Por Orlando Cadavid Correa
Cada determinado tiempo soplan ráfagas de chismografía en altas dosis en este país del Sagrado Corazón de Jesús y no pasa absolutamente nada.
En Colombia –nación que vive bajo el influjo de las encuestas– se efectuó la que faltaba –la más sui géneris de todas– porque apuntaba a determinar cuáles son los periodistas más chismosos de la Nación.
Según sus promotores, la chismografía se volvió deporte nacional y, por ende, una forma de vida. Se ha institucionalizado de tal manera, que tiene espacios propios en la televisión, con un programa diario dedicado a lo que sus presentadores con total desenfado llaman “el dulce sabor del chisme”. El cotilleo también abrió sus nichos en la radio, los periódicos y las revistas. Medio periodístico que no ofrezca este servicio en su menú está fuera de onda y es clasificado como un producto con el sello del pasado milenio.
El sondeo de opinión fue ideado, planeado, organizado y puesto en marcha para la desaparecida revista Cierto, de Medellín, que dirigía el colega José Absalón Duque, hombre de amplio recorrido en los diarios El Colombiano y El Correo; el irrepetible radio-noticiero Clarín, de don Miguel Zapata Restrepo; las cadenas Todelar y RCN, y el informativo de Teleantioquia.
El chisme tuvo en el pasado en Iáder Giraldo Dávila, maestro de reporteros, a uno de sus más apasionados defensores, porque siempre lo definió como la “cuota inicial” de una noticia en ciernes. A la cabeza de una gran cofradía bogotana amante del chisme estuvo siempre –desde antes de ser el Compañero-jefe del MRL, el presidente Alfonso López Michelsen, que era capaz de cambiar una parranda vallenata con Rafael Escalona y Emiliano Zuleta por un par de chismes bien carnudos y prometedores.
Chepe Duque –estudioso infatigable de las conductas humanas– justificaba así en el siguiente segmento su original consulta, que presentaba como un ejercicio periodístico sin ánimo de exaltar o de descalificar en absoluto a ninguna de las personas mencionadas con total libertad por los cien encuestados, combinados así: 59% de gentes dedicadas a diferentes actividades y 41% de periodistas que califican a sus propios colegas.
“Para muchos –decía el director de la encuesta–, el chisme llega a constituirse en la única posibilidad de hacerse sentir. Hoy esta herramienta polifuncional que es el chisme está más tecnificada y pervertida que nunca, además de haberse convertido, literalmente, en el respiradero de una sociedad ensanchada por el consumismo y el poder. El chisme en Colombia no es, de ninguna manera, un “parto de mula”. No. El chisme hoy se desliza por los canales sociales con la suavidad de un parto subacuático, no sin antes deshacerse del cordón umbilical de la decencia y de la circunspección, y de ahí lanzarse a conquistar su medio, a hacer y a deshacer y a recrear el morbo del que natura lo ha dotado. Parodiando a Teresa de Jesús, quien decía que las imágenes son la Biblia del pueblo, así, en nuestro medio, el chisme es el oxígeno alternativo del pueblo, de un pueblo universal que no repara en estratos a la hora de demandar “un chisme, por favor”.
A la pregunta ¿hay periodistas chismosos en Colombia?, el 91% dijo que sí; un 5% no supo o no respondió, y apenas un 4% dijo que no.
A la pregunta, para usted, ¿cuál es el periodista más chismoso de Colombia?, curiosamente, un 62% no supo o no respondió; el 10% votó por Yamit Amat; el 7% por Darío Arizmendi; el 6% por Iván Mejía; el 6% por Juan Paz; el 4% por Julio Sánchez, Poncho Rentería y Graciela Torres, alias “La Negra Candela”; el 3% por Carlos Antonio Vélez, y el 2% fue para Roberto Posada, “D’ Artagnan”.
Los periodistas votaron así: El más chismoso, Juan Paz, con el 12%; Yamid, con el 10%; Candela, con el mismo 10%, y Sánchez Cristo, con el 8%.
La apostilla: En Manizales fue vecina nuestra una solterona que vigilaba a hurtadillas desde su ventana, de 6:00 de la mañana a 12:00 de la noche, todo lo que sucedía en la unidad residencial “Torrear”. Por esta enfermiza manía de meterse en las vidas ajenas, nos pareció pertinente aplicarle el remoquete de “Doña Persiana”, y una tarde que coincidimos en el ascensor le pregunté: “¿Señora, cuánto me cobra por hacerme un chisme, poniendo yo los materiales?”.