Otraparte. San Pedro, tuitero

San Pedro Apostol. Foto Smith

Por Óscar Domínguez G.

Si a palo seco san Pedro era una fiesta, con Twitter se habría divertido en grande. Espero no calumniarlo -demasiado- si imagino algunos trinos que habría lanzado como primer vicario de Cristo, o sea, la cuota inicial de todos los papas:

No me explicó por qué Jesús nos escogió para que fuéramos la primera línea de sus afectos. Solo nos dictaba la pesca. Poco entendía sus parábolas. Menos mal el Espíritu Santo nos dio una mano e iluminó la mollera de todos nosotros.

Falso que las suegras sean mamás sin poesía. La mía era un encanto. Por eso, el Maestro la curó de la fiebre con solo tomarla de la mano. Dios me regaló primero una bella esposa porque “no es bueno que el hombre esté solo”. Después me deparó la castidad. Me iba mejor cuando le respiraba en la  nuca a mi nazarena.

Fui el primero en reconocer su mesianidad. Pero Jesús se puso seriote cuando le conté un chiste que circulaba a sus espaldas: ¿Cómo creer en una persona que ni siquiera sabe nadar y prefiere caminar sobre las aguas?

No podía ver un morrito porque se subía en él y se dejaba venir con bellezas como el Sermón de la Montaña o el Padrenuestro. Y eso que jamás escribió. Salvo en  el episodio de la mujer adúltera. Cuando  fuimos con Juan a curiosear lo que había escrito, el viento había borrado todo.

No se asusten sin en la eternidad les toca a la siniestra, no  la diestra de Dios Padre. Yo que conocí a Jesús al derecho y al revés, les aseguró que no tiene presa mala.

Ojo que el mentiroso tiene que tener muy buena memoria. Lo digo yo que negué tres veces a Jesús antes de que el gallo cantara dos veces. (Siempre me pregunté a qué sancocho de olla fue a parar el tal gallo ese que me hizo quedar como una sandalia de pescador).

No me pregunten si vi al Maestro deslizándose por una ventana para perderse en un burro rumbo a no sé dónde. Solo  me consta que se les perdió tres días a sus padres que lo buscaban para que entregara algunos pedidos de la carpintería. Tampoco me pregunten si se entendía con María de Magdala, tan bella que provocaba creer en Dios.

Me calumnian quienes afirman que por culpa mía se agotó el vino en las bodas de Caná. Sólo diría que era mejor el vino que se acabó que el de Jesús. Pero mejor que todos el que tomamos en la Última Cena

Cuando el Maestro me dijo de sopetón, sin anestesia: Tú eres Petro, perdón, Pedro, quedé pagando escondederos a peso. Con semejante misión agoté las existencias de valeriana que encontré en el mercado. 

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