20 de julio. Vuelve y juega el florero de Llorente

La intolerancia del 20 de julio de 1810 llamada como "el grito de independencia de Colombia". Ilustración Wikipedia

Por Óscar Domínguez Giraldo

Don José González Llorente, el chapetón al que se otorga la paternidad responsable de nuestro primer berrido de independencia el 20 de Julio de 1810, no era ese ogro que nos han pintado los historiadores. Era más bien un expobre con plata que había hecho su riqueza exportando quina que entonces servía hasta para remedio. La fiebre le corría leguas, para no ir muy lejos.

Llegó a Santafé y en un dos por tres ya estaba casado con doña María Dolores Ponce, hija de don Luis Manuel Ponce y doña María Ignacia Lombana. Eran pobres pero honrados. Ahora no importa mucho no ser honrado. La gente de hoy primero se enriquece y después se honradece, al decir de don Tomás Rueda Vargas.

Cómo sería de buen tipo Llorente – nadie sabe en qué encrucijada o atraco callejero perdió su primer apellido- que a la muerte de su suegro se echó encima a su suegra y a sus once cuñadas. 

Algo más heroico hizo don José: ¡las casó a todas con un buen partido!, anticipándose a lo que sucede en “Orgullo y prejuicio”, de Jane Austen. Cuenta el versado y prolífico historiador santandereano Antonio Cacua Prada que don José, o Er Pepe, como le decían sus amigotes de paellas, trago y viejas, tenía fama de mal hablado. Algo así como su paisano Quevedo y Villegas pero sin su poesía. 

La frase “me cago en los criollos” (perdón por lo de criollos), que le atribuyen, parece que fue el punto de partida de nuestra liberación. Dicho de otra manera: si nuestro idioma español no tuviera palabras de tan grueso calibre para tirarse al prójimo, estaríamos batiéndole incienso todavía al rey Don Felipe.

(A los españoles les decían despectivamente chapetones “durante el período colonial y las guerras de independencia”, según el Caro y Cuervo. A mí que me esculquen pero chapetón también es un insecto chupasangre y no estoy sugiriendo un carajo).

El santandereano Cacua Prada que conoce nuestra historia con puntos, comas y puntos y comas, sostiene que Er Pepe no usaba léxico de verdulera. Pero tenía la fama del tal, que es tres veces peor. 

Los criollos que conspiraban en el Observatorio Astronómico, bajo la batuta del caucano sabio Caldas, consideraron que podían aprovechar la circunstancia de que el español maltrataba a los criollos para alebrestar el pueblo y armar un MMMtierrero de la madona. (Si pasas por el Palacio de Nariño, sede presidencial, aprovecha, viajero, para conocer el Observatorio).

¿Quién iba a pensar que gente que se trasnochaba buscando cometas errantes y estrellas fugaces cuando lo permitían los cúmulos nimbus, se dedicaba también a conspirar contra las tales instituciones? 

Se tenían confianza para conspirar el sabio Caldas, don Francisco Morales y su hijo Antonio, Camilo Torres, don Luis Rubio, Joaquín Camacho y pare de contar, para no alargar el chico de billar histórico.

Los criollos se iban volviendo adultos, querían poder, que se les tuviera en cuenta. Los españoles los consideraban unos buenos para nada. Los ninguniaban que daba miedo.

¿Pero cómo canalizar la insatisfacción? Después de varios días de conspirar y de no buscar cometas, los del Observatorio resolvieron que como el influyente González Llorente despotricaba de los nuestros que daba gusto, a través de él, le iban a poner el cascabel a ese gato. El chapetón que se enoja con la provocación, y los criollos que le arman el acabóse, el despiporre, el no me quieras Margot.

MAL DIA PARA LA REVOLUCION

Entonces, manos a la obra. Para despistar al enemigo, aprovecharon el peor día de la semana para hacer una revolución: un viernes, cuando todo el mundo –el de 1810 y los que vinieron después- está pensando en pasarla bien durante el fin de semana. Ese viernes era 20 de julio. El viernes saca la semana del anonimato.

El susodicho González Llorente tenía su negocio en un sitio clave en una esquina de la Plaza de Bolívar. Allí queda ahora el Museo- Casa del 20 de Julio, en la carrera Séptima con calle once, a un costado de la Catedral y a solo tres casas de una tienda (La Puerta Falsa) donde venden aguapanela con pan y quesito, tamales, y toda clase de viandas rolas y dulces de la Sabana. Los diabéticos bogotanos pasan por la acera de enfrente para evitar la tentación.

Foto ODG

Llegado el día D, los conspiradores vestidos con sus mejores galas, le caen a González Llorente, le sacan la piedra (entonces no se le decía así al cuarto pecado capital), el chapetón les canta la tabla, repite que se caga en los criollos que deciden darle su buena muenda. Dicho en la jerga actual le dieron en la jeta.

Don Antonio Morales conecta varios directos a la mandíbula del europeo. Mientras le cascan a González, los demás de su séquito alebrestan a los parroquianos. Empieza a engordar la audiencia de criollos alrededor del negocio de Llorente.

Como la situación se había puesto color de hormiga para el español, sus patrióticos verdugos deciden llevárselo a una casa vecina para evitar el linchamiento. Eso se llama matar el tigre y asustarse con el cuero.

¿Y DEL FLORERO QUE?

Bueno, preguntarán los héroes que han llegado hasta aquí: ¿Y del tal florero de Llorente qué? Vamos por partes, como diría mucho después Mr. Jack, el Destripador de Londres.

Por esos días era esperado en estas tierras de mi Dios don Antonio Villavicencio, enviado especial del Rey de España.

Don Lorenzo Marroquín, otro criollo muy principal, fue comisionado para que le pidiera prestado a González Llorente, o a Llorente, que es lo mismo, un florero muy bonito que tenía. Le explicarían que lo querían para exhibirlo en la mesa donde Villavicencio pondría sus ilustres nalgas, todavía averiadas por el maltrato del camarote en la travesía del charco que era el medio de comunicación preferido entonces. (Bueno, tampoco había otro).

Para el historiador Cacua Prada -que parece que hubiera estado allí- fueron dos episodios diferentes: el de la camorra que le montaron al español y la petición del tal florero, que salió a relucir con el tiempo y un palito, contado por el Tribuno del Pueblo, don José Acevedo y Gómez. 

El florero que dicen que no quiso prestar González Llorente y usado como pretexto para la historia de la Independencia de Colombia.

A la larga, parece que no hubo florero, ni ocasión de utilizarlo, ni banquete, ni nada. Pero los historiadores también pagan arriendo, comen, sus hijos van a la escuela, y por eso escriben sobre historia. Simple.

El cuento es que la gente se enojó, González Llorente nunca fue linchado, pero allí se incendió la flama revolucionaria, para decirlo en palabras de los poetas del centenario.

La gente no quería toda la libertad. ¿Qué hacer con toda la libertad de un día para otro? Tanta libertad empalaga. Es como comer langosta y caviar todos los días. 

En el alboroto, la gente gritaba ese viernes poco cultural: “Viva el Rey y muera el mal gobierno”. O sea, todo con Fernando, el Rey, nada con sus enviados a bordo de las chalupas de Colón y sus descendientes.

Gracias a lo ocurrido aquel 20 de Julio, los criollos se fueron cogiendo confianza y poco a poco se las ingeniaron para quedarse con todo el poder. Claro que después vino la reconquista, fusilaron hasta el gato, y tal y pascual, pero esa es harina de otro costal.

Y gracias (¡de nada¡) a la sospecha histórica de que González Llorente, el chapetón del florero, o Llorente, era un mal hablado y se subía rápido, como el Alka-Seltzer, ahora caminamos solitos por la vida. (Líneas sometidas a latonería y pintura)

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