Por Jorge Gómez Pinilla, Bogotá
El Diccionario de la RAE define hazmerreír como la “persona que por su aspecto o conducta es objeto de diversión o burla de otros”. Esta definición se amolda a todo aquel que con su actuación de algún modo entretiene y no hace daño a los demás. Pero cuando las alocadas decisiones que alguien toma (o que le hacen tomar) ponen en peligro la estabilidad institucional de una nación, hay que pensar en darle el calificativo que le corresponde: el de “hazmellorar”.
Solo a un hazmellorar —estando los ánimos tan encendidos por las 14 personas que en distintos puntos de Bogotá asesinó la Policía en las noches del 9 y el 10 de septiembre, y que provocaron los archiconocidos actos de vandalismo, después de que según las encuestas apenas 1 de cada 4 colombianos apoya a esa institución— se le ocurre disfrazarse de policía para ir a visitar —de noche— dos de los CAI atacados por la turba indignada. Y se hace (o le hacen) tomarse una foto en medio de ellos, poniendo en abierta provocación su mano derecha uribista sobre el corazón, símbolo gráfico del Centro Democrático y del dueño del letrero, su patrón Álvaro Uribe Vélez.
Hablando a calzón bajado, Iván Duque no es hoy el presidente de todos los colombianos sino el subpresidente de su patrón. Todas las decisiones que hoy toma (o le ordenan tomar) se ajustan al dedillo a lo que el mismo Uribe haría. Es obvio de toda obviedad que es Uribe quien hoy gobierna desde El Ubérrimo sobre persona ajena… y de contera sobre el país entero. Duque apenas se deja ver como un alfeñique, un monigote, un mequetrefe, un abyecto segundón, un vulgar sacamicas, en resumen, una miseria humana, carente de toda dignidad.
Con esa visita nocturna la majestad presidencial quedó por el piso porque cometió la afrenta —deliberada, aleve— de tomar partido por los victimarios y pisotear post mortem a las 14 víctimas inocentes, incluido por supuesto el Javier Ordóñez torturado por agentes de esa institución hasta morir con un riñón reventado, según el informe de Medicina Legal.
Pero no solo pisotea la honra de las víctimas, sino la de los millones de colombianos que nos solidarizamos con el dolor de los deudos y por tanto no pensamos como quien se manifestó abiertamente a favor de los victimarios. Con dicho acto ignominioso, digno de inscribirlo en la Historia Universal de la Infamia, cual si se tratara de un rufián de esquina nos puso a todos sus contradictores en el bando enemigo, nos dijo: “No soy su presidente, soy única y exclusivamente un oficioso servidor del presidente eterno que aquí me puso. Él es mi guía, mi luz, el pastor que me apacienta con suave cayado, es mi todo”.
A este señor le importó un soberano pepino un video revelado por Ariel Ávila donde se demostró hasta la saciedad que “hubo mandos que autorizaron la utilización de armas. Ese cuento de que fue algo espontáneo se desvirtúa. Ellos dispararon contra población civil, ellos podían ver a quiénes disparaban, se ve claramente que no estaban disparando a ciegas. Todo este video desvirtúa las versiones del Gobierno y del ministro de Defensa”.
En medio de tan sombrío panorama, solo es claro que esto no va a conducir a nada bueno. Quieren armar un mierdero bien tenaz, quizás para pescar en río revuelto. Encochinarnos a todos, para que no se note lo cochinos que están quienes han asumido el mando. La polarización que viene en camino será imparable, como si desde el solio de Bolívar estuvieran tratando —a conveniencia del patrón— de empujarnos hacia una guerra civil.
Nunca pasó por mi cabeza que llegaría el día en que estaríamos sometidos por un régimen autoritario fascista (para el caso que nos ocupa, de corte mafioso) al mejor estilo Benito Mussolini, quien supo imponerse por la bota militar mientras establecía un rígido control sobre los medios de comunicación. Siempre pensé que esos tiempos nefastos ya habían sido superados por la humanidad, pero la historia de esta sufrida Colombia se está encargando de demostrarnos que estamos condenados a repetirlos.
Lo que nos falta por lamentar y llorar sobre la sangre derramada —pretérita y futura— es incontable, innombrable, indescifrable.
Y abominable.
Y hoy no tengo nada más que decir, la indignación me embarga.
De remate. Si raspas repetidamente un fósforo hasta que se enciende, no le puedes echar la culpa de la llama a la cabeza del fósforo.
@Jorgomezpinilla