Por Rufino Acosta
Nunca he puesto en tela de juicio la capacidad y desde luego los méritos de David Ospina para ser el titular de la selección mayor de Colombia.
Algunos de sus colegas de oficio, como Óscar Córdoba, dicen que si no median las lesiones, podría llegar por lo menos a los 140 partidos en tal condición.
De hecho, si hubiera podido viajar, hoy estaría sumando el juego ante Venezuela y se alistaría para el de Chile.
Pero ocurren cosas como esta de la pandemia y al técnico le toca buscar soluciones.
Siempre hay uno o varios en lista de espera. Es lo normal. El fútbol no se estanca.
Para el caso de Colombia habría que hablar del bogotano Camilo Vargas, quien desde hace más de seis años esperaba su oportunidad.
Paciente, dedicado, de disciplina de hierro, fue a los Mundiales de Brasil y Rusia para seguirlos desde el banco.
También hizo lo propio con las Copas de América de Chile 2915 y el 2019.
Tuvo que esperar el paso de dos eliminatorias y dos mundiales para saltar al terreno en juego oficial.
El 9 de octubre en Barranquilla, ante Venezuela, vio cumplir su anhelo, y tal como lo esperaban quienes conocen su trayectoria y condiciones, sacó el arco en cero y dejó varias intervenciones notables como constancia de lo que sabe en el difícil oficio.
Observado a la distancia impresiona por su seriedad. A veces me pregunto si es posible sacarle una sonrisa. Es solo una impresion que a lo mejor pueden desvirtuar en su entorno.
Camilo Vargas está en la madurez de su carrera. A los 31 años de edad debe saberse ya por lo menos el 80 % de los secretos del arco. O quizás un poco más. El aprendizaje nunca cesa ni es suficiente.
Por el momento y sin olvidar a Ospina ni a los demás compañeros con los que emula, Camilo Vargas goza la experiencia y le da seguridad a Colombia. Creo que al lado de su indiscutible calidad tiene el lauro de la paciencia. De nuevo se puede decir que la perseverancia trae su premio.
