Enrique Santos Calderón
Titulo la columna con el nombre de este libro porque que se lo merece de sobra. Es no solo un acierto editorial de Alfaguara sino una verdadera primicia (y una delicia de lectura), por todo lo que nos revela sobre la amistad, complicidad y sabiduría de los cuatro escritores más sobresalientes de la literatura latinoamericana de los últimos tiempos.
Las cartas del Boom, que reúne la correspondencia que mantuvieron Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez durante los años sesenta y setenta son una fascinante radiografía de sus personalidades —la del mexicano, el argentino, el peruano y el colombiano— y también una indirecta cátedra literaria, que muestra cómo avanzaban en sus procesos creativos y qué opinaba cada uno de la obra del otro. Además de la camaradería y los elogios mutuos, queda muy clara la inicial identidad política que tuvieron en torno del socialismo y la revolución cubana, que los marcó profundamente y fue tema permanente de su correspondencia, pero que luego habría de dividirlos. De manera irreconciliable y amarga en el caso de Vargas Llosa y García Márquez.
Desde el primer caluroso abrazo que se dieron en 1967 en Caracas Gabo y Vargas Llosa hasta la infame trompada de México en 1976, todo el afecto que se tenían está plasmado en cartas llenas de chispa y cariño (“hermano” y “hermanazo” le decía GGM). La propuesta del Nobel de Aracataca al Nobel de Arequipa (mucho antes de sus respectivos premios) de escribir juntos un libro sobre la guerra de 1932 entre Colombia y Perú para “desmontar la patriotería convencional”, y la de Fuentes de armar con varios otros escritores un relato colectivo llamado Los padres de las patriassobre los dictadores latinoamericanos fueron ideas geniales que nunca se concretaron.
Las cartas del Boom es una bienvenida recopilación de jugosas anécdotas, chismes picantes y geniales observaciones de cuatro mentes privilegiadas, que pintan un cuadro singular de la realidad política y cultural del continente y de su conexión con el resto del mundo. El caso Padilla en Cuba y la invasión soviética de Checoslovaquia, por ejemplo, que conmovieron y fracturaron a la izquierda, son temas muy presentes en la correspondencia de un cuarteto literario con notable conciencia política. La detención del poeta Heberto Padilla en Cuba en 1971 anticipó la ruptura de Vargas Llosa con La Habana y acentuó el alejamiento de Carlos Fuentes. Con motivo de los “malentendidos” de este último con La Habana, GGM le escribió en marzo del 67 que “si los amigos cubanos se nos van a convertir en nuestros policías se van a llevar, al menos por mi parte, una buena mandada a la mierda” y “que no se les olvide que estamos con ellos por convicción y no por miedo a nos pongan presos”. Poco después Gabo y Fidel Castro se volvieron amigos inseparables y en razón de esa amistad nunca denunció de frente los atropellos del régimen cubano.
Aunque se ganaron todos los premios imaginables, los cuatro compartían una aversión a los concursos literarios y sobre todo a ser jurados de los mismos. “No te imaginas el horror que son las 42 novelas del concurso”, le comenta GGM a MVLL en una carta de mediados del 67.
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La aparición de Cien años de soledad fue un bombazo que a todos sacudió. En emocionada carta a Cortázar, Fuentes le cuenta que acaba de leer la novela y fue “una de las experiencias literarias más entrañables que recuerdo.” Habla de estar ante un Quijote latinoamericano y remata con un generoso elogio: “nos podemos morir tranquilos: hay capitán para rato”. La exaltación mayor fue la de Vargas Llosa, que escribió un libro de 667 páginas, Historia de un deicidio, sobre la obra de García Márquez. Vueltas que da la vida.
La revolución parisina de mayo del 68 fue un acontecimiento que calentó el intercambio epistolar. Cortázar escribió que “hemos batallado semanas y semanas al lado de los estudiantes sublevados (…) para mostrar que la poesía puede salir a la calle…”, mientras que en su habitual vena irónica GGM le comentó el mes siguiente a MVLL que “De Gaulle acaba de demostrar que es el único tipo con cojones que hay en Francia y podemos ir a París”.
En otra carta al peruano, de noviembre de 1968, refiriéndose a los críticos envidiosos, suelta una expresión que luego le escuché varias veces sobre su fastidio con la fama. Vale la pena la cita completa: “el drama de quienes no nos quieren es mucho más grave que el nuestro, pues tienen que sentarse a escribir novelas mejores que las nuestras, y ahí se les jode todo. Yo, por mi parte, estoy hasta los cojones de Gabriel García Márquez, harto de lectores noveleros, de admiradores idiotas, de periodistas imbéciles, de amigos improvisados, y ya me cansé de ser simpático y estoy aprendiendo muy bien el noble arte de mandar a la gente a la mierda”. Parece presuntuosa y lo es, pero lo cierto es que Gabo era un hombre tímido que solo se relajaba en la compañía de amigos cercanos.
Alcanzo a mencionar aquí apenas algunos de los muchísimos episodios y comentarios memorables que trae este libro de Alfaguara. Pero espero que esta breve reseña sea un aperitivo suficiente para pasar al exquisito banquete de su lectura.
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Esta columna no aparecerá la próxima semana.
exelente comentario a este libro, un feliz aporte literario que revela las facilidades y fallos que se dan en una camada de escritores. unos divertidos segmentos y la abundancia de palabras de cortazar hacen de este libro una ocasión de admirable lectura.