Por Jairo Ruíz Clavijo
El Presidente, Epitacio Pessoa, Hace una recomendación a los dirigentes del fútbol brasileño. Por razones de prestigio patrio, les sugiere no enviar ningún jugador de piel oscura al próximo Campeonato Sudamericano.
Sin embargo, el Brasil fue campeón gracias a que el mulato Artur Friedenreich metió el gol de la victoria y sus zapatos, sucios de barro, se exhiben desde entonces en la vitrina de una joyería.
Friedenreich , nacido de alemán y negra es el mejor jugador brasileño. Siempre llega de último a la cancha, le lleva por lo menos media hora plancharse las motas en el vestuario y después, durante el juego, no se le mueve un pelito ni al cabecear la pelota. El fútbol, diversión elegante después de la misa, es cosa de blancos.
-¡Polvo de arroz!, -¡Polvo de arroz!, gritan los hinchas contra Carlos Alberto, el único jugador mulato de Fluminense que, con polvo de arroz, se blanquea la cara.
Dos años después, se anuncia que el conjunto Los Batutas actuará en París y cunde la indignación en la prensa brasileña ¿Qué van a pensar del Brasil los europeos, creerán que este país es una colonia africana?
En el repertorio de Los Batutas no hay arias, ni valses, ni óperas, sino maxixes, landús, cortajacas, batuques, ceteretês y recién nacidos sambas. Esta orquesta de negros toca esas cosas de negros y se publican artículos exhortando al gobierno a evitar el desprestigio.
De inmediato, el Ministerio de Relaciones Exteriores aclara que Los Batutas no van en misión oficial.
Pixinguinha uno de esos negros, es el mejor músico del Brasil. A él no le interesa el tema: Está muy ocupado buscando en su flauta, con endiablada alegría, los sonidos robados a los pájaros.
(Filho Mário, O nero no futbol brasileiro, Río de Janeiro, Civiliçâo Brasileira, 1964 y Pixinguinha, Vida e obra, Lidador, 1980)Jairo Ruiz Clavijo