Pastor está en el cielo

Pastor Londoño (Q.E.P.D.)

Por Guillermo Romero Salamanca

Era de mañana y en la puerta del cielo, de este 29 de julio del 2020 había una extensa fila. El narrador, humildemente, tomó su ficha y esperó su llamado.

Sentado miraba cómo llegaban más almas benditas al lugar. Casi todos por la pandemia china. Padres de familia, profesores, enfermeros, médicos, ingenieros, periodistas –pocos, pero eran noticia– amas de casa, niños, soldados pasaban al frente de él y le mostraban su sonrisa. No vio políticos. “Cosa rara”, pensó.

De un momento a otro sonó primero una lira y escuchó: “Pastor Londoño Pasos”, casilla 238. En ese momento atronadores aplausos dominaron el ambiente. Futbolistas, aficionados, ciclistas, boxeadores, atletas llegaron en primera fila y luego una serie de cantantes se le acercaron para darle la bienvenida. Saludaban así al más grande narrador de Colombia en todos sus tiempos.

El argentino Leo Marini –conocido allí como Alberto Batet Vitali–, para animarlo le entonó unos versos que bien sabía que conmocionarían al narrador recién llegado: “Dicen que soy borracho, que no valgo nada, que vivo soñando. Pero el mundo no sabe, las penas amargas, que sufro llorando”.

Y entonces más de 500 vocalistas le hicieron el coro: “Que saben de la vida, los que no han sufrido, los que nunca han sentido, una pena de amor…”

–¿Te acordás, le preguntó Leo Marini, cuando fuiste mi presentador en Medellín, Colombia?

–Si, señor, claro, respondió Pastor.

Llegó a la casilla 238 y el ángel encargado comenzó a llenar el formulario de ingreso.

–¿Qué lo trajo por acá?

–Una neumonía.

–¿Fumó?

–Muchos años, pero dejé el cigarrillo como a los 50 años.

–¿Sabía que eso era malo?

–Si señor.

–¿No leía lo que decía en la cajetilla?

–Si señor, pero es que uno joven…

–Esa no es excusa, le dijo severamente el ángel.

–¿Tomó trago?

–Humm…Sí señor.

–Lo sospechaba, pero ¿qué se le puede pedir a un narrador? Por ahí anda también Jaime Ortiz Alvear y cuenta que una vez ustedes se tomaron sus abundantes traguitos tanto que no fueron a trabajar, no asistieron al estadio y les tocó a unos chilenos reemplazarlos.

–Si como no, le respondió apocadamente en acento paisa. Pero había una razón señor.

–¿Qué razón?

–Es que nos pidieron que nos reconciliáramos y como dice la Biblia que, si uno tiene un rencor con un hermano, no puede salir a la calle, sin antes ofrecernos disculpas y eso hicimos. El perdón lo festejamos con un poquito de whisky, pero de ahí en adelante no tuve problemas con nadie. La gente me quería, me saludaba y hasta en Todelar tuve programa todas las tardes a las 2 y 30 en mi amada Medellín. Yo tuve a los mejores periodistas, los de El Tiempo y El Colombiano, porque de allí sacaba las notas. Pero bueno, el tema es que hay que amarnos los unos a los otros.

–Se le perdona, se le perdona. ¿En qué trabajó?

–Fui narrador deportivo.

–¿Eso es trabajo?

–Bueno, lo que pasa es que hay colegas que se complican, pero lo cierto es que no se necesita echar mucha paja para ser un buen comentarista de fútbol”. 

–¿Cómo repartió su tiempo?

–Bueno, también fui futbolista, le pegaba al balón con las dos piernas, cantante de boleros y de la Orquesta Sonora Colombiana, presentador, lector de noticias, redactor, narrador de radionovelas y comentarista deportivo. Tuve muchos amigos, ayudé a todo el que me pidió un favor, fui diligente y acepté humildemente el apodo de “Cara de mango” que mi hija Consuelo me puso. Fui buen padre, buen hermano, buen colega, buen patrón. Me reía con todos. Daba limosnas. Amé a Dios por sobre todas las cosas. Rezaba, poco, pero lo hacía. Me ejercitaba todos los días a las 9 de la mañana. Nadaba. Era obediente y mi jefe, por mucho tiempo, fue don Bernardo Tobón de La Roche.

–Esto último le ayuda, le doy 5 puntos más, le comentó el ángel supervisor.

No era fácil el interrogatorio y el narrador no sabía cómo contestar.

–¿Fue grosero en alguna Vuelta a Colombia?

–Sumercé no sabe cómo era eso. A veces llovía, se tapaban las carreteras, hacía un sol terrible. Se aguantaba. Muy complicado. Yo hice de todo en radio, pero eso sí, nunca supe cómo se enchufaba un cable.

–Aquí nos reímos mucho de sus anécdotas, sobre todo la famosa de Alberto VO5.

–No puede ser.  Uno debe ser recursivo y el dueño de esa marca nos daba una buena propina para saludarlo. Ese pecado se llamaba “engrase” y estaba prohibido.  Entonces, me pusieron de Fiscal al señor Alberto Díaz Mateus. En una curva se me apareció una idea y dije: “Alberto, veo uno, Alberto, veo dos, Alberto veo cuatro y después decía: Alberto Veo Cinco. Y no nos pudieron decir nada. Pero digamos que fue un pecadillo venial.

–Usted me hace reír. Acá lo sabemos todo. Cuénteme señor, ¿Cuáles fueron los partidos que narró con más emoción?

–Yo narré muchísimos partidos. Incontable. El que más recuerdo por su significado nacional fue el de la Selección Colombia contra la Unión Soviética en el Mundial de 1962 en Arica, Chile. Otro famosísimo fue un partido de Independiente Santa Fe, el 7 de noviembre de 1977 en el que se definía la clasificación para la final y el gol lo hizo Carlos Alberto Pandolfi…

–¿Usted narró ese gol de oro?

–Sí señor, cómo no.

–Bienvenido al cielo señor Pastor. Recuerde que fue una anotación de Santa Fe y hay que tenerla para entrar acá.

Salió de la casilla 238 y lo esperaban Fernando González-Pacheco, el gran Ernesto Díaz, quien hiciera ese pase magistral para Pandolfi. Los abrazos con Carlos Arturo Rueda, Alberto Piedrahita, Armando Moncada Campusano, Édgar Perea, Marco Antonio Bustos, Roger Araújo, Alberto Ríos fueron muy celestiales. La belleza de Calero le recordó varias de sus bromas. Sus ídolos como Alberto Beltrán, Libertad Lamarque, Hugo Romani, Celia Cruz le cantaban sus boleros preferidos. Amigos y más amigos lo abrazaban, familiares, seguidores, gente de la radio, le aplaudían. 

Llovía sobre Medellín y algunos incrédulos decían que era por el clima, pero más de uno sabía lo que pasaba en el más arriba.

Se oía el coro de uno de los temas que más le gustaban, interpretado por Hugo: “Quiero escaparme con la vieja luna, en el momento en que la noche muere, cuando se asoma la sonrisa blanca, en la mañana de la adversidad…”.

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