Vidas para lelos: Gabriel y Egan (1)

Foto Conexión Capital

Hace un año, Egan  Bernal ganó el tour de Francia. Este año le tocó dar un paso al costado por enfermedad. Prometió volver. Recorderis de su magnífica faena en 2019.0d 

Por Oscar Domínguez Giraldo

A García Márquez Gabriel lo depositó la cigüeña en Aracataca, municipio de nueve letras como Zipaquirá, donde se crió y se hizo hombre Bernal Gómez Egan. 

Gabriel significa varón de Dios, fuerza de Dios; Egan, nombre impuesto por el médico que lo trajo al mundo, llamaron los dioses al primer fuego. 

Ambos son de origen humilde. No hubo cuna dorada, tapete cebra ni arzobispo que les echara el agua bautismal. 

Ninguno de los dos se imaginó que serían premios Nobel en literatura y en ciclismo. 

Ambos utilizaron la misma sal en tierras del zipa. 

Gabo logró su primer éxito de niño cuando vaticinó la muerte del contrincante de ajedrez de su abuelo. 

Egan alcanzó sus primeros triunfos como segundo indomable zipa corriendo en triciclo. El indomable zipa original fue Efraín Forero, ganador de la primera vuelta a Colombia que era para héroes, no para mortales. 

Egan Bernal en compañía de Rubencho Arcila, as de la narración deportiva, Cochise Rodríguez, Santiago Botero y Fabio Parra. 

García pisó tierra de cachacos por primera vez en enero de 1943. Egan estuvo por vez primera en Bogotá el 13 de enero de 1997, cuando nació. Su familia vivía en Zipaquirá donde lo hicieron mamá Flor y papá Germán. Como no había cama pa tanta gente en el pabellón de maternidad del pueblo, arrancaron para Bogotá donde nació la criaturita. 

Dos días después, papá y mamá agarraron al bebé y lo que regresan al país de la sal, donde harían a Ronald, el segundo vástago. Lo cuenta el zipaquireño Gustavo Castro Caycedo, autor de “Cuatro años de soledad” que recrea la vida del Nobel en el pueblo donde estudió bachillerato y del que habló pestes inicialmente. 

Menos mal, el caribe García aterrizó en Zipaquirá donde adquirió el “sarampión literario”, según confesó. Menos mal (¿¡) Egan se fracturó la clavícula cuando se preparaba para el giro de Italia. Lo esperaba el tour. 

En 1945 al joven poeta García le tocó acompañar al rector de su colegio a una cita en Palacio con el entonces presidente Alberto Lleras, su futuro amigo. Cuando Egan regrese a Colombia tiene cita con el presidente Duque, quien primero le afrijoló la Orden al Mérito. Gracias a una “jugadita” a lo bachiller Macías, expresidente del Senado, se la cambiaron por la Cruz de Boyacá. 

García y Bernal son tímidos como suspiro de monja. 

Gabo aguantó gurbia en París cuando conoció el Arco del Triunfo, el mismo que le sirvió de escenografía a Egan al ingresar al olimpo de los inmortales por haber ganado la competencia ciclística más apabullante. 

García Márquez habló solo en español cuando recibió el Nobel en Estocolmo. Cero lágrimas. Enfundado en su liquiliqui miró a los tendidos al responder los aplausos. 

Egan, enemigo personal del blablablá, habló el lenguaje de las lágrimas cuando se vistió de amarillo y dándose contra las paredes de los idiomas dio las gracias en inglés, francés, italiano y chibchombiano. 

 

Vidas para lelos: Gabo y Egan (2) 

El Nobel García Márquez no se dejó afrijolar la Cruz de Boyacá ni de su amigo el presidente Belisario. 

Egan Arley Bernal Gómez ha estado retrechero para recibir idéntica condecoración. Por lo pronto, le basta con la Orden de la Sal que Zipaquirá les otorga a sus mejores pupilos. 

Rosa Fergusson fue la maestra que le enseñó al niño Gabo a maridar vocales y consonantes. Ester Cortés le metió a Egan en el disco duro el abc del pedaleo. 

El Nobel cantaba boleros para buscarle la caída al billete. Como los terrenos de la poesía son extraños, un bolero lo llevó a Zipaquirá. Un pasajero que lo oyó cantar cuando navegaban por el río Magdalena le pidió la letra del bolero para dedicársela a su amada. 

El pasajero era el jefe de becas del Ministerio de Educación. En reciprocidad, influyó para que el joven desembarcara becado en Zipaquirá. Ganarse esa beca fue como ganarse la rifa del tigre, dijo el entonces novel escritor. Después hizo este mea culpa: “Todo lo que aprendí se lo debo al bachillerato”. 

A Egan le gusta el reguetón línea Daddy Yankee. Sería capaz de venderle su alma al viento si pudiera conocer a su ídolo Nicky Jam. 

Gabo o Gabito cantaba boleros y vallenatos. No le gustaba la forma de cantar vallenatos de Carlos Vives “porque los canta muy bien y el vallenato debe ser mal cantado”. 

Gabo no padeció la dictadura del wasap. Egan no conoció la mansedumbre del linotipo. (Los linotipistas le corregían su mala ortografía, según le confesó a Ramón Hoyos en el célebre reportaje para El Espectador en junio de 1955). 

Gabo empezó derecho en la Universidad Nacional pero renunció a convertirse en rábula. Egan suspendió sus estudios de periodismo en la Universidad de La Sabana, en Cota, a una jaculatoria de la Catedral de Sal. Con el tiempo será su propio García Márquez para escribir sus memorias deportivas. 

Influencias criollas de Gabo fueron Juan de Castellanos, Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, José Félix Fuenmayor, Eduardo Caballero Calderón, Mejía Vallejo… 

A Egan lo inspiraron figuras como el Zipa Forero, Nairo Quintana y Rigoberto Urán que casi se visten de amarillo-tour. 

El de Aracataca tuvo su cirirí en el editor del diario El Universal, de Cartagena, Clemente Manuel Zabala, que le teñía de rojo sus textos. El nonagenario Mago Dávila, linotipista, le mejoraba la ortografía. 

Egan tiene en sus primeros tutores Fabio Rodríguez y Pablo Mazuera, a sus propios Zabala y Dávila. 

Mercedes Barcha, la Gaba, se encargaba de mantener provista la alacena mientras su marido escribía Cien años. Xiomi Guerrero, la musa de Egan, le ha servido hasta de youtúbera para documentar su ascenso, incluido el episodio de la clavícula averiada. (Egan y Xiomi ya no persiguen juntos el sol). 

Si en Estocolmo todos fuimos Gabo, en París y Zipaquirá hace un año todos fuimos Egan. 

Vidas para lelos Gabo y Egan (3) 

Como uno es de donde lo quieren, al decir del juglar Alejo Durán, García Márquez Egan Bernal son de todas partes: lo dicen sus pasaportes que hablan todos los idiomas. 

A falta de Cruz de Boyacá bueno es el homenaje que le hizo a Egan la cantante Andrea Echeverri, de Aterciopelados. De rodillas, la roquera le cantó “Rompecabezas” cuando lo descubrió con Xiomi en un concierto en Cajicá. Totó la Momposina y Leonor González cantaron para el Nobel en Estocolmo donde se fajó bailando cumbia. 

Egan en el concierto de Andrea Echeverri.

Ambos nacieron vacunados contra el tic nacional de la lagartería. Egan tiene incorporado un Waze que le permite detectar lagartos. Lo emplea también para eludir funcionarios que lo quieren llevar a Palacio (adonde finalmente nunca fue). La foto recibiendo la Cruz hacía falta en la casa presidencial no en la de Egan. 

El lacónico Egan ha demostrado que tiene cerebro y mejores piernas que la actriz Marlene Dietrich, que las tenía aseguradas en un millón de dólares. Bernal debería asegurar sus piernas porque la travesía apenas empieza. Gabo tampoco aseguró los dos dedos de chuzógrafo con los que escribió sus ficciones. 

De pobre, el Nobel tomaba ron blanco y cerveza Águila. Cuando empezó a sonar la registradora no se bajaba de whisky de una sola malta. Egan es adicto al tinto. No es nada raro que cargue su terrón de sal de Zipaquirá así como los primeros escarabajos llevaban panela para asombrar y devorar las carreteras europeas. 

Antes de García Márquez, el filósofo Fernando González fue candidato al Nobel de Literatura en 1955 y en 1960. Lo cuenta Henao Hidrón en su biografía sobre el “Brujo”. Los ciclistas que subieron al podio del tour de Francia anticiparon lo que vendría. No más segundos puestos, decidió Egan. El segundo es el primero de los derrotados. 

Gabo escribió sobre la tragedia de Santa Elena, ocho días después de que ocurrió. O sea, se inventó la historia. Los silleteros de Santa Elena, en la feria de las flores de Medellín, hicieron dos silletas en honor de Egan. 

García Márquez se reivindicó con un extenso reportaje para El Espectador con Ramón Hoyos en cuya casa de Medellín vivió unos días. Fue tan larga la entrevista que Hoyos se quejó de que fue más cansona que una vuelta a Colombia. 

En la maratónica rueda de prensa en Zipaquirá a su regreso al país, Egan dijo que la carretera pone a los ciclistas en su sitio a la hora de definir liderazgos. En una charla con periodistas, Gabo les dijo: ”La vida decide quién es y quién no es”. Lo cuenta Gustavo Arango en su libro “La voz de las manos”. 

El de Aracataca escribía para que sus amigos lo quisieran más. La aspiración del zipaquireño es ser feliz haciendo lo que le gusta: montar en bicicleta. Pasamos de la gabolatría a la egonmanía. Vamos bien. (Notas con ajustes varios. Fueron publicadas en El Colombiano). 

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