En la jerarquía del mal hay una especie de escala. La ocupación de Gaza por Israel constituye un crimen. Pero maniatar a centenares de civiles, niños y padres, ancianos y enfermos para dispararles a sangre fría [como hizo Hamás] es un crimen más atroz.
David Grossman, escritor judío
Daniel Samper Pizano
Aun reconociendo, con Grossman, que hay una escala en la jerarquía del mal, existe un álbum con los peores horrores del siglo XXI. En la primera página aparecen unos edificios y unos aviones que arremeten contra los ellos; luego se incendian los rascacielos, y al final, ya derribados, flota una densa lluvia de cenizas y una larga lista de 2.996 muertos.
En la página siguiente se ve la siguiente escena:
Decenas de hombres armados que emergen de la zona o franja de Gaza, invaden la vecina Israel y se dedican a matar: las carnicerías más enconadas se producen en el kibutz (granja colectiva) de Kfar Aza y en el área donde se realizaba un festival de música. Son los terroristas de Hamás, gobernantes de Gaza, que sorprenden al mundo con un ataque inmisericorde contra la población civil israelí.
Se ceban particularmente en cercanas fincas comunitarias y en un concierto campestre de música trance al que acuden miles de jóvenes atraídos por la publicidad que anuncia un festival “lleno de energía, poder, amigos y libertad”. Poco después habrá allí 260 cadáveres; entre ellos los de una pareja una colombiana que asiste a la velada musical.
A los pocos minutos de la violenta invasión de Hamás, los cuerpos yacen en los jardines, muchas casas solo quedan cascotes y se ven carros incendiados. Añade un militar que acudió en busca de heridos: “Madres, bebés, familias asesinadas en sus camas, en los comedores, en el prado. No es una guerra ni una batalla. Es una masacre”.
En la explanada del festival algunos terroristas disparan desde camionetas y otros esperan próximos a los refugios antiartillería y dan de baja a todo el que se acerque. Fusilan de cerca y de lejos a gentes inermes, abalean autos, ejecutan heridos y llevan como rehenes a decenas.
Encabeza la tercera página del álbum de los horrores el audio de una madre de Gaza que huye de las bombas con su esposo y cuatro hijos. “Ahora no puedo hablar —dice a uno de sus familiares—. Te escribo al fin del día… si no he muerto”. Enseguida propone al marido: “Vamos a dividirnos. Para que, si morimos, no lo hagamos todos a la vez y quede algo de la familia…”.
Yoav Gallant, ministro de Defensa israelí, invitó a sus compatriotas a la venganza: “Estamos luchando contra animales humanos”. Los soldados, estimulados por las palabras de su comandante, dispararon cañones y misiles contra casi todo lo gazatí que asoma en el horizonte: matar animales no es delito, es apenas un deporte.
No solo existe una escala del mal, sino un marcador de la maldad. Como si fuera realmente una medición deportiva, circulan los cálculos comparativos de víctimas: muertos, heridos, desaparecidos, desplazados… Hay miles de ellas en ambos territorios. Según la ONU, casi 200.000 de los dos millones de habitantes de Gaza habían perdido sus viviendas hasta el viernes. La destrucción afectaba a 2.943 hogares. Serán muchísimas más: mientras escribo, Israel concede 24 horas de plazo a un millón de civiles para que despejen el norte de la franja y faciliten el inminente arrasamiento que no dejará piedra sobre piedra.
La situación es desesperada para cuantos habitan el pequeño espacio de Gaza cercado de alambradas. No existe suministro de agua, comida, internet estable, electricidad ni gasolina. La falta de combustible apagó la única central eléctrica. Calcula la ONU que “muy pronto se agotarán los suministros de comida”. El corrupto y extremista gobierno judío, que hace poco tambaleaba, recibió de Hamás una inesperada inyección política basada en la unidad nacional de emergencia y el apoyo de sus aliados, lo que le permitirá atropellar la población palestina.
Estamos ante una bomba moral. ¿Cómo funciona la escala del mal que menciona Grossman? ¿Cuál es la jerarquía? ¿Por quién apostamos? ¿Cuáles son los buenos y cuáles los malos? ¿O no hay buenos ni malos? ¿Quién nos guía en la selección del mal menos repugnante? ¿Es de veras un combate de personas contra animales humanos? ¿Creemos, como preconizan algunos, que Israel tiene el derecho de defenderse como le plazca y sin reparar en leyes? ¿El histórico maltrato que ha sufrido Palestina justifica acaso la sangrienta reacción de Hamás?
Más preguntas. ¿Una barbaridad que responde a otra barbaridad solo por ello es menos brutal que la primera? ¿La reacción brutal ante un atropello ilegal merece una respuesta de tierra arrasada que supera el marco de las leyes internacionales?
No es posible adoptar respuestas verticales y apoyar a uno u otro lado como quien escoge equipo. La escala tambalea. Lo correcto parecen ser las lealtades o apoyos transversales. Como dice el columnista español David Jiménez, “No es contradictorio estar en contra de la ocupación de Palestina y también de los terroristas de Hamás, y en contra de la masacre de israelíes y de su gobierno de pirómanos fundamentalistas”.
Es más: estar con los palestinos obliga a oponerse al acto criminal de Hamás, un harakiri que afecta a Israel pero también condena a sus vecinos a recibir retaliaciones que hunden sus condiciones de vida a niveles mínimos y los somete a castigos peores que los que vienen sufriendo desde hace años.
Una interminable escala del mal. Esa es la “solución” que desde hace siglos ofrecen los guerreros, y no ha resuelto el problema. Solo ha agravado la dimensión del horror y el pánico a lo que pueda venir ahora.
Informaciones de The Guardian, Le Monde, The Jerusalem Times, Amnistía Internacional, El País, The New York Times, El Sol de México, Associated Press, El Confidencial).
ESQUIRLA: Dicen que Gustavo Petro es hombre de inteligencia privilegiada. No consigo entender cómo un supuesto genio pisotea el sentido común en un momento crítico internacional y olvida que representa a todos los colombianos, y no al peculiar masato de sus interpretaciones históricas y filosóficas. Comparar la dura opresión en que viven los palestinos con la maquinaria de exterminio de Hitler contra los judíos es un colosal desatino.