Los Danieles. El pasado en presente

Enrique Santos Calderón

Enrique Santos Calderón

El retiro de las condecoraciones del general (r) Armando Arias Cabrales coincidió con la sorpresiva invitación de MinCultura a conmemorar los cincuenta años del robo de la espada de Bolívar por el M-19. Coincidencia desafortunada, me parece, porque agita un cotarro de negativas emociones acumuladas que le hace daño al anhelo de reconciliación nacional que necesita el país.

A los militares la decisión les cayó tan mal que algunos están proponiendo hacerle un homenaje a Arias Cabrales y otros, como el general (r) Rafael Colón, la atribuyen a “sentimientos de rencor y venganza del presidente», presuntamente porque en 1985 Gustavo Petro fue detenido por Arias cuando este comandaba la XXII Brigada. Lo cierto es que las relaciones entre el M-19 y el Ejército han pasado por episodios tan traumáticos como la tragedia del Palacio de Justicia, la toma de la embajada dominicana y el robo de las cinco mil armas. No es descartable, pues, que las viejas suspicacias y tensiones que han existido entre las FF. MM. y el presidente se agudicen tras este caso de las condecoraciones. Mala cosa de cara al de por sí perturbado panorama de orden público. 

Desde 2011 un juez sentenció a Arias a treinta y cinco años de cárcel por la desaparición de varias personas a raíz del Palacio de Justicia, cuya retoma fue dirigida por él. La decisión fue ratificada por el Tribunal Superior de Bogotá, y luego por la Corte Suprema. Hace un año fue expulsado de la JEP, a la que se había acogido, porque no satisfizo el derecho a la verdad de las víctimas y ahora, a los 87 años, es despojado de sus condecoraciones.

La legalidad de la medida parece no tener discusión aunque cabe preguntarse si, dados los antecedentes, Petro era el presidente indicado para aplicarla. Resulta significativo en todo caso que hace tres meses la embajada de Estados Unidos haya hecho saber que le había cancelado la visa al general Arias Cabrales. Es inusual que Washington se refiera al retiro de visas a extranjeros, salvo que quiera enviar un mensaje. En este caso, el de que personas condenadas por violación de los derechos humanos no podrán ingresar a ese país (si mal no recuerdo, Arias había querido viajar a USA).

Mas allá de su solidaridad de cuerpo con el general cuestionado, las mentes más reposadas de la Fuerzas Armadas seguramente tendrán en cuenta las lecciones de lo sucedido.
 
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El libro de Carlos Lehder sobre sus andanzas criminales generó despliegue mediático digno de mejor causa. Portada de Semana, larga entrevista en La W, reencauche de la serie El Cartel de los sapos en Caracol TV y hasta retransmisión en el canal oficial RCTV del documental de 2012 sobre las víctimas de Pablo Escobar, entre otras muestras de una “herencia traqueta” que parece ya parte inseparable de la realidad y  —me atrevería a añadir— de la cultura nacional.

Vida y muerte del Cartel de Medellín se titula la memoria del resocializado narcotraficante que ya se vende como pan caliente y será tema de próximo documental y película de productores gringos. Para no hablar de la serie de Netflix dedicada a la sanguinaria mafiosa Griselda Blanco que se estrena la semana entrante. No hay escape de un pasado que nos persigue sin remedio y es —y seguirá siendo— tema permanente de los medios (para la muestra esta columna) mientras la “traquetización” del país siga copando la actualidad.

El libro de Lehder recrea la época de los “cocaine cowboys” colombianos que tanta balacera protagonizaron y tanta prensa mojaron en Estados Unidos. Abunda en reveladores detalles, anécdotas y personajes de esos años setenta y ochenta cuando las fortunas instantáneas y el afán de lucro, las extravagancias y los delirios de grandeza, las traiciones, muertes y venganzas de toda índole acompañaron el surgimiento del negocio del polvo blanco. 

Solo un tipo que vuelve a la libertad tras treinta y tres años en una cárcel en EE. UU. puede narrar con tan franca desfachatez sus peripecias y excesos. Lo cual no significa que todo lo que dice sea cierto. Sus relaciones con Cuba y la reunión con Raúl Castro suenan verídicas, al igual que el encuentro con Tirofijo y los arreglos económicos con las Farc. No así lo que insinúa del expresidente López Michelsen como artífice de una célebre reunión en el Hotel Intercontinental de Medellín con Escobar y otros capos de la droga para la financiación de su campaña.

La cantidad de políticos, funcionarios y policías sobornados que menciona Lehder retrata hasta dónde había avanzado el poder corruptor del narcotráfico. Fenómeno que hoy el país ya conoce de sobra y que si acaso ha empeorado. Una historia más olvidada, pero que resulta necesario tener siempre presente, es la de las víctimas de Escobar y el Cartel de Medellín, que el programa que retransmitió RCTV nos recuerda con impactante crudeza. Conmueven hasta los tuétanos las lágrimas y el dolor de las viudas de los más de quinientos policías asesinados por orden de Escobar e indigna la forma como el gobierno les incumplió las promesas de vivienda, salud y educación. Sus esposos e hijos dieron la vida por el Estado y ellas terminaron solas y olvidadas.
 
PS1: El fiscal Barbosa remata una deplorable gestión con comparaciones del presidente Petro y Pablo Escobar. Un despropósito que pinta bien la manera en que ha utilizado su alta investidura para una descarada autopromoción política.

PS2: Increíble que después de tantos años y costosas tentativas, la Policía aun no haya logrado que funcionen los bloqueadores de señal celular en las cárceles colombianas, desde donde el hampa planifica y ordena la gran mayoría de extorsiones que padecen ciudadanos y comerciantes. Así no se puede.

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