Los Danieles. No llegar a «Guatepeor»

Enrique Santos Calderón

Enrique Santos Calderón

El hundimiento de la reforma de la salud puede tener diversas explicaciones: falta de concertación, rigidez ideológica, maximalismo presidencial, sectarismo oposicionista…  Lo que no se discute es que representa el más duro revés político sufrido hasta ahora por Gustavo Petro, quien no se quedará de brazos cruzados. Inquieta, pues, su reacción ante este traspiés.

La decisión, por ejemplo, de intervenir las EPS y al mismo tiempo poner en marcha un “proceso constituyente” para generarle piso popular a sus reformas. Para millones de colombianos estatizar la prestación de servicios de salud sería regresar a la desastrosa época del Seguro Social. Y aunque el presidente ha dicho que no se trata de eso, sino de purificar las EPS —que harto lo necesitan—, su proyecto de reforma no fue conveniente ni convincente.

Para el ex minSalud Alejandro Gaviria “no tiene sentido ni razón” y para el expresidente César Gaviria es un retroceso que “produciría miles de muertos”. En términos menos apocalípticos, un estudio citado estos días por el profesor Jorge Restrepo encontró que tras cada intervención de una EPS la mortalidad de sus afiliados aumenta hasta en 25 %. Cifra impactante, que habla por sí misma.
 
Fue grande, en fin, el desgaste de una frustrada reforma cuyo trámite duró más de un año, rompió la coalición de gobierno y deja lecciones de procedimiento político que el presidente no ha asimilado o no le interesa asimilar. En lugar de procurar como jefe del Estado una colaboración armónica de las ramas del poder público, prefiere cuestionarlas a todas. Corte Suprema, Consejo de Estado, Planeación Nacional, Congreso, Policía Nacional y la propia Corte Constitucional son blanco de los dardos envenenados de un presidente que desacredita las instituciones de un Estado social de derecho que se supone que él representa. Pero ya lo ha dicho: este Estado no es social, ni de derecho y “no deja gobernar”. Sus críticas a Fedecafé y a otros gremios privados son tema aparte.

Yo entiendo que Gustavo Petro se sienta aislado y decepcionado. Pero debería preguntarse hasta dónde él mismo contribuye a cavar su propia fosa. Una actitud displicente y reclusiva, un discurso innecesariamente provocador, poca voluntad para construir consensos y un tedioso izquierdismo doctrinario explican la resistencia que genera entre tantos colombianos. Su lenguaje “incendiario”, como lo llama Eduardo Pizarro, no contribuye a apaciguar los ánimos.

Al golpe de la reforma de la salud se suma el nulo avance de los proyectos de reforma política y pensional, de sometimiento a la justicia y de humanización carcelaria, o la pérdida de la presidencia del Senado. Sin mencionar los tropiezos del otro eje fundamental de su gestión: la “paz total”. El crecimiento de las disidencias Farc y el nulo avance en negociaciones con elenos y paracos no suscitan mayor optimismo en este frente, que se pensó que un mandatario de izquierda manejaría con más claridad y preparación.

Un panorama bien complicado, con una economía desfalleciente y apagones a la vista, que el presidente debe analizar con realismo y cabeza fría. El palo no está para cucharas. Ni para meterle “procesos constituyentes” o agitaciones populistas que nos lleven de Guatemala a Guatepeor.

  
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El ejército de Israel ha dicho que la muerte de siete miembros de una misión humanitaria en Gaza fue una “trágica equivocación”. ¿Porque eran europeos y australianos? ¿Qué decir de las más de 33.000 víctimas palestinas, en gran parte mujeres y niños, que desde hace seis meses han dejado sus incesantes bombardeos? ¿Gajes inevitables de la guerra, como alega Netanyahu?

Más allá de la discusión sobre si la conducta de Israel constituye legalmente un genocidio, lo que resulta innegable es que ha incurrido en inaceptables crímenes de guerra al sitiar a una población por hambre, impedir (hasta hace tres días) la llegada de medicinas y alimentos y no diferenciar entre combatientes y población civil inocente en sus bombardeos y ataques con drones. Cuesta trabajo creer que el país con la más sofisticada tecnología militar cometa estos errores. 

Como ya antes lo he expresado, fui entusiasta partidario del Estado de Israel en su gesta por defender el derecho a existir frente a la hostilidad de un vecindario árabe empeñado en negárselo. Lo he visitado en varias ocasiones, trabajé en sus “kibutz” y admiré a personajes como Ben Gurion, Golda Meier y el  general del parche en el ojo MosheDayan en las guerras del 56 y 67, cuando consolidó su existencia y la joven patria judía gozaba de amplia simpatía mundial después de los horrores del Holocausto.

Hoy, salvo el apoyo ya casi vergonzante de Estados Unidos, Israel está solo en el mundo. No es difícil entender por qué.

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