Por JOSÉ LUIS DÍAZ-GRANADOS
Guillermo Alberto González Mosquera fue un espíritu de selección dentro del atropellado y contradictorio tropel de la política colombiana. Culto, discreto, generoso, creativo, en todos los cargos públicos que ejerció a lo largo de su vida —concejal, representante, senador, alcalde de Popayán, dirigente bancario, ministro de Educación, Trabajo y Defensa, y gobernador del Cauca—, siempre imperó su impulso a favor de las artes y la cultura, para lo cual dejó una impronta indeleble en cada una de las dimensiones que lideró.
Ideó y realizó con sinigual entusiasmo el Congreso Gastronómico que se realiza anualmente en su Popayán natal, con caudalosa y significativa presencia y audiencia nacional e internacional, lo que hizo posible integrar innumerables aportes culturales a esa modalidad de la delicia del paladar y la memoria gustativa, como nunca lo hubiéramos podido imaginar los catecúmenos del buen comer.
Debo contar que en las diversas estancias mías en Popayán, siempre estuvo presente Guillermo Alberto González, como cofrade literario y cómplice de la poesía, la tertulia y la bohemia.
Desde que era niño, yo, entre tantas inquietudes que bullían en mi precoz mente febril, siempre había sentido una extraña atracción por aquellos políticos que, con todos los méritos del mundo, jamás habían podido llegar a gobernar sus naciones, y hasta había escrito un extenso artículo en los años 90 sobre ese asunto en la revista Consigna, que dirigía Jorge Mario Eastman. Y en una de sus tertulias sabatinas coincidimos con Guillermo Alberto González en la hechizante seducción por esa extraña y enigmática fatalidad de la vida política.
Resulta que el ilustre intelectual payanés me contó que tenía entre sus proyectos aplazados escribir un libro sobre “los que se asomaron al poder” (lo cual hizo realidad años después).
Una noche, estimulados por el “lauro candente” —del que hablara Felipe Lleras Camargo—, en la tertulia de la revista, Guillermo Alberto me propuso que escribiéramos ese libro los dos, lo cual fue motivo de mi aceptación inmediata, seguida de entusiastas brindis durante sucesivas reuniones, pero también de incumplidas promesas por razones de nuestras actividades tan diversas. Lo importante fue que ese detalle selló una amistad definitiva armonizada por una recíproca adhesión intelectual.
En septiembre de 2008, por indicación del agregado cultural de la Embajada de Chile en Colombia, Marcelo Dalmazzo Peillard, mi antiguo alumno de literatura en el Instituto Universitario de Historia de Colombia, dirigido por Antonio Cacua Prada en los años 90, Guillermo Alberto González me invitó al VI Congreso Nacional Gastronómico de Popayán, para disertar sobre la relación de Pablo Neruda con “las palabras, los fogones y otras odas”, en el Teatro Municipal “Guillermo Valencia” de la capital caucana.
Este amigo maravilloso y leal, amigo de veras, me acompañó en todos los momentos del congreso, y sobra decir que volvimos a renovar nuestra promesa atrayente e indagante sobre “los que no llegaron” (Uribe Uribe, Gaitán, Gabriel Turbay, Álvaro Gómez, Gilberto Alzate, Carlos Arango Vélez, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro y tantos otros).
Con los ancestros culturales del Cauca, a mí me unía en el ambiente familiar la fraterna amistad de mi abuelo materno, el coronel y político conservador José María Valdeblánquez (primogénito del coronel liberal Nicolás Márquez, abuelo de Gabriel García Márquez, “cuya carrera se conoce”) con el excelso poeta Guillermo Valencia —quien había sido dos veces candidato presidencial—, amistad que prolongó con su hijo Guillermo León (a quien vi muchas veces en mi casa de Palermo en Bogotá en los años 50), y con sus nietos Pedro Felipe, Ignacio, Diana y Halma Valencia López.
Y no sobra afirmar —porque soy un hombre de izquierda desde siempre y hasta siempre—, mi respeto y devoción cercana por Álvaro Pío Valencia, ese colombiano bueno, valiente y transparente, comunista ejemplar en la teoría y en la práctica, como debieran ser todos los discípulos de Marx, Engels y Lenin.
En julio de 2009 viajé de nuevo a Popayán, nuevamente invitado por Guillermo Alberto González, quien ya era Gobernador del Cauca, para dictar una conferencia sobre “la historia y la geografía de Pablo Neruda”.
Viajamos en el mismo avión y compartimos el mismo puesto, lo que nos dio la oportunidad de hablar de las delicias de la literatura, la política y el arte, como sinónimos de la grandeza humana.
En forma de metáfora, podría decir que aterrizamos directamente en su casa campestre “El Huerto de Yambitará” —un acogedor paraje andino, con un paisaje multicolor rebosante de todos los dones naturales en la cordillera occidental—, donde su bella y culta esposa, María Teresa Ayerbe (hija del general Gerardo Ayerbe Cháux) nos ofreció un espléndido almuerzo, rociado con los más exquisitos vinos, que compartimos, entre otros, con el expresidente Ernesto Samper Pizano, su esposa Jacquin Strouss de Samper y con Martha Blanco de Lemos (viuda del expresidente Carlos Lemos Simmonds).
Nos reencontramos en 2013, también en Popayán, cuando participé en la Feria Itinerante de Libreros Independientes, celebrada allí. Fiel y maravilloso amigo, Guillermo Alberto González asistió a mi charla sobre los 90 años de Álvaro Mutis, que realicé en el Parque Caldas con el actor Humberto Dorado, y más tarde en el conversatorio sobre el centenario de poeta Eduardo Carranza (con su hijo Juan Carranza Coronado), donde leí el poema “Elegía a Maruja Simmonds sobre el cielo de Popayán”.
En 2016, el poeta Felipe García Quintero me invitó a Popayán para hablar sobre mi experiencia literaria a lo largo de 50 años, en el Auditorio del Banco de la República. No pude evitar mi emoción cuando Guillermo Alberto apareció en el salón y tomó asiento, confundido entre los variados asistentes a mi conferencia.
Al final de la charla, nos saludamos afectuosamente y luego nos despedimos porque él debía atender unos asuntos personales urgentes y yo debía acudir a una emocionante invitación a almorzar a la legendaria Hacienda “Belalcázar”, por parte de Luz Alina Uruburu, nieta del maestro Valencia.
Fue la última vez que departí con Guillermo Alberto González Mosquera, ese ser humano único e irrepetible, amigo entrañable, inolvidable, luz indeleble en la inconmensurable dimensión universal del afecto y la admiración perennes. ¡Paz en su tumba!