Los Danieles. Trump y su banda: Cárcel a la vista

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

Donald Trump ha logrado protagonizar y sobrevivir a escándalos sociales y políticos, evasión de impuestos, mentiras constantes y deliberadas, abusos sexuales e incluso incitaciones al golpe de Estado. Aunque algunos de los principales medios de comunicación colombianos no se enteraron, desde esta semana, sin embargo, Trump corre el peligro de terminar preso gracias a una investigación que le endilga las más graves acusaciones de su jugoso prontuario criminal. A él y a dieciocho de sus colaboradores un gran jurado (poderoso instrumento de juicio ciudadano) acaba de imputarlos por cuarenta y una trasgresiones de la ley.

El paso de Trump por la Casa Blanca y por el panorama internacional ha sido catastrófico. Pero la cáscara de plátano que le hará perder el pie podría ser, como ocurre con muchos delincuentes, un detalle significativo. En este caso se trata de una llamada de una hora que realizó el entonces presidente el 2 de enero de 2021 a Brad Raffensperger, secretario de Estado de Georgia, tras perder la reelección.

Allí quedaron grabadas sus palabras, apenas comparables a las diatribas de los políticos gritones de la fauna colombiana. La jurisdicción de Georgia, que votó por Trump cuatro años antes, se volteó y apoyó por estrecho margen al candidato demócrata Joe Biden. La llamadita de Trump proponía nada menos que añadir a los republicanos, de manera fraudulenta, los votos necesarios para derrotar a su rival. Ya estamos hablando de delitos.

—Todo lo que quiero es esto, Brad: encuentra 11.780 votos —pide Trump—. Así ganamos este estado y, al hacerlo, queda una gran herencia para el país.

Ante el silencio reacio de Raffensperger, el exasperado magnate insiste.

—Solo pido once mil votos, no me jodas. No es posible que perdamos a Georgia.

Los once mil votos no aparecieron, porque no existieron nunca. Al primer delito siguió otro: sus secuaces intentaron manipular en un pueblo una máquina que hace las veces de urna de papeletas. No lo consiguieron. Y entonces el combo de Trump, con él a la cabeza, se dedicó a gritar que el triunfo de Biden era producto de la trampa y que Georgia constituía el epicentro del robo de votos. Se trataba de una falsedad que se convirtió en error mayúsculo, pues las autoridades del estado iniciaron una pesquisa exhaustiva bajo la rigurosa vigilancia de la fiscal Fani Willis, valerosa y docta afroamericana (lo que le ha valido feroces ataques por mujer y por negra). Sus resultados definitivos y sus devastadoras consecuencias legales son los que se publicaron hace cinco días.

“Durante tres años nadie ha podido demostrar bajo juramento la existencia de fraude electoral”, señaló el actual gobernador republicano. La investigación allegó noventa y ocho páginas de acusaciones contra el expresidente y su equipo. La más contundente les aplica la ley RICO, un estatuto que clasifica y juzga a ciertas agrupaciones criminales como anillo mafioso y les adjudica un mínimo de diez años de cárcel.

Podría pensarse que a un cínico como Trump, que acumula otros tres procesos por diversos delitos, le importa poco una acusación adicional. Es más: su elevada popularidad se basa en manipular las decisiones como antipropaganda a favor. Pero ocurre que, al tratarse de un juicio local, no nacional, pierde dos gabelas que le servirían de mampara en caso de ser elegido de nuevo a fines de 2024. 

La primera gabela perdida es que no puede utilizar para su propio caso la facultad de decretar amnistías que la Constitución confiere al presidente. A nivel federal Trump podría autoperdonar sus propios crímenes. Pero en Georgia el que toma estas decisiones es un cuerpo colegiado que simpatiza poco con el personaje. Tampoco puede echar mano al recurso de nombrar un fiscal-comodín para absolverlo, ya que los fiscales de Georgia carecen de ese privilegio. 

Al remover la bosta que lanza Trump a diestra y siniestra brotan otros posibles crímenes cometidos por su banda, en la que operan varios abogados y un mendaz exalcalde de Nueva York, el caricaturesco Rudy Giuliani. Entre los atropellos figuran acoso y amenaza a testigos, robo de datos y falsificación de documentos. Hace tres días una red trumpista divulgó nombres, direcciones domésticas, fotos y teléfonos de quienes formaron parte del gran jurado. Las amenazas llueven y el sheriff local ha tenido que ofrecer protección a los pobres ciudadanos que cumplieron con su deber.

Lo más insólito es que un bandido como Trump, acusado de graves atentados contra la democracia, podría ser de nuevo presidente de la Unión Americana. Por lo pronto, lidera las encuestas del Partido Republicano, con cifras de aceptación muy parecidas a las de Biden. 

Nadie en Estados Unidos sabe exactamente cómo podrían manejarse situaciones inéditas que los fundadores de la nación nunca llegaron a plantearse. Por ejemplo, la Carta no contempla entre los requisitos para llegar a la Casa Blanca que el elegido carezca de prontuario criminal. Para muchos cargos municipales se exige una hoja de vida impecable. Al presidente, en cambio, ni siquiera se le pide que no sea un delincuente; tan solo que haya nacido en Estados Unidos, que tenga más de 35 años y que haya residido en el país durante los últimos catorce. Trump satisface estas condiciones, como seguramente las habría cumplido también el Estrangulador de Boston.

Otras dudas e incoherencias a las que contesta Maggie Astor especialista de The New York Times:

¿Puede un condenado hacer campaña política? “Es la respuesta más fácil de todas. Sí puede”.

¿Puede votar Trump si lo condenan en Georgia? “Posiblemente no, pero solo por razones prácticas, toda vez que reside en Florida y ello exige un demorado proceso de restauración de derechos”. 

¿Qué pasa si estando preso resulta elegido presidente? “Nadie lo sabe”. (Lo más probable es que pueda ser elegido, pero que no pueda elegir).

La gravedad de las acusaciones de Georgia, las perplejidades que siembran, las respuestas de las que carece y el limbo jurídico que ha quedado abierto convierten esta noticia en la más trascendental desde que el pueblo norteamericano negó la reelección a ese monstruo llamado Donald John Trump. 
 

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