Octavio Quintero
El más grande sueño de unidad latinoamericana, dice la historia, lo tuvo Simón Bolívar, en 1819, al concebir y armar, institucionalmente, La Gran Colombia, integrada por los cinco países que libertó de la corona española: Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela, que, 10 años después, en 1829, saltaba en añicos. Más de un centuria después, la ALALC; La Cepal (en cierta forma), del argentino Raúl Prebisch; el Grupo Andino, del colombiano Carlos Lleras Restrepo; luego la ALADI y el ALBA, de Fidel Castro y Hugo Chávez, fueron también, a mano alzada, grandes sueños de integración regional y subregional de una Latinoamérica que, a hoy, ya no parece tan “patio trasero” de Estados Unidos, tras el ascenso al poder de líderes al frente de persistentes movimientos progresistas.
Vale la remembranza para significar que el actual momento político se presta para intentar de nuevo convertir en realidad esos esfuerzos de integración; es decir, retomar, mutatis mutandis, la visión geopolítica del Libertador, las ideas económicas y comerciales impulsadas por Prebisch, en los dorados años de la Cepal; la experiencia del Grupo Andino y el ALBA.
Todos los caminos conducen a Washington
La masa geopolítica de hoy parece superar los obstáculos sembrados al través de la historia. Seguir la pista del autor intelectual de los fracasos de integración latinoamericana, no parece difícil. El propio Libertador Bolívar, presagiando el hundimiento de la Gran Colombia, lo señala directamente en su famosa carta al coronel Patricio Campbell (1829): “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias, en nombre de la libertad”.
“En tiempos de crisis económica, el movimiento de Hugo Chávez (Socialismo del siglo XXI) sufre su peor momento”, titulaba The New York Times, en 2015. Y el relato se regodeaba (impresión mía) de las dificultades y caída de gobiernos de izquierda. Estados Unidos, el “destinado por la Providencia…”, exacerbando la situación económica, estuvo presente atizando las explosiones sociales y, por supuesto, sembrando la idea de que la izquierda no sabe gobernar. No por coincidencia, Barak Obama declaraba, ese mismo año, que Venezuela era una amenaza para la seguridad nacional de EE.UU, y expide las primeras sanciones económicas que, extremadas por Trump y reafirmadas por Biden, persisten hoy… 42 años antes, Nixon y Kissinger habían decidido “liberar a Chile” de Salvador Allende. Y mucho antes, desde 1961, JF. Kennedy intentó lo mismo con Fidel Castro, en Cuba; y hasta dicen que el asesinato del líder social colombiano, Jorge Eliécer Gaitán (1948), fue concebido por la CIA. Su octogenaria hija, Gloria Gaitán, lo afirma y reafirma sin que nadie le preste atención.
Ciertamente, todo camino de integración regional pasa, en su momento, por la voluntad política de los gobernantes, pero nace de la geopolítica; y, si uno se detuviera más en los procesos, podría sustentar que el interés comercial es lo que les da el respaldo del decisivo poder económico.
Sin prescindir de esa génesis de lógica capitalista, hoy en día puede discutirse racionalmente que ha surgido otra fuerza integracionista: la desigualdad, causa sui de toda inestabilidad social, que pone y quita gobiernos. Cualquiera puede ver que en el proceso político latinoamericano de los últimos años, han subido y caído gobiernos de derecha e izquierda (no solo de izquierda, como señala el NYT), principalmente por factores socioeconómicos. Esto tiene que decir algo… A mi parecer, la ideología sigue remitiéndonos a una discusión entre intelectuales; mientras que la praxis política (democrática o no), es una discusión estomacal; y no ayuda encasillarla en términos despectivos y alejados de la cuestión social, como polarización o populismo, e inclusive, dictaduras.
La desesperanza en el futuro inmediato no remite directamente a la cuestión política, sino a la económica; y no propiamente sobre PIB, sino a la economía de bolsillo. Cuando las personas sienten que sus ingresos no alcanzan para llegar a fin de mes, no les importa qué perico de los palotes esté gobernando; demandan soluciones de quién sea y cómo sea.
Luchar en un mundo globalizado, dominado por un puñado de países industrializados, Estados Unidos, por ejemplo, en América, nuestro vecino, es imperiosa la unión para alcanzar la fuerza necesaria de negociar tratados de tú a tú. Un paréntesis, a manera de ejemplo: al día de hoy, no se entiende el porqué Brasil y Colombia, con su discurso, en todas partes, sobre defensa de la amazonia, no han integrado a la causa a Venezuela, Perú y Ecuador, que también tienen pedazos de soberanía sobre el pulmón global.
Sumir a su “patio trasero” en la debilidad individual, es el motivo por el que nuestro poderoso vecino ha saboteado todos los procesos integracionistas, y es también la razón de los tratados comerciales, conocidos como TLC, que le permiten negociar de uno en uno, donde el poderoso, como reza el dicho, se queda con la carne…
El Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula, en su visita a su homólogo de Argentina, Alberto Fernández, destapó oficialmente la propuesta de una moneda común, una idea que viene rumiando desde que inició su tercera campaña presidencial, sobre la idea general de reducir el dominio económico de EE.UU sobre América Latina, a través del dólar. En la misma onda se sintoniza el Presidente de Colombia, Gustavo Petro, otro protagonista de la izquierda suramericana, al proponer una megaruta férrea, desde el sur de Chile hasta el Caribe Venezolano.
El habla hispana está llena de dichos populares que, por su misma popularidad, se han vuelto lugares comunes que viajan de boca en boca, a la deriva. “Vísteme despacio, que tengo prisa”, caería bien en este momento para significar que mientras más apurados o presionados estemos, resulta más importante tomarse las cosas con calma y, sobre todo, empezar por el principio.
Más que enfocarnos (tal vez, desgastarnos), en una discusión sobre una moneda única latinoamericana; o echar lápiz sobre cuánto cuesta una gran vía férrea intercontinental, propuestas que valen como proceso integracionista, lo primero que tenemos que hacer, siguiendo esa tercera necesidad integracionista que desestabiliza políticamente y dificulta la gobernabilidad individual de los países, es reactivar la generación de empleo y producción de alimentos para el 32,3 % de la población latinoamericana en estado de pobreza (215 millones), dentro de la cual, el 12,9 % en pobreza extrema, un segmento que matiza la cruda realidad de millones de seres humanos muriéndose de hambre.
Podemos citar, en apoyo a la idea, otro dicho popular: “Barriga llena, corazón contento”, para resaltar que cuando cubrimos nuestras necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud y seguridad, entonces sí, queda tiempo para ocuparnos de ideologías y tomar decisiones electorales libremente. Sobre esas barrigas con hambre, hacinadas y enfermas no prende ningún proyecto político de izquierda o derecha, para decirlo crudamente, y como es…
En esta decisión de integración latinoamericana, los presidentes progresistas tienen que ser pragmáticos y decantarse por la imperiosa necesidad de solucionar la extrema desigualdad de la región, que ostenta, preciso es recordarlo, el indeseado récord de la más desigual del mundo, antes de que, por la misma circunstancia que llegaron, salgan, dando validez nuevamente al relato de The New York Times en 2015, por lo mismo que reiteramos: la necesidad no tiene color político; o mejor… tiene cara de perro.
El arte de gobernar con sentido de sostenibilidad, más allá de la intrincada ideología, es una cuestión del momento, pero con visión de futuro… Mejorar el futuro de los pobres, asegura también la estabilidad de los ricos. Eso es lo que los progresistas tienen que hacer entender a los reaccionarios que se aferran al estatu quo, inclusive, apelando a todas las formas de lucha, como registra la historia y estamos viendo hoy.
Fin de folio.– Va quedando claro que la idea es derrotar militarmente a Rusia, cueste lo que cueste a Ucrania y Europa, no a Estados Unidos.