Enrique Santos Calderón
Después del escándalo Benedetti y del desplome en las encuestas se especulaba si Gustavo Petro renunciaría o no terminaría su mandato. Tal es la velocidad a la que se desarrolló la crisis. “Se le acabó la gasolina”, “va en caída libre” eran comentarios muy escuchados. Y la pregunta era si llamaría a la unidad nacional para negociar la gobernabilidad con todas las fuerzas políticas. La respuesta es no.
Cualquier duda se despejó después de su discurso del miércoles: escogió la calle. Anunció más y más movilizaciones y llamó a celebrar asambleas populares en todos los rincones del país para defender a su gobierno. Con todas las diferencias del caso, me recordó el “aquí estoy y aquí me quedo” del presidente Samper cuando estaba en su apogeo el escándalo del proceso 8.000 que lo tuvo al borde de tirar la toalla.
El tono y lenguaje del discurso presidencial marca lo que ahora será la pauta del Gobierno y el probable inicio de una etapa de mayor radicalización política y polarización social. “La prensa tapa y las encuestas mienten”, “vamos a movilizar a millones” y “ahora van a sentir lo que es el pueblo” no parecen frases meramente retóricas. Falta ver cómo se traducen en la práctica política y en la construcción de una corriente de opinión que las comparta. Y en una mayoría parlamentaria que las respalde.
Y he ahí la nuez del asunto en un Estado de derecho, donde el Congreso es pieza clave de cualquier agenda en cualquier gobierno. La parálisis legislativa, las faltas de quorum inducidas por la oposición en sesiones claves, los halagos burocráticos del ejecutivo hacia el legislativo, el comportamiento errático de las bancadas partidistas son todo parte del juego político en muchas democracias del mundo, en las que sobran las componendas y no falta la mermelada. Basta pensar en cómo funciona el pork barrel en el Congreso estadounidense.
El Gobierno tiene hoy abundante liquidez para invertir en la adquisición de apoyos políticos y se pensó que eso era lo que estaba haciendo desde el Fondo Nacional del Ahorro, con la repartija de puestos y contratos a congresistas liberales para asegurar respaldo a las reformas. Pero su director fue destituido de manera fulminante por el presidente, aunque aquel alegara que no era mermelada sino “participación burocrática legal” y que desde el Gobierno no le habían pedido nada.
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Sea como fuere, se ve que Petro decidió cortar de raíz la posibilidad de que un episodio de claro sabor clientelista salpicara la imagen de un gobierno urgido de recuperar credibilidad. Para ello tendría que comenzar por recomponerlo hacia adentro porque su peor enemigo es su propio desorden interno. Después de la salida de alfiles como Barreras, Prada, Sarabia o el propio Benedetti, su primer anillo quedó desvertebrado. El equipo actual no se destaca por su experiencia o capacidad administrativa, pero la prioridad presidencial parece dirigirse hacia la búsqueda de aliados ideológicos en la izquierda.
Así lo sugiere su viaje a Cuba y la firma de un cese al fuego de seis meses con el Eln. Paso sin duda positivo, ráfaga de oxígeno para el Gobierno y bienvenido alivio —aunque sea temporal— para tantas comunidades golpeadas hace tiempo por la confrontación armada. Tiene empero un gran vacío que lo hace parecer más de lo mismo: no alude siquiera a secuestro, extorsión, voladuras o reclutamiento de menores que son los delitos más comunes y traumáticos que comete esa guerrilla. Mientras no haya compromiso concreto sobre estos temas continuará el escepticismo ciudadano. Otra sería la historia si se cumpliera la promesa de Petro desde La Habana de que “en mayo de 2025 cesará definitivamente la guerra de décadas entre el Eln y el Estado de Colombia”. Del dicho al hecho…
A todas estas el mandatario recibió en días pasados dos cartas significativas. La primera, de cien exministros, académicos y altos exfuncionarios del Estado que le piden reconsiderar el proyecto de reforma de la salud que muchos consideran “un salto al vacío”. La segunda, de cuatrocientas personalidades internacionales de izquierda que le expresan su apoyo ante el “golpe blando” que él dice que se fragua en su contra desde las mismas instituciones. No es del caso ni hay espacio para discutir aquí esta dudosa afirmación, pero llama la atención el eco internacional que ha tenido.
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Quienes buscan que el presidente no termine y tenga que irse harían bien en sopesar los riesgos de apostar a estas salidas. “Ojo, mijo, que se nos cae encima”, me advertía el tío Hernando cuando yo había escrito más de cuarenta columnas contra Ernesto Samper por el escándalo del Proceso 8.000. Petro está herido pero no de muerte; aún tiene amplio campo de maniobra y la gente espera que gobierne y logre cambios que se necesitan. Que gobierne, pero no a punta de discursos, ni con retórica radical o ataques a la prensa a falta de gestión administrativa.
El Gobierno puede estar en crisis pero el país no lo está: han bajado el desempleo, el déficit fiscal y el dólar. Colombia ha atravesado muchas situaciones difíciles sin que cunda el pánico o colapsen las instituciones. Y ante la previsible polarización por las elecciones venideras, a unos y otros, furiosos gobiernistas o antipetristas furibundos, les recomendaría serenidad, seriedad y realismo. Faltan tres años.