Ana Bejarano Ricaurte
El asesinato de Eustorgio Colmenares Baptista es otro que engorda la lista de la impunidad frente a la violencia contra la prensa en Colombia. Colmenares era un odontólogo cucuteño de familia colombo-venezolana, como muchas de las que poblaron esos lugares fronterizos en los cuales la vida la determina aquella línea imaginaria que impone realidades.
Un líder cívico como suelen ser tantos periodistas regionales. Dejó la odontología para ejercer la política en la cual participó en el Gobierno de Carlos Lleras Restrepo, también como senador de la república, concejal y alcalde de su amada Cúcuta. Tras años de política decidió dedicarse exclusivamente al periodismo, su llamado más apremiante. En 1958, junto con otros destacados de la ciudad, como Virgilio Barco, Eduardo Silva, su hermano León Colmenares, fundaron La opinión como semanario.
El 4 de junio de 1960 se estrenaron como diario, uno que en sus 63 años de historia se ha ocupado de informar con seriedad. Eustorgio también fue uno de los fundadores de Colprensa en 1981, hasta el día de hoy la única agencia de prensa colombiana, que conecta la conversación nacional con las regiones.
El 12 de marzo de 1993, mientras departía en una calurosa tarde con su esposa, fue asesinado por un par de gatilleros al frente de su casa en el barrio Caobos. La justicia no avanzó mucho en las investigaciones de su asesinato, al archivar el caso contra dos sospechosos para más tarde exonerarlos. Años después, un sector camilista del ELN reconoció el crimen y lo atribuyó a lo que llamaron la “parcialidad informativa en favor de la burguesía”. En 2013 la Fiscalía declaró su asesinato un crimen de lesa humanidad.
El silenciamiento violento de Colmenares apagó una voz trascendental en la región, pero no a su legado que continuó en manos de sus hijos y nietos, quienes han persistido en los esfuerzos del abuelo por llevar al Norte de Santander un periodismo crítico, responsable y reivindicatorio de la libertad.
Su nieta, Estefanía Colmenares, lo acompañó muchas veces a la sala de redacción y a la imprenta. El abuelo le impartió el valor del trabajo constante, del amor por su golpeada ciudad y por la labor periodística que ejerce hasta el día de hoy.
Esta semana Estefanía hizo pública una amenaza que recibió en su WhatsApp: le advertían que se convertía en objetivo militar y le aconsejaban que cuidara su vida.
Curiosamente, al buscar el nombre o información del mensajero oscuro la aplicación sugirió: “limpieza”.
Y claro que hay muchos en esa región que están interesados en ejercer labores de “limpieza” contra el periodismo valiente de la familia Colmenares. La opinión ha visibilizado y alertado sobre los dolores de un rincón del país abandonado por el centralismo, subsumido en una crisis fronteriza que no da sosiego, apaleado por todas las formas de macro y micro criminalidad.
Recientemente se han dedicado a seguirle la pista al exalcalde y presidiario Ramiro Suárez Corzo y las campañas políticas que dirige y organiza desde un hospital en el que deambula más como prisionero que como paciente en recuperación. El mismo del traslado fantasma con el que el INPEC dejó atónito al país, entregando un video a la prensa para dar fe del traslado de una camilla vacía. Mucha gente le ha advertido a Colmenares el peligro de perseguir esa línea informativa.
Estefanía es una cucuteña empecinada en hacer de La opinión un medio de relevancia nacional, que además inspire la confianza de la sociedad civil nortesantandereana que necesita de un periodismo vigoroso y valiente. Su “laboratorio de frontera”, BorderLab, es una innovadora propuesta que busca generar información que permita abordar los desafíos para la consolidación de la justicia y la paz en la zona fronteriza.
Es una mujer alegre y trabajadora que intenta aminorar la seriedad del tema tras una risa tímida. Le pregunté si viajaría fuera de Cúcuta a raíz de las amenazas, y como cualquier reportera obsesiva advirtió que venían elecciones y había mucho trabajo pendiente. Parada en la puerta del periódico, como su abuelo que se sentaba ahí en las tardes a conversar con transeúntes y amigos. El que tiene tienda que la atienda, un compromiso que imprimió en Estefanía y en esa sala de redacción que ya hace parte de la conciencia colectiva del periodismo regional colombiano.
En un país de ciclos podridos no parece extraño que treinta años después del asesinato del abuelo, la nieta enfrente una amenaza similar. Pero ni Estefanía, ni el medio que dirige están solos y desde todos los lugares de Colombia deben sentir el abrazo de tantas personas que agradecemos su labor. Que actúen pronto y transparentemente las autoridades y sea el momento para cerrar filas, consultar La opinión, suscribirse y valorar su trabajo.