Los Danieles. Ayer y hoy de Mancuso

Enrique Santos Calderón

Enrique Santos Calderón

Entre tantas salidas inesperadas del presidente Petro, el nombramiento de Salvatore Mancuso como gestor de paz ha sido tal vez la más sorprendente y polémica. Desconcertó a tirios y a troyanos.  
 
Protestaron grupos de derechos humanos y víctimas del paramilitarismo pero también sectores conservadores y de derecha, que en el pasado tenían al jefe paramilitar como un héroe de la lucha antisubversiva y ahora se muestran nerviosos por nuevas revelaciones que pueda hacer sobre sus apoyos en el mundo empresarial y ganadero. 
 
El expresidente Álvaro Uribe, que tenía tierras colindantes con las de Mancuso en Córdoba y se presumía cercano a él, lo ha denunciado ahora por calumnia porque dijo que en 2003 Uribe despojó de seguridad al amenazado alcalde de El Roble (Sucre) Eudaldo Díaz. Habrá quienes aún recuerdan la desgarradora súplica que en acto público le hizo Díaz al presidente para que lo protegiera. “Uribe lo que hizo fue quitarle el esquema de seguridad y nosotros lo matamos”, sostuvo hace poco Mancuso ante la JEP (quince años después de haber sido extraditado por Uribe).
 
Para entender mejor habría que retroceder por lo menos dos décadas, a la época en que la guerrilla hacía de las suyas en medio país y los paramilitares se habían convertido en una poderosa fuerza reactiva con su estrategia de asesinatos y masacres de personas o comunidades sospechosas de simpatizar con la guerrilla. Brutal pero eficiente, era el consenso implícito entre un establecimiento que prefería mirar para otro lado y no ver lo que le corría pierna arriba. Por ejemplo, que los paras iban a convertirse en un remedio peor que la enfermedad.  
 
Mancuso, al que apodaban el Mono, era en esos años una figura reconocida en la sociedad cordobesa y miembro apreciado del Club Campestre de Montería. Adquirió notoriedad y poder cuando conformó un grupo armado antisubversivo que, con complicidades de la brigada militar de la zona, se dedicó a la “limpieza social» y estuvo involucrado en las matanzas de El Aro, La Gabarra y El Salado. Entre otras muchas que conmovieron a un país sometido al fuego cruzado de paracos, guerrillos y milicos, además de los narcos que de años atrás ya alimentaban todas las violencias.
 
La aureola de Mancuso era tal que en julio de 2004 fue llevado por sus admiradores a que hablara ante el Congreso de la República, donde leyó un discurso (orador no era) y se proyectó como una especie de “salvador de Colombia”.  Fue ovacionado por decenas de parlamentarios que luego terminaron judicializados por nexos con un paramilitarismo que había penetrado gobernaciones, alcaldías e instituciones militares y judiciales.
 

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Desde su reclusión en Estados Unidos el exjefe para ha reiterado que en su momento recibió amplio apoyo social, respaldos de los presidentes de Fedegán y de Fenalco, y que Francisco Santos le había solicitado crear un “bloque capital» en Bogotá. Todos han negado enfáticamente esas versiones, pero de lo que no cabe duda es que muchos colombianos sentían que los paras eran un mal menor frente a una guerrilla que día de por medio secuestraba a comerciantes y hacendados.    

Hacia 2004, cuando compartíamos la dirección de El Tiempo con mi primo Rafael Santos, fuimos invitados por Mancuso a Santa Fe de Ralito para “conocer mejor” qué buscaba el Estado Mayor de las AUC (Autodefensas de Colombia) que se había constituido con bloques y comandantes regionales (Macaco, Jorge 40, Báez, Don Berna etc.). Declinamos la amable y venenosa invitación pero había que escucharlos, y al encuentro viajó el editor adjunto Álvaro Sierra, quien habló con todos y publicó varios informes sobre el tema.
 
Luego nos envió a un extraño personaje argentino que vivía en Medellín y era una especie de asesor intelectual de Mancuso y teórico de las autodefensas. No recuerdo su nombre y muy poco del confuso coctel de populismo y nacionalismo revolucionario anticomunista con que nos abrumo en una reunión que tuvimos en Bogotá. Pero era una muestra del intento de las AUC de darles un marco ideológico a sus barbaridades.  
 
¿Y cómo era Mancuso? “Un tipo de notable presencia física, serio, costeño de poco chiste o risotada”, me dijo Sierra cuando le pregunte qué recordaba del exjefe con el que había conversado en Ralito, donde Mancuso le echó un largo rollo antiguerrilla y antinarco. De lo primero dio suficientes  pruebas pero por narco fue extraditado a  Estados Unidos donde cumplió condena de doce años.  

El ayer y hoy de Salvatore Mancuso podría ser una triste parábola de la reciente historia de Colombia. De amo y señor de tierras donde decidía quién vivía o moría a envejecido presidiario que hoy invoca razones de paz para salvarse de más cárcel. Y, cual bola de pimpón de las extradiciones, ahora es reclamado por el gobierno de Colombia para ser juzgado aquí por crímenes de lesa humanidad. Falta ver si los gringos facilitan esta solicitud y a dónde conduce —y qué significa— la gestión de paz que le ha encomendado el presidente Petro. Este drama apenas comienza.
  
PS: Pancho y Chita son dos nombres que pasarán a la historia como ejemplo sublime de las torpezas de funcionarios del Estado. La única forma de lidiar con «la fuga» de los chimpancés del parque ecológico de Pereira era acribillarlos. Digno de Ripley. Y olvidarnos de que haya sanciones, responsables o explicaciones valederas de esta «falla humana».
 

PS2: Para no hablar del jurídico político-conyugal que se viene con la imputación judicial de Nicolás Petro y su ex Day Vásquez. 

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