Desvertebrada. Decíamos antier

La sota de bastos, mi tercer amor platónico… Luego fui afinando el gustico.

Por Óscar Domínguez Giraldo

Siempre regreso  de vacaciones despistado, como acabado de salir de vespertina. Confundo el norte con el sur, el oriente con la sota de bastos, mi tercer amor platónico después de mamá Eva y de Jane, la mujer de Tarzán.

En vacaciones somos ricos sin plata. Pasaremos el resto del año tapando huecos económicos.

El espejo se extraña al verme. “A este garufa lo he visto en alguna parte”, me dice desde su silencio mudo. Los espejos de los hoteles parecen hechos para halagar a los huéspedes. El espejo personal, enemigo íntimo que cuestiona nuestras certezas, no sabe mentir. Nos retrata de cuerpo entero.

Al retomar la escritura, los que aplastamos teclas sudamos la gota  gorda en busca del adjetivo perdido. Tratamos de crear  “metáforas bien atrevidas” como la que nos exigía el profesor de literatura, empeñado en vernos en Estocolmo, muertos del frío pero reclamando el chequecito. Y la inmortalidad de peluche que otorga el Nobel, claro.

Los periódicos acumulados nos recuerdan que el hombre de las cavernas, modelo 2024, sigue pateando su mundo.

Tan pronto como me bajo del bus aéreo retomo la lectura de “Salvo mi corazón todo está bien”, el bello obituario de 356 páginas que escribió Héctor Abad sobre un cura bueno.

Retomo los crucigramas, ajedrez con palabras cuya solución aplaza la cita con el alemán. Dicen.  Reto a mi computadora de ajedrez. En los niveles más bajos, por supuesto, para poderla derrotar. Ni bobo que fuera.

Me pongo al día con Mafalda, Olafo, Carlitos,  encargados de ponerle la cuota zen, de sensatez, a la cotidianidad. El  esfuerzo que hago para ponerme al día con estos cómplices es similar al que realizo cuando trato de retomar el sueño erótico interrumpido  cuando estaba a punto de coronar dama.

Nacho, mi chihuaha, me presenta apremiantes pliegos de peticiones con la cola. Su petición estrella es que lo lleve al parque a reencontrarse con el arrocito en bajo de cuatro patas con el que sueña mandar pa´l carajo el voto de castidad que le impusimos. 

El dinosaurio bonsái que nos acompaña con el alias de lagartija nos  regala su monótona melodía. Los pájaros, “beethóvenes” con alas con los que redistribuimos el ingreso, se alegran con la llegada del rico epulón que volvió a ponerles plátano. Y agua en este verano tan pavoroso que vivimos.

Que no falten los propósitos. Son los mismos de otros años: aprender sánscrito, inglés, ser  mejor tipo como lo prometí si sobreviví a un cáncer,  compartir más. Ninguno se ha cumplido. Algo que me alegra porque si se cumplen los sueños se nos agota  la agenda.

Con el rabillo del ojo leo los obituarios del periódico para saber qué conocidos desocuparon el amarradero. Es un truco para sentirme inmortal mientras esté vivo… 

Inevitable recordar al colega que jamás sacaba vacaciones para evitar que  se dieran cuenta de que no hacía falta. Algo parecido sentí  con mis vacaciones como columnista…

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