Lunes del ajedrez. El ajedrez soy yo: la dama

Que la diosa Caissa, patrona, del ajedrez, los apechiche

Y poema de Pompilio Iriarte

Por Óscar Domínguez G.

Sobre el tablero de ajedrez soy  todopoderosa. Manejo todos los hilos. El matutino, el vespertino y el nocturno de este juego sin fin pasa por mí. 

“Ni contigo ni sin ti, tienen mis penas remedio: contigo porque me matas, y sin ti porque me muero”, es un poema rosa que bien pudo haber compuesto para mí algún ajedrecista perdidamente enamorado de mi eterno femenino.

Me perdonan, pero soy el poder detrás del trono. Inspiro respeto, perplejidad, miedo, misterio, como cualquier mujer fatal. Y sobre todo, despierto envidia, que es lo que más nos gusta provocar a nosotras. 

La monótona e inútil humildad no rima con mi coquetería de dueña de la pasarela ajedrezada. Modestia, apárate, como dicen por fuera del tablero. 

No nací para esconderme a la primera escaramuza, como el rey cuando enroca. Prefiero el protagonismo desde la apertura. El anonimato no es mi fuerte. Dicho con el nuevo lugar común: Sin reina no hay paraíso.

Considero al rey un oscuro eunuco que jamás disfrutará de mis encantos. Ese pusilánime señor no me merece.  Es un rey de burlas. Recuerden que solo se mueve a la velocidad de un cuadro por jugada.

Sólo me fue negado el salto del caballo. De resto, soy un híbrido de rey, torre, alfil y peones. El brusco salto del caballo no va con mi fragilidad.

Estamos ante un juego femenino y feminista. No en vano tenemos máxima beligerancia sin perder nuestra coquetería. Supongo que el genio que inventó este juego quería hacernos un homenaje a las féminas.  Era un feminista consumado o un machista consumido. Y me puso a trabajar duro en el tablero. Extraña forma de piropear. Asumió que el hombre era incapaz de tanto desgaste. ¿Imaginan a un hombre dando a luz? No daría un brinco. Si en música el violín es toda la orquesta, en ajedrez ese papel es  mio.

A veces me veo como esas mujeres de hoy que hicieron la revolución femenina. Pero la hicieron a medias: accedieron a trabajos escriturados al hombre, ganando menos y, lo peor, ¡seguimos en la cocina! Y ellos felices. Pellizquémonos, colegas. ¡Bobitas si no!

Las mujeres “tienen la mitad del cielo”, decía Mao. Yo soy dueña de más de la mitad más uno del tablero. El pintor colombiano Alejandro Obregón aceptaba que se murieran los hombres: las mujeres no. 

“La mujer que no sabe mentir no tiene futuro”, notificó Wilde. Algo me dice que esa paradoja se le ocurrió viéndonos a las damas del ajedrez.

En sus sonetos Borges hablaba de la “encarnizada reina”. Tiene razón “el último delicado” y le sobra para seguir disfrutando a pierna suelta de su espléndida eternidad. 

Claro que me gusta más el memorioso de Buenos Aires cuando habla sobre la naturaleza de la poesía: “ajedrez misterioso cuyo tablero y cuyas piezas cambian como en sueño y sobre el cual me inclinaré después de haber muerto”.

Colegas en el ajedrez mundial han sido, entre muchas, la Merkel, en Alemania, Indira, en la India, de donde viene este juego eterno, Tatcher, en Gran Bretaña, la Clinton, en USA. Y claro, Letizia, de España, joder. No olvidemos a la fallecida madre Teresa de Calcuta, suspiro de Dios, dulce versión femenina de Gandhi. No sigo para no maltratar egos masculinos.

Este juego es una mezcla de democracia con aristocracia, algo que no soñó ningún legislador. Humildes peones pueden convertirse en una de nosotras, por un milagro de la genética ajedrecística. 

Pobres aquellos peones que salen del juego en las primeras escaramuzas de la apertura. El olvido fue su destino. 

Reencarno en cada partida. Soy ave fénix con vocación de eternidad. Ese lujo no se lo dieron en sus mejores días de esplendor la reina de Saba y Cleopatra juntas.

Los jugadores de ajedrez son nuestros clínex o pañuelos desechables. ¿Qué sería de ellos sin mí, la reina del ajedrez? 

Cuando las mujeres gobiernen el mundo, como nosotras mangoneamos en ajedrez, la aldea global será lugar más plácido y justo. Más ético y estético. No les quito más tiempo. (Líneas pasadas por latonería, pintura y similares).

EL POEMA DE POMPILIO IRIARTE

El ajedrez, metáfora del mundo

No hay dos guerras idénticas. Incruento
el jugador, incruentas las hileras,
en diagonales, calles y carreras
la lentitud se pone en movimiento.


No le pesa a la torre su cimiento
si defiende o ataca las fronteras;
las damas (blanca o negra) ríen de veras
del rey por negro o blanco, presto o lento.


El ajedrez, metáfora del mundo,
jugando muestra que el peón profundo
cuando corona, como reina manda,


mientras el rey, armado de caballos,
de alfiles enemigos y vasallos,
cuanto más poderoso, menos anda.

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