Por Orlando Cadavid Correa
Los seudónimos se han dado como arroz en el periodismo colombiano, pero más en el pasado que en el presente.
Esta práctica brillaba con luz propia en páginas editoriales, en espacios dedicados a la crónica política, a la farándula y a la vida social.
En esencia, una denominación de persona usada como alternativa de su nombre, al que puede acompañar o reemplazar, pudiendo aplicarse genéricamente a un nombre de pila.
Tanto escritores como periodistas y otros artistas han usado pseudónimos (seudónimos) o nombres de pluma.
El uso de pseudónimos en el periodismo colombiano ha disminuido. En nuestro país, su uso tiene un origen histórico. Vale la pena resaltar algunos ejemplos:
Roberto Cadavid Misas, Argos; Lucas Caballero Calderón, Klim; Alfonso Castillo Gómez, Alkanotas; Juan Roca Lemus, Rubayata; César Montoya Ocampo, el Diablo Cojuelo; Elkin Mesa, Mike Sanel; Rogelio Vieira, Rodil; Rodrigo Ramírez, Gaspar; Antonio Panesso Robledo, Pangloss; Hugo Jaramillo, Harry; Carlos Lleras, el Bachiller Cleofás; Hernán Restrepo, Alex Bonnet; Gabriel Escobar, Sófocles; Fabio Emilio Echeverri, Febo; Fernando Gómez Martínez, Avestruz; Roberto Londoño Villegas, Luis Donoso; Edgar Gómez Ospina, Pertinaz; Pedro Nel Duque, Crispín; Ramón Ospina, El Insobornable; Libardo Parra Toro, Tartarín Moreira; Gonzalo Uribe, Luis Yagarí; Augusto León Restrepo, Fray Rodín; Efraín Lezama Ramírez, el Doctor Rayo; Yamid Amat, Juan Lumumba; Héctor Mora, Espartaco; Álvaro Monroy Caicedo, Visor; Hernando Santos Castillo, Hersán, y Federico Rivas Aldana, más conocido como Fraylejón.
La apostilla: El tratadista Steven Navarrete Cardona sostiene que “la relación con el pseudónimo es tan intrincada y personal que es difícil de teorizar. No se elige uno de la noche a la mañana. Existe una relación intelectual con él y no se puede concluir, a partir del mismo, la personalidad de quien lo usa. Parece entonces una aventura en la que se trata de mostrar una identidad que no corresponde a la realidad, y aun así, sin renunciar a lo escrito, a las palabras plasmadas en el papel para siempre, a la inmortalidad.