Por Óscar Domínguez G.
Comparto el testimonio de una madre de quince hijos (son menos, pero es para despistar a la CIA) que anduvo por la embajada gringa sacando visa:
Los nervios – cuenta- empiezan desde la noche anterior. Sueña uno con la entrevista, si logra dormir. Si no duerme, sueña despierto.
Los nervios te hacen llenar mal el formulario. Mi Adalberto Epaminondas (su nombre ha sido ligeramente alterado) escribió donde le preguntan por el sexo: femenino. Esto me hizo doler la cabeza porque de pronto niegan la visa por incoherencias.
Cuando uno llega a la embajada, en la mañana, bien desayunado, todo organizado, con los mejores chiros (que no se vea la pobrez), empiezan más fuertes los nervios porque te reciben muchachas colombianas, aceleradas, que revisan los formularios. Le dicen a uno en letra pegada lo que debe corregir.
No me atreví a pedirle que me repitiera porque de pronto me colocaba alguna señal para que los gringos me negaran la visa.
Preguntan cuáles vienen por convenio, o recomendados por una empresa. Nos tocó una fila pequeña. Nos colocaron unos papelitos color azul en la camisa, a otros color verde, a otros, amarillo.
Empiezan las filas. La primera, en la ventanilla 14 para los de convenio. Nos hicieron parar ahí como hora y media con la ventanilla cerrada. La gente ni se atrevía a sentarse.
Luego de que se abre la ventanilla revisan los pasaportes, registro civil de matrimonio, registros de los niños, verifican las firmas de la carta de la empresa y las fotos.
A mi me hicieron salir a repetir la foto porque tenia mucho pelo en las orejas. De nuevo a entregar el pasaporte. Y a esperar otra media hora para hacer fila en la ventanilla 15 para tomar la huella digital.
Siéntese otra vez. No nos atrevíamos a ir al baño ni a la cafetería.
Entonces quietecitos unas dos horas más para la entrevista con la cónsul en la ventanilla 18.
Habló mi marido. Yo a su lado, muy cómplice, mostrándole seguridad a la doña. Le preguntó a mi Epaminonadas si había tenido problemas con la justicia americana o colombiana. Fue muy insistente. Lo miraba a los ojos. Quería ver si se ponía nervioso. Pero no, mi Epami estuvo muy seguro.
La doña se ponía los dedos en la boca y miraba a la pantalla, buscaba y miraba a Epami y qué nervios. Por un momento pensamos: hasta aquí nos trajo el río.
Al final nos dijeron: todo está listo, pasen a Domesa (la empresa de correos que también hace su agosto).
Sale uno con el corazón henchido de la emoción. Con una sonrisa que no le cabe en la cara. Y ahí termina la odisea, pero gracias a Dos no se perdió el tiempo ni los casi cinco melones. Mickey Mouse estaba a tiro de as. ¡Mamá, triunfamos!