Por Oscar Domínguez Giraldo
Apreciado Jaime:
Esta mañana de Jueves Santo abriste el paraguas y nos dijiste adiós. El Covid-19 nos privó de tu compañía de tantos años. Nuestros mejores deseos para ti más allá del sol.
Tus familiares, colegas y amigos, estamos con el corazón a media asta. A muchos se nos pintó un lagrimón. Que no falte el nudo en la garganta que apenas nos permitió darles el pésame a los tuyos a través de Sandrita.
Nuestras condolencias para Yolanda y Nora, y para tus hijos, Claudia, Sandra, Jaime Oswaldo y Juan Pablo. A toda la red de afectos que te acompañó estos días. Y siempre, a lo largo de tus días.
Gloria, Andrea, Juan y yo compartimos contigo y con tu familia décadas de amistad, cercanía, colegaje. Disfrutamos momentos de vacas flacas y gordas. Solo gratos recuerdos tenemos de esa convivencia.
Nos monitoreábamos con el rabillo del ojo para saber cómo iban los sueños de los nuestros.
Bohemios sensatos, más de una vez empinamos el codo para celebrar la vida y la amistad que nos hermanó. No vinimos a pasarla mal.
Nadie podía aburrirse con un extrovertido bogotano siempre elegante y de sabor caribe como tú. Hasta de tus habilidades de chef disfrutamos en tu refugio de Villeta.
En mi caso, me lucré lícitamente de tu amistad y de tus luces periodísticas. Mucha rueda te chupé en mis inicios reporteriles a finales de la década del sesenta en Todelar, de la calle 19 con 5ª.
Siempre te vi como una especie de Harry Belafonte del oficio. Soy deudor moroso y amoroso de todo lo que aprendí de ti. No te guardabas nada para el reportero que empezaba a juntar vocales y consonantes en este oficio periodístico que nos niveló por lo alto.
Llévales mis recuerdos a colegas como Álvarito Rodríguez y Jorge Enrique Pulido que formaron parte de ese equipo de ensueño de entonces.
Descansa en tu festiva paz, Jaime.