
Una historia –casi- inédita del Cártel de Cali:

Primero escudo y luego féretro. Así fue el ciclo vital de Rhadamés Trujillo Martínez, asesinado por órdenes de los jefes del cártel de Cali, a quienes sirvió durante una década en la estructura de trasiego de cocaína por Centroamérica. Hijo de Rafael Leonidas Trujillo, el dictador de República Dominicana, terminó, como su padre, en una “fiesta del chivo”.
Por Fabio Castillo
1. La Sangre de «El Chivo»
“El Señor lo espera en la finca este fin de semana”, escuchó Rhadamés Trujillo al otro lado de la línea telefónica de Cali, la ciudad colombiana sede del cártel de la cocaína más usada del mundo. Un frío recorrió su espalda. Algo había salido mal. Poco había temido hasta entonces, pues ser hijo de un ex presidente –así fuera llamado El Chivo y en la prensa lo calificaran de dictador- era una protección ante la mafia y también ante las autoridades, que respetaban a su ancestro. Pero una invitación directa de Miguel Ángel Rodríguez Orejuela no podía menos que significar problemas. Serios problemas.
“Es su cumpleaños” agregó la voz distorsionada electrónicamente teléfono satelital, que parecía deducir del silencio un temor, sensación que estaba obligado a disipar. Eran las instrucciones que había recibido minutos antes: ganarse su confianza a cualquier precio.
La aclaración cumplió su cometido, y en los siguientes minutos intercambiaron, en claves más o menos herméticas, las indicaciones sobre el número de vuelo que Rhadamés tomaría en Panamá, donde operaba su empresa encubierta de exportación de cocaína en bultos de café, y el tipo de pasaporte con el que se identificaría.
“Es una reunión familiar” puntualizó de nuevo la voz al otro lado de la línea. “El Señor agradecería que así sea, pues”, escuchó el inconfundible acento que individualiza a los originarios de esa región colombiana. “Entonces seremos cuatro”, dijo Rhadamés, más confiado todavía, pues los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela siempre destacaban la importancia de que sus asociados tuvieran una familia regular, no importaba que ellos tuvieran cuatro distintas.
Pero Rhadamés Trujillo habría tenido más de una razón para estar preocupado. En los meses anteriores a esa conversación, Miguel Rodríguez había hecho un seguimiento paso a paso de todas las personas que habían tenido conocimiento del envío de tres cargamentos de cocaína que había incautado la policía en Panamá y los Estados Unidos. Y en todos los casos, Rodríguez concluyó que Trujillo era, cuando menos, uno de los responsables. Y ello sólo podía significar que colaboraba con la justicia estadounidense.
La fiesta de su cumpleaños sería la disculpa perfecta para deshacerse de los asociados incómodos.

Foto de Trujillo Martínez antes de su desaparición en Colombia durante uno de sus viajes de «negocios»
El cártel de Cali, dirigido en la última década casi de forma exclusiva por los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, es acusado de movilizar el 80 por ciento de la cocaína que ingresa a Estados Unidos. Mantiene una muy bien mimetizada red de lavado de dinero para garantizar el movimiento de cuando menos dos mil millones de dólares que, según cálculos de las autoridades, significarían esa cantidad de droga luego de ingresar en los grandes círculos de consumo estadounidense.
Según reportes oficiales, en Colombia se procesan al año unas 550 toneladas de cocaína.
Los dos hermanos están encarcelados en prisiones colombianas de “alta seguridad” desde el segundo semestre de 1995. Sin embargo, una veintena de detenidos en Miami y Washington han jurado ante diversas cortes que ellos mantienen el control absoluto de su organización.
Gilberto Rodríguez se ganó el mote del “Ajedrecista” a mediados de los años 80, cuando burló un primer círculo que le tendió la DEA en Nueva York. Jugadas calculadas de control de su red de seguridad le advirtieron que, pese a portar un pasaporte venezolano a nombre de Roberto Matarraz, había sido identificado y se esperaba su captura en cualquier momento.
Las autoridades le perdieron el rastro y sólo volvieron a tener noticia suya en noviembre de 1984, en Madrid, España, donde fue capturado para ser extraditado a Estados Unidos.
Cuando todos esperaban verlo ante un juez federal estadounidense, Rodríguez hizo fotocopiar los cargos que cursaban en su contra, y logró que venal un juez colombiano le abriera un proceso en su ciudad natal con esa copia. Un ex procurador español invocó el principio de derecho internacional según el cual la concurrencia de cargos primaba en el derecho de Colombia pata juzgarlo. Rodríguez logró capear la extradición. De regreso en Colombia un juez estudió los cargos y los rechazó por encontrarse plasmados en simples fotocopias. A Gilberto le tomó apenas un par de meses recuperar su libertad.
Su hermano Miguel aparecía entonces como un hombre de empresa y líder deportivo, que expresaba vergüenza en público por las actividades de Gilberto.
Estados Unidos decidió conformar entonces un equipo destinado a perseguir las actividades de los hermanos Rodríguez. William Mockler, analista de inteligencia de la DEA (la agencia antidrogas estadounidense) en Washington y Edward Kacerosky, agente de la Aduana en Miami, comandaron el equipo intergubernamental. La operación empezó a rendir frutos. Primero fue el tesorero del cártel, el chileno Alfonso Pallomari, y luego su jefe de seguridad, Jorge Salcedo, quienes se entregaron a la agencia anti drogas de Estados Unidos como testigos, poniendo al descubierto gran parte de su red económica y de distribución de droga. Más tarde se logró desarticular el equipo jurídico en Estados Unidos. Dos abogados, Michael Abell y William Moran, ex funcionarios del Departamento de Justicia, fueron juzgados y condenados como escudos de los Rodríguez en Washington.
La estructura íntima del cártel estaba al descubierto. Y uno de los primeros nombres que salió a relucir fue el de “el doctor Rada”, como una pieza clave en la organización en Centroamérica. El cártel, explicaron los testigos, mantenía una estructura “de escalera” hacia Nueva York y Miami. La cocaína se concentraba en Cali, antes de escoger la ruta de tránsito y el sistema de transporte, dijeron. Una vez definido este punto, la droga se enviaba a una bodega en Panamá, donde era almacenada hasta que estuviera dispuesta la nueva ruta. En Panamá había una infraestructura de empresas que podían empacar la droga como productos alimenticios, o se le podía distribuir hacia las bodegas que, con el mismo propósito, se habían montado en Guatemala, Honduras y Costa Rica. El eje de esa estructura, dijeron, era Rhadamés Trujillo, el hijo del Chivo.
2 . La vida del hijo de El Chivo
Los dos hijos del dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo (1891-1961) fueron cristianizados con los nombres de los protagonistas de la ópera Aída, una historia de amor y traición, muy cercana por cierto a lo que sería la propia trayectoria de sus vástagos. Trujillo se mantuvo en el poder durante 30 años, en una grotesca dictadura basada en obras públicas y puño de hierro.
El mayor de sus hijos hombres se llamaba Ramfis, como el sacerdote de la obra de Verdi. Investido por su padre como general a los diez años de edad, tomó el control del poder tras el atentado mortal que sufriera el generalísimo, el 31 de mayo de 1961. Ramfis desbocó la ira por el asesinato de su padre contra toda la oposición, con torturas y asesinatos indiscriminados, que le minaron cualquier respaldo de apoyo político o social. Fue embarcado, en diciembre de ese mismo año, junto con toda su familia con destino al único país que aceptaba recibirlos, la España del también generalísimo Franco. Con la fortuna familiar confiscada en la entonces llamada Ciudad Trujillo, hoy Santo Domingo, se inició una escala de complots fallidos, en medio de pasiones europeas desbordadas, que concluyeron con su muerte en un accidente de tránsito.
Le seguía Rhadamés, como el general egipcio protagonista de Aída, quien fue a lo largo de sus 55 años de vida un trashumante, ávido de recuperar los esplendores que conoció en su infancia, y de los que fue privado cuando apenas tenía 19 años. Como hijo menor del dictador, disfrutó también de sus privilegios. Su rostro apareció silueteado con la elegancia de un dios griego en una estampilla de correos para conmemorar un torneo de polo de 1959, cuando fue capitán de la selección de su país, y también un año más tarde, aunque ahora más discreto, pues la emisión conmemoraba la inauguración del puente Leonidas Rhadamés.
Luego de vivir algunos años en España como jugador de polo y criador de caballos de pura sangre, viajó a Costa Rica, donde invirtió su dinero en un desarrollo turístico en el departamento de Limón, cerca de su aeropuerto internacional. De acuerdo con una investigación que realizara en 1995 la periodista Giannina Segnini, de La Nación, Trujillo ingresó a su país en 1984, precisamente el año en que Gilberto Rodríguez Orejuela fuera detenido en España con fines de extradición.
En una entrevista en ese mismo diario, Rhadamés anunció que llegaba al país para librar un proceso judicial para recuperar una fortuna de 600 millones de dólares. Ese dinero era propiedad de su padre, pues acababa de descubrir unos documentos que así lo acreditaban y estaba dispuesto a dejar su piel en la batalla jurídica. Fue su última aparición en público. Un año más tarde había resuelto irse a vivir a Panamá, donde montaría un almacén de venta d repuestos de avión.
3 . Chivo al Cártel.
En Panamá hay pocos registros públicos de la vida social de Rhadamés antes de 1994. Figuraba hasta entonces como un próspero hombre de negocios y administrador de empresas, que usaba un yate privado para recorrer el canal con invitados de todo el mundo. Viajaba con alguna frecuencia a Estados Unidos, país que le había suministrado un pasaporte, aunque la regularidad de sus vuelos internacionales se daba con Colombia. Estos desplazamientos los explicaba fácilmente, pues una de sus sociedades operativas en la Ciudad de Panamá tenía como objeto tostar y empacar café.

Pero desde varios años antes Rhadamés había optado por correr la misma suerte violenta de su padre, cuya vida fue radiografiada en la novela La fiesta del chivo, del escritor peruano Mario Vargas Llosa.
A mediados de los años ochenta, Rhadamés ya había ganado méritos para figurar en reportes de inteligencia. Pero no relacionados con los complots de la familia, sino en investigaciones de lavado de dinero con el cártel de Medellín. Según esos primeros recuentos, Trujillo había manejado operaciones de transferencia de dinero en Suiza. Entre sus clientes figuraban algunos de los más conocidos miembros de esa organización.
Al menos desde 1990 Trujillo había montado una estructura de empresas de café, hortalizas y maquinaria desde Panamá y que, según los testimonios brindados por los arrepentidos del cártel de Cali, hacían parte de la “escalera” que empleaban para almacenar droga en Guatemala, Honduras y Costa Rica, antes de ser enviada a los Estados Unidos.

Imagen de Taino Coffe
Se trataba de la tostadora y comercializadora Gilka SA, que empacaba café al vacío en bolsas de 250 gramos. La mitad era coca. El café figuraba con las marcas comerciales Yarí y Taíno Coffee, y en los años siguientes se harían incautaciones de cargamentos escondidos bajo esos nombres en Miami, Madrid, Moscú y Santo Domingo.
El primer incidente con ese nuevo esquema ocurrió el 13 de mayo de 1990, cuando las autoridades se incautaron de 150 kilos de cocaína en Playa Herradura, en San José de Costa Rica. Pero las sospechas que terminaron con la orden de la muerte de Rhadamés se empezaron a sembrar en mayo de 1993, cuando cayó un cargamento en Miami. La ruta y los medios apenas se estrenaban en esa dirección. Alguien había traicionado a la organización.
Un narcotraficante no es más que una ruta, una avioneta y un político que los proteja. Pero en ese momento los Rodríguez correspondían a la definición clásica de poder subterráneo. Estaban acusados se haber contribuido con millones de dólares a las campañas presidenciales exitosas de Colombia, México y Guyana. Manejaban un complejo entramado para lavar dinero con la venta de pases de jugadores de fútbol entre México, Argentina, Chile y Colombia. Uno de sus hombres más cercanos había construido en Cali una réplica de la Casa Blanca como su despacho personal. Las agencias de inteligencia que los controlaban creían tener razones para ver sus capitales en tres empresas de aviación internacional. “No más intermediarios. Miguel Rodríguez a la Presidencia” decía un grafiti pintado a pocas calles del palacio de gobierno en Bogotá. Vivían su época de oro.