Daniel Samper Pizano
El martes 11 de septiembre de 1973, Salvador Allende leyó ante un micrófono de radio desde su despacho el discurso que acababa de improvisar en un papel. El golpe militar había empezado en la madrugada. “Colocado en un tránsito histórico pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”, dijo el líder socialista al dirigirse por última vez a sus compatriotas chilenos. Pero advirtió: “Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.
En ese momento faltaban pocas horas para el desenlace fatal. Allende obligó a salir del palacio presidencial de La Moneda a todos sus ocupantes, incluidos sus hijas, su mujer y casi todos sus colaboradores. Solo quedaron con él sus médicos y un puñado de leales que se negaron a dejarla. Pasados unos minutos, la aviación y los tanques rebeldes dispararon contra el edificio. A las 11:20 a. m. los golpistas lanzaron proyectiles sobre la residencia privada del jefe del Estado, creyendo que allí se encontraba la primera dama. Doña Tencha había logrado huir a través de un colegio vecino y se refugió en la embajada de México. Era el medio día y lloviznaba en Santiago. Los militares impartieron un ultimátum para que los representantes del gobierno legítimo que aún resistían se entregaran a los sublevados.
A eso de las 2:00 p. m., el presidente entró serenamente al solemne Salón de la Independencia portando un arma de fuego. Pronto se escuchó una ráfaga de munición. Su médico personal, Óscar Soto, que lo acompañó hasta el final, describe la escena: “Allende se ha disparado su metralleta, que todavía está entre sus piernas. Tiene el cráneo destrozado y yace semiinclinado a la derecha”.
Pocos acontecimientos han sacudido de manera tan honda la historia del siglo XX en nuestro subcontinente como aquel cuartelazo del que se cumplen cincuenta años. Ninguno ha dejado una marca traumática comparable en la generación latinoamericana nacida al terminar la Segunda Guerra.
No sobra recordar los hechos que ocurrieron después. La larga y sangrienta dictadura del general Augusto Pinochet, antiguo adjunto ante la embajada en Ecuador luego elevado a comandante general; la derrota de su plan para convertirse en presidente eterno; su procesamiento internacional gracias a un juez español; el destape de la corrupción de la familia Pinochet; el restablecimiento en Chile de la ley y la democracia; la reapertura, en fin, de las grandes alamedas para que pase el hombre libre.
Medio siglo después, empero, no todo está indagado ni dicho sobre aquellos sucesos. Una parte de la cloaca ha salido a la luz, pero quedan caños por desaguar. El tiempo, numerosas investigaciones y la desclasificación de más de 24.000 documentos oficiales de Estados Unidos han permitido calibrar la magnitud de la intervención de Washington en Chile, que empezó con la elección y control del antecesor de Allende, el democristiano Eduardo Frei. Si la primera manipulación se debe a John F. Kennedy, el titiritero del golpe contra el gobierno de izquierda elegido democráticamente fue Richard Nixon. Y, sobre todo, Henry Kissinger, su asesor de seguridad, centenario criminal de guerra que apoyó la violencia de Pinochet, mintió a la opinión pública y engañó al Congreso para imponer su política anticomunista.
Un aspecto del régimen militar que empieza a precisarse es la influencia del nazismo en la instauración de la dictadura. Aplastado el III Reich de Adolf Hitler, muchos de sus jefes huyeron a Suramérica, donde los acogieron y escondieron gobernantes de perfiles fascistas. Adolf Eichmann, arquitecto de la Solución final (exterminio de judíos y otros colectivos), se camufló en Buenos Aires como empleado de la Mercedes Benz hasta que Israel lo secuestró, enjuició y ejecutó en 1962; Josef Mengele, el aprendiz de brujo que sacrificó a miles de seres humanos en pruebas que buscaban la raza perfecta, permaneció refugiado en Paraguay y Brasil hasta que falleció, ahogado, en 1979. Franz Stangl, responsable de 900.000 asesinatos en campos de concentración, se mimetizó como funcionario de Volkswagen en Brasil hasta ser descubierto y extraditado a Alemania. La lista incluye muchos más, entre los cuales sobresale el coronel Walter Rauff, nacido en Colonia, Alemania, en 1906.
Este exoficial de la SS perfeccionó y multiplicó los camiones de la muerte, que cargaban entre veinte y sesenta prisioneros y los envenenaban en un compartimento hermético empleando el dióxido de carbono del motor del vehículo. Rauff cumplió diversas misiones, todas crueles, en Alemania, Italia y Túnez. A fines de 1949 huyó a Argentina y Ecuador, antes de trasladarse al sur de Chile, donde gerenció una procesadora de mariscos. Estuvo estrechamente vinculado a la Colonia Dignidad, institución nazi que fue escuela de la ultraderecha y centro de torturas.
Según el historiador inglés Phillipe Sands, Rauff y Pinochet trabaron amistad en Quito y el alemán ejerció fuerte influencia en el chileno, personaje mediocre que, añade Sands, “probablemente era manejado por otros que estaban detrás de él y sus acciones”. Se refería a los antiguos lugartenientes del Führer, cuya filosofía violenta y racista inyectaron en los altos mandos. (En diálogo grabado con el secretario de Estado gringo, Pinochet defendió la eficiencia de su gobierno en los siguientes términos: “Somos gente de energía. No tenemos indios”). Chile se negó siempre a extraditar a Rauff, que murió en 1984 en su cama de Santiago.
“Queda mucho por resolver y hay gran cantidad de historias y actos criminales que aún no tienen responsables”, ha señalado Sands. Anuncia que el año próximo publicará un esperado libro sobre Rauff en Chile. Sabremos entonces hasta qué punto Hitler bailó la cueca durante la dictadura de Augusto Pinochet
ALGUNAS FUENTES: Óscar Soto: El último día de Salvador Allende (1998); Diario La Tercera (Chile): “Los capítulos secretos de Frei Montalva” (2004); Peter Kornbluh: The Pinochet File: a Declassified Dossier on Atrocity and Accoutability (2003); Neil A. Lewis, The New York Times: “Kissinger delighted in Chile coup, transcripts show” (V. 29, 2004); El País: falleció Walter Rauff (V.15.1984); El Mostrador, Chile (VIII. 31.2023): entrevista a Phillipe Sands; www.warhistoryonline.com.