Por Guillermo Romero Salamanca
Este primero de febrero los muchachos del Fruver no tenían puesta la camiseta de la Selección Colombia, como en otras oportunidades. Simplemente seleccionaban frutas y verduras para dejar unas en los estantes y otras meterlas en los costales de la basura de desperdicios.
–Nunca antes habíamos recogido tanta comida como ahora, dijo Carlos, uno de los empleados que sólo escucha por el lado derecho. Cuando estuvo en el Ejército, una mina de la guerrilla explotó cerca y le dejó sin oído para el resto de su vida.
Entre los deshechos había plátanos, bananos, mangos, duraznos, tomates, lechuga, cebollas y zanahorias entre otras. “Se está dañando la comida”, agregó Carlos.
“Lo que ocurre, explicó, es que la gente no está comprando ni frutas ni verduras: están muy costosas”, sentenció.
En efecto, al hacer un recorrido, siete naranjas toronjas, pueden costar 26 mil pesos. Un tomate, mil, una lechuga, 3 mil, una cebolla cabezona pequeña, mil quinientos y una papaya mediana puede llegar a los 11 mil. Ni hablar de una guanábana que puede costar unos 30 mil pesos.
“Todo subió», dijo Carlos, quien es el encargado de poner los nuevos precios. Mire: la leche está a 4.500. La cubeta de huevos, 16 mil. Los tostados, a 4.500. El pan, a 500. Un ramo de cilantro, mil pesos y una libra de café 9.900”, manifestó.
Uno y otro de los clientes se quejaban de la situación de la llamada canasta familiar. Da lo mismo ir a Carulla, El Éxito, Olímpica o supermercados del barrio. “Todo está por las nubes”, dijo Graciela, una ama de casa que llevaba una libra de arveja en 10 mil pesos. “Ni hablar de los precios de la papa”, agregó.
–“Gol de Argentina”, gritó Carlos cuando oyó al narrador de la cadena radial. No hubo mayores demostraciones ni de alegría ni de tristeza.
Mientras los clientes seguían angustiados por la crisis alimenticia, otra señora comentaba que la situación en el sistema de salud estaba en su punto más crítico. “Con la llegada del millón 200 mil personas de Coomeva a las otras EPS, la angustia para quienes buscan especialistas creció. Si antes daban citas para dentro de seis meses, ahora será para dentro de un año”, comentaban.
Al 31 de enero de 2022, se tuvo un reporte de disponibilidad de camas UCI del 36 %, con una ocupación del 64 %, y una disponibilidad de camas de hospitalización del 34 %, con una ocupación del 66 %. En ambos casos, con incremento sostenido de la ocupación por Covid-19 en las últimas tres semanas, mayoritariamente en UCI.
El país se mueve en un debate sobre lo que vendrá en los próximos meses. En el 2021 viajaron al exterior más de 3 millones de colombianos, muchos de los cuales no volverán porque buscarán nuevos horizontes. Entre los pasajeros marcharon estudiantes recién graduados o especialistas de diversas profesiones que no encuentran futuro en el país.
Existe temor por el llamado “plan pistola” que han denominado los diversos grupos subversivos en el país contra miembros de la Policía. Al menos 50 agentes han caído en ese macabro plan. No hay paz.
El orden público está alterado en Norte de Santander, Arauca, Sierra Nevada de Santa Marta y Cauca. Grupos de todas las tendencias se enfrentan por el poder del narcotráfico.
Terror en la frontera por el contrabando, trata de personas, ventas de drogas, comercio de armas, comercio ilícito de minerales, explotación sexual, secuestros y toda clase de delitos campean por los campos y ciudades limítrofes de Venezuela, Panamá y Ecuadro.
En las calles de Colombia, decenas de personas son atracadas y asaltadas sus residencias. En los centros comerciales el cosquilleo para hurtar dinero y celulares se ha vuelto el común denominador. Se calcula que unos 100 mil celulares se roban al mes en el país.
“La pandemia cambió al país. Ya no se siembra. Los costos de producción suben a diario. Los paros, la inseguridad y la preocupación por lo que puede ocurrir en unos meses políticamente, nos tienen así”, comentó otro de los usuarios del supermercado.
Terminó el partido. En la emisora, los comentaristas deportivos desgarraron las gargantas peleando unos con otros para averiguar quién podía gritar más y dar una explicación sobre lo ocurrido en el onceno que vergonzosamente acaba de perder ante los albicelestes.
Producían tristeza escucharlos. A veces, los oyentes pensaban que se tratada de una bandada de papagayos.
Era una perorata sin fin. Culparon a jugadores, al técnico, a los directivos, a los árbitros, a los recogedores de los balones, a los aseadores del estadio de Barranquilla, al calor… Ellos, los que alababan a los James, a los Falcao y a los Cuadrados, los criticaban ahora con una artillería que ya limitaba con lo grotesco. “Este es el fin de Colombia”, dijo uno de los comunicadores. “Ahora no vamos a Qatar”, clamó otro, “Esto no puede suceder por este grupo de jugadores que no sudaron la camiseta”, vociferó uno más. “¿Qué ocurrirá con nosotros?”, masculló uno más.
Todos parecían tener sus razones y en medio de esa jauría, con esa gritería infernal, Carlos, el que sólo escucha por un oído, decretó: “Cambien de emisora y acabemos con esa vagabundería que debemos sacar esta basura”.