounidense, traje mi guante de béisbol y algunas pelotas. El año pasado participé con el equipo de sóftbol de The New York Times en el Publishers Softball League, ¡y ganamos por primera vez en cinco años! No sé si yo sea la causa, pero espero seguir jugando aquí. Tengo que encontrar una liga.
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