Por Óscar Domínguez Giraldo
Soy presidente en la sombra del Club de Fans de Bernardo González White, por telégrafo Begow, de Frontino para la aldea. Es de los que acompaña a sus prójimos hasta el cadalso y se ahorca con ellos. Me las doy de amigo suyo y no acepto rectificaciones.
Sin saberlo a veces, desde hace más de sesenta años hemos compartido escenarios. Estudiamos bachillerato en el Colombiano de Educación de don Nicolás Gaviria. Tiene revistas del colegio, Juventud Colombiana, algunas de las cuales me prestó. Espero ejercer como ladrón honrado para devolverselas. Begow se graduó con todos los honores. Yo todavía debo química, física y trigonometría.
También en los insólitos años sesenta fuimos rivales de ajedrez en el Club Maracaibo. El ajedrez nos niveló por lo alto. Conserva un recorte de El Colombiano con la clasificación de un torneo en el que va por encima de mí.
Bernardo Gonzalez White y sus colecciones
No es de extrañar porque Bernardo hace las cosas mejor que el Carvajal de la cuña. Mejor dicho: todo lo hace bien. Va al fondo. Y todo lo comparte. Generosidad, Begow te apellidas. Lo que tiene, primero es de los demás.
Por esas mismas calendas sesenteras, coincidimos, sin vernos las carátulas, en Estudios Generales de la Universidad de Antioquia. El vecino de León de Greiff y del socio Guerra Serna en el barrio Boston se fue por los códigos.
Coincidimos en el Festival de Ancón que Luis Bernardo -llamado Luis por San Luis Gonzaga- documentó como fotógrafo. Todo lo documenta.
Nada de lo humano le ha sido extraño. Como dicen en El Hueco, pregúntele por lo que no sepa. Se puede invitar a la casa. En uno de sus libros sobre billetes, un colega suyo, Julián Cuartas Posada, director de la Asociación de Coleccionistas, dice que siempre se ha destacado “como una persona honesta, correcta y ética en todos sus compromisos”. Ahí está pintado. Le pongo papel carbón a esa múltiple certeza.
Es anfitrión de toda la cayana. Preparaba exquisito ceviche con corvina en su vieja oficina del edificio La Bastilla, piso sexto, ascensor, que fue tertuliadero de las disciplinas que alcahuetea: la filatelia, la numismática, la historia, el periodismo, su carnal la literatura, el derecho, su profesión inicial, la gastronomía. Privilegia la conversación como una de las bellas artes.
Hace tiempo le coroné libros de viajeros de principios del siglo XX en una repartición que hizo de su carnuda biblioteca.
Ha tenido tiempo hasta de morir. O casi. De la cita con la pelona lo salvó su médico Santiago Jaramillo que también me ha atisbado por dentro. Lo vi en la clínica, noqueado, lleno de tubos hasta la e del White, pero la pelona lo pensó dos veces y dijo: a este señor tan buena papa no me lo llevo todavía. No voy a cargar con semejante lapsus. Larga vida para Bernardo quien vive en eterno septiembre.