Por Gabriel Ortíz
La pandemia pasó la cuenta y seguirá cobrando por las arbitrariedades y brutalidades que el ser humano ha cometido con el planeta. La venganza y alevosía con que actúa, golpea a los dueños de este globo, en donde más les duele: la riqueza y el poder.
Todos los países buscan evitar, o superar la quiebra de sus economías. En Colombia, se ha atendido con prioridad y abundancia a los más ricos, luego a los medianos y con escasez a los pobres. Se esperaba que el Presidente Duque con su sabiduría económica, nutrida durante su paso por el BID, nos sacara del atolladero, pero parece que, como solía decir el Presidente Valencia, abuelo de Paloma, “pasó por ahí, como un rayo de luz a través de un cristal. Ni siquiera supo del principio básico y respetado desde la conformación de la Institución, que garantizaba siempre la Presidencia para un hispano. Su fascinación por Trump, lo llevó a la perfidia, de comprometer su voto por un gringo.
En esta emergencia, Duque y sus asesores, incluyendo al ministro de los “bonos de agua”, acariciaron con generosidad al sector financiero, al que no ha tocado el coronavirus. Los grandes recibieron dadivosos alivios y los de abajo, nada. El 84% del comercio, no tiene acceso al crédito.
Avianca, una empresa que ya estaba quebrada antes del covid-19, esa que recibió primero un espléndido apoyo con los famosos “viajes humanitarios”, cuyos costos para los millares de colombianos varados por el mundo, fueron y son estrambóticos, nos pide un inusitado crédito blando. La foránea compañía, necesita más y el gobierno se apresuró a ofrecerle 370 millones de dólares, sacados de los impuestos que pagamos los colombianos, “porque hay que salvarla de la quiebra”. No se han contabilizado los otros activos que le proporciona el Estado, representados en las rutas que cubren gran parte del país y del exterior.
Hay quienes estiman que si esos 370 millones de dólares se destinan, por ejemplo a refinanciar los exagerados intereses de las tarjetas de crédito de los colombianos, se generaría una inmediata recuperación del comercio, del consumo y de la producción industrial, que crearían los 4.5 millones de empleos que requerimos con urgencia. En eso, ni en otras formas de restauración y rescate de la economía, se ha pensado. El flamante ministro Carrasquilla, no ha mostrado la cara. Seguramente no tiene formula alguna para salvarse, y ha puesto como “fusible” al joven y competente Viceministro Juán Londoño. ¡Que se caiga el vice, pero el titular no!
El Presidente Duque, debe olvidar las pésimas asesorías, sacar la sabiduría que aprendió de Luis Alberto Moreno y salvar la patria. Aún hay tiempo para salvar ¡primero lo nuestro!
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