Por Jairo Ruiz Clavijo
En los montes resuena el grito: ¡Abajo Haciendas y arriba Pueblo! Mientras el ejército de Zapata se abre camino hacia Ciudad México y entre ellos hay una sola mujer: La coronela Rosa Bobadilla, que ganó su grado en batalla y manda una tropa de caballería a quienes prohibió una gota de Tequila y misteriosamente le obedecen.
En el mismo barco que se llevó de México a Porfirio Diaz, escapa el general Huerta: Los andrajos ganan la guerra contra los encajes.
En víspera de Navidad los diarios de Ciudad de México ostentan una orla negra en primera plana: Está de luto anunciando la llegada de los forajidos, los bárbaros violadores de señoritas y cerraduras. La ciudad tiembla de pánico: ayer no mas , en el eje del mundo estaban los amos en sus casonas de 30 lacayos, pianos, candelabros y baños en mármol de Carrara. Alrededor los siervos, el pobrerío de los barrios, aturdido por el pulque, hundido en la basura y condenado a comer de vez en cuando.
Los hombres de Zapata y Villa entran al Palacio Nacional, Pancho se sienta en el dorado sillón que fuera trono de Porfirio y Huerta, por ver que se siente.
Los generales campesinos han triunfado pero no saben qué hacer con la victoria. Zapata apenas musita ante las preguntas de los periodistas.
– Este rancho es muy grande para nosotros.
El poder es solo para doctores, los que duermen en almohada blandita.
Al caer la noche Zapata se marcha a un hotelucho cerca del ferrocarril y Vila a su tren militar para, al cabo de unos días, se despiden de Ciudad de México. Ajenos a las glorias del triunfo, se marchan con sus hombres a sus tierras donde saben andar.
No podía imaginar mejor noticia el heredero de Huerta, el general Venustiano Carranza, cuyas descalabradas tropas están esperando ayuda de Los Estados Unidos.
(La guerra secreta en México, Era, 1983)