Por Guillermo Romero Salamanca
Es una de las alocuciones presidenciales que más repercusiones ha tenido en la historia moderna. Lo pronunció el presidente Franklin Delano Roosevelt el 8 de diciembre de 1941 ante el Congreso de Estados Unidos, el 8 de diciembre de 1941, luego del ataque japonés a Pearl Harbor.
A las 7 y 48 de la mañana del 7 de diciembre, 353 naves japonesas comenzaron el ataque contra la base en Pearl Harbor y pretendían ser una acción preventiva destinada a evitar que la Flota en el Pacífico de los Estados Unidos realizara acciones contra el Imperio del Japón.
En el feroz ataque murieron 2403 estadounidenses y otros 1178 resultaron heridos, dañaron ocho acorazados, cuatro de ellos fueron hundidos, tres cruceros, tres destructores, un buque escuela y un minador. El bombardeo acabó también 188 aeronaves estadounidenses.
En la tarde, el presidente y su ayudante Harry Hopkins recibieron la llamada del secretario de Guerra Henry Stimson comunicándole el ataque a Pearl Harbor. Luego de una reunión con sus asesores militares, Roosevelt redactó la solicitud al Congreso para declarar la guerra al Japón.
El 8 de diciembre a las 12:30 pm, se dirigió al Congreso. La nación escuchó por radio, la petición del presidente y comenzaba así el ingreso de los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial.
La respuesta del Congreso fue casi unánime, excepto por la abstención de la representante de Montana, la pacifista Jeanette Rankin. A las 4 de la tarde Roosevelt firmó la declaración de guerra.
La historia lo nombró como “el discurso de la infamia”, por la frase con que comenzaba: «Ayer, 7 de diciembre de 1941 —una fecha que vivirá en la infamia— Estados Unidos de América fue atacado repentina y deliberadamente por fuerzas navales y aéreas del Imperio de Japón».
EL DISCURSO
Señor Vicepresidente, Señor Presidente de la Cámara de Representantes, miembros del Senado y de la Cámara de Representantes: Ayer, 7 de diciembre de 1941 —una fecha que vivirá en la infamia— Estados Unidos de América fue atacado repentina y deliberadamente por fuerzas navales y aéreas del Imperio de Japón.
Estados Unidos estaba en paz con esa nación, y, a petición de Japón, estaba todavía llevando a cabo conversaciones con su gobierno y su Emperador buscando el mantenimiento de la paz en el Pacífico. De hecho, una hora después de que los escuadrones aéreos japoneses hubieran comenzado a bombardear la isla estadounidense de Oahu, el embajador japonés en Estados Unidos y su colega entregaron al secretario de Estado una respuesta formal a un reciente mensaje estadounidense. Aunque esta respuesta afirmaba que parecía inútil continuar las negociaciones diplomáticas existentes, no contenía amenaza alguna ni aludía a la guerra o a un ataque armado.
Hay que constatar que la distancia de Hawái desde Japón pone en evidencia que el ataque fue deliberadamente planeado hace muchos días o incluso semanas atrás. Durante ese tiempo el gobierno japonés ha buscado deliberadamente engañar a Estados Unidos mediante declaraciones falsas y expresiones de esperanza a favor de la continuidad de la paz.
El ataque de ayer sobre las islas de Hawái ha causado grandes daños a las fuerzas militares y navales estadounidenses. Lamento decirles que muchas vidas estadounidenses se han perdido. Además, se ha sabido que barcos estadounidenses han sido torpedeados en alta mar entre San Francisco y Honolulú.
Ayer el gobierno japonés también lanzó un ataque contra Malasia.
La pasada noche fuerzas japonesas atacaron Hong Kong.
La pasada noche fuerzas japonesas atacaron Guam.
La pasada noche fuerzas japonesas atacaron las Islas Filipinas.
La pasada noche fuerzas japonesas atacaron la isla Wake.
Esta mañana fuerzas japonesas atacaron la isla Midway.
Japón, por lo tanto, ha emprendido una ofensiva sorpresa por toda el área del Pacífico. Los hechos de ayer y de hoy hablan por sí mismos. El pueblo de Estados Unidos ya se ha formado sus opiniones y comprendido bien las implicaciones para la vida y seguridad de nuestra nación.
Como Comandante en Jefe del Ejército y de la Marina, he decretado que se tomen todas las medidas para nuestra defensa.
Pero toda nuestra nación siempre recordará el carácter del ataque contra nosotros. No importa cuánto tiempo nos tome superar esta invasión premeditada, el pueblo estadounidense con su honrada fuerza triunfará hasta la victoria absoluta.
Creo que interpreto la voluntad del Congreso y del pueblo cuando afirmo que no sólo nos defenderemos al máximo, sino que conseguiremos que esta forma de traición nunca más nos ponga en peligro.
Las hostilidades existen. No hay que cerrar los ojos al hecho de que nuestro pueblo, nuestro territorio y nuestros intereses están en grave peligro.
Con confianza en nuestras fuerzas armadas —con la ilimitada determinación de nuestro pueblo— obtendremos el inevitable triunfo, con la ayuda de Dios.
Pido que el Congreso declare que desde el ataque no provocado y vil de Japón el domingo 7 de diciembre de 1941 existe el estado de guerra entre Estados Unidos y el Imperio japonés.