Ana Bejarano Ricaurte
Cuanto de la mentalidad de masa impera en Colombia y determina tantas de las cosas que pasan. Por supuesto, el fútbol ha sido escenario sistemático del barbarismo al que estamos acostumbrados. Más aún cuando, en medio de una negociación con un grupo armado que no quiere la paz, secuestran a los padres de uno de los jugadores estrella de la selección. Se llenó entonces el Metropolitano de Barranquilla de emociones y de política.
Al partido asistieron la primera dama, Verónica Alcocer, y la hija del presidente, Antonella. No es claro si el estadio empezó a corear “Fuera Petro” al advertir la presencia de las Petro Alcocer o si fue orgánico. Eso no importa: la gente clamaba en rechazo al Gobierno y al mandatario.
Es normal que los presidentes sufran el cimbronazo directo cuando se enfrentan a las masas. No a los eventos políticos calculados, donde se controla la asistencia y se aseguran aplaudidores. Cuando el presidente sale por ahí, atiende a un concierto o a un partido se expone a que le griten cosas. Porque a la turba no la controla nadie. Casos memorables hay de muchos políticos angustiados. Por eso temen ir a sitios como la Universidad Nacional, donde la chiflada es garantizada.
Lo que no guarda ningún asidero en la realidad es que se siga argumentando que se gritaba contra Petro y no contra su esposa y su hija de 15 años. Claro, la gente sí coreaba “Fuera Petro”, pero lo hacía dirigido a su familia, o parte de ella. Los videos del estadio son claros en mostrar a una caterva de energúmenos que voltean a gritar hacia donde estaban sentadas las agredidas. Era también un rechazo a ellas, no solo al presidente. Las imágenes de la salida del estadio muestran a otros hooligans que las seguían con sus consignas. Seguramente no todo el estadio cantaba contra ellas, pero sí lo hicieron cientos de personas a su alrededor.
Y claro que las familias presidenciales pagan el precio de la locura del patriarca que quiso gobernar sobre los demás, con los odios, peleas y amarguras que eso conlleva. Es también una decisión del mandatario cuánto expone a su familia y en qué lugar del escrutinio público la ubica. Pero nada de eso se puede aplicar a lo que ocurrió el jueves pasado. Los gritos contra el presidente, con él ausente y dirigidos a su esposa, pero mucho peor, a su hija menor de edad son absolutamente inaceptables. Su asistencia a un partido de fútbol, incluso en épocas de ánimos hirvientes, no es una provocación y no deberían tener que esconderse para evitar ataques.
¿Cómo es posible que entre tantas personas que inician una agresión de tal naturaleza no haya nadie que la detenga, que señale que ahí se sienta una niña que nada de eso ha elegido? Es la impunidad que aúpa el anonimato; la euforia que admite la máscara de sentarse entre miles.
Es cierto que el presidente debe escuchar a sus críticos, incluso a los más rabiosos. Atender las consecuencias de la polarización que él mismo ha contribuido a construir. Debe reconocer que hay descontento por parte de un sector que lo detesta sin distingo de lo que haga pero también de algunos de quienes apostamos por él. Nada de eso debería pasar por su hija, quien no tiene por qué hacer de mensajera de semejante recado y del estruendo para entregarlo.
Y, querida Antonella, si te cruzas con estas líneas: vi las imágenes de tu indignación y tristeza saliendo de ese caldo de odio. Pensé en esos momentos en los que una mujer, además colombiana, empieza a entender la injusta y violenta sociedad en la que vivimos. Seguramente, por la familia en la que naciste, ya has enfrentado situaciones similares. Nada nos prepara para esa realización de que somos eternamente hijas, de que contra nosotras ocurren peores y, en mente de muchos, justificadas agresiones.
Pero con esa dureza de la vida también llegan otras lecciones. Las de asumir el apremio de reivindicar nuestro valor, de no bajar la cabeza. Dice tu mamá que eres una persona llena de luz y no creo que ella se oponga a la rabia. Recordarás este episodio con dolor, y ese sentimiento también vendrá en tu beneficio si sabes aprovecharlo. Que te sirva de motor para volver a los estadios (tal vez como una gran jugadora), para luchar contra la discriminación y la violencia, para hacer con tu vida lo que se te dé la gana. La fuerza de tu libertad será el mejor antídoto. Ojalá la lección fuese más fácil de asumir y ojalá no la hubiesen escupido en tu cara unos orates desbocados a tus 15 años.