Recuerdos de Belisario Betancur en el centenario de su natalicio

Belisario Betancur, el periodista y abogado que presidió los destinos de Colombia y consolidó uno de los acuerdos de paz.

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

Durante este mes de febrero, los colombianos venimos celebrando el centenario de nacimiento del expresidente Belisario Betancur (1923-2018), de quien conservo gratos recuerdos que se remontan a mi adolescencia en Pereira y ahora revivo en homenaje a su memoria.

Convención Conservadora

A fines de 1969, cuando yo apenas tenía catorce años de edad y era, por tanto, un adolescente más en Pereira, escuchaba atento, con los nervios de punta, la transmisión radial de la Convención Nacional del Conservatismo, de donde saldría el candidato de dicho partido para las siguientes elecciones presidenciales que señalarían al sucesor de Carlos Lleras Restrepo, primer mandatario de los colombianos en ese momento.

El acto político en cuestión se veía bastante agitado, pues tres reconocidas personalidades: Belisario Betancur, Evaristo Sourdís y Misael Pastrana, disputaban la anhelada candidatura, siendo muy probable que el ganador alcanzara después la jefatura del Estado.

No obstante, muchos temían que el general Gustavo Rojas Pinilla, a la cabeza de su Alianza Nacional Popular -Anapo-, se saliera finalmente con la suya, rompiendo la continuidad bipartidista acordada en el Frente Nacional, desde 1958, para poner feliz término -según se creía- a la terrible violencia política que desangraba al país desde mediados del siglo pasado.

Al final, cuando las votaciones previas no alcanzaban a dar la mayoría necesaria para alguno de los candidatos, resultó que la última fue la vencida: Pastrana obtuvo el triunfo, mientras Belisario y Sourdís salían derrotados, decisión bastante sorpresiva, inesperada, según comentaban los analistas radiales, quienes hacían eco a supuestas preferencias populares en las toldas azules.

La derrota de B.B.

Entonces yo no sabía que dicho resultado fue obra del expresidente Mariano Ospina Pérez, máximo jefe de la facción conservadora que seguía sus orientaciones (el ospinismo, precisamente), quien al parecer ordenó a sus huestes que votaran por Pastrana, acaso por rechazar el pasado laureanista de Betancur y la costeñidad de Sourdís, o sabrá Dios por qué. 

Tampoco supe que varios ospinistas de vieja data, como el manizaleño Fernando Londoño Londoño, cuestionaron la decisión de su líder (sobre todo al confiar en que sus nombres serían llamados a superar, en condición de ser nuevas alternativas, la cerrada contienda electoral), ni que esto le abría paso a una que otra ruptura personal con el expresidente.  

Sabía, en cambio, que Belisario -como empezamos a llamarle todos los colombianos- era un conservador de origen humilde (nacido en Amagá, por más señas), comprometido por ello con causas sociales que lo acercaban, por principio, a la Democracia Cristiana, si bien sus críticos le tildaban de populista y demagogo, cercano al comunismo, obviamente para desprestigiarlo ante sus seguidores.

Quizás fue esto lo que me volvió belisarista. Al fin y al cabo, yo empezaba a fungir como dirigente estudiantil, organizador de marchas de protesta callejeras y orador sin falta, con acento socialista, en cuantos actos públicos se llevaban a cabo en mi colegio, donde también dirigía el periódico “Satélite”, nombre escogido para celebrar la carrera espacial que nos llevó a la luna.

Se me salió, pues, el godo que había heredado de mi familia paterna y, especialmente, de mi abuelo Felipe, “El abuelo de Risaralda”. 

El ospino-pastranismo, entretanto, había nacido para llevar a Misael Pastrana al ejercicio del poder entre 1970 y 1974, mandato que reclamaban para sí los anapistas, quienes denunciaban, a cuatro vientos, cómo les habían robado las elecciones en aquel histórico 19 de abril de 1970, cuando surgió, a su vez, la guerrilla urbana del M-19, a la que perteneció el actual presidente de la república, Gustavo Petro.

El Movimiento Nacional

Betancur volvió a ser candidato presidencial en 1982, por tercera ocasión (la segunda fue en 1978, cuando Julio César Turbay Ayala lo venció por estrecho margen), pero esta vez sí triunfó en las elecciones, aprovechando la división del partido liberal entre el expresidente Alfonso López Michelsen y el director del Nuevo Liberalismo, Luis Carlos Galán, sus rivales de turno.

En mi caso, respaldé tales aspiraciones en “La Patria” de Manizales, tanto en “La Patria del Quindío” (cuyo director, Hugo Palacios Mejía, fue gerente del Banco de la República en su cuatrienio, entre 1983 y 1985), como en las páginas editoriales del periódico, donde ahora trabajaba, como periodista de planta, al lado del nuevo director, Ignacio Restrepo Abondano.

Por cierto, “el doctor Ignacio” era alvarista consumado, opuesto por ende a la línea belisarista que tenía el apoyo oficial del conservatismo y de los propietarios del periódico (herederos de José Restrepo Restrepo, gran líder conservador de Caldas), entre quienes estaba, a través de su esposa Marta Lucía, una figura tan representativa como el exministro pastranista Hernando Gómez Otálora. 

De ahí que las notas editoriales a favor de Betancur, como su novedosa propuesta de la elección popular de alcaldes, estuviera a cargo mío, si bien acompañé al director en la recia lucha que libró contra los senadores Omar Yepes Alzate y Luis Guillermo Giraldo Hurtado, cabezas del pastranismo y el oficialismo liberal en su departamento, por el tristemente célebre Robo a Caldas.

En medio de tan críticas circunstancias, que le terminaron costando su puesto al director, me trasladé a Bogotá, poco antes de las elecciones presidenciales, para cursar estudios de Ciencia Política en la Universidad Javeriana y asumir la jefatura de redacción política en el periódico “La República”, obviamente con mi belisarismo a cuestas.

En la Casa Ospina

Como es sabido, “La República”, tradicional fortín del ospinismo y vocero por excelencia de la poderosa Casa Ospina, era clave para el deseado triunfo de la candidatura de “Bélico”, la cual contaba con el férreo apoyo de doña Bertha Hernández, viuda del expresidente Ospina, cuya popular y controvertida columna “El Tábano” arremetía a diario contra el expresidente López por sus presuntos actos de corrupción, como los negocios turbios de su hacienda “La libertad” en los llanos orientales, los mismos que ella había denunciado durante su mandato (1974-1978).

Yo me sentía feliz, claro está, de encontrarme aquí, cerca de alcanzar el poder con el candidato de mis preferencias, cuya victoria pude celebrar en el piso doce del Hotel Tequendama mientras cubría, como redactor político, la proclamación oficial de su esperada victoria en las urnas.

Y aunque no asistí a la posesión presidencial, recibí una carta de agradecimiento del presidente electo, con su propia firma, que atribuí a mi figuración periodística en “La Patria” y luego en “La República”, siempre a su favor.

O simplemente por mi columna política, que ahora salía en la tercera página del diario de la Casa Ospina, o por un reciente ensayo de mi autoría, publicado con amplio despliegue en la sección política, donde revelaba, con un título nada original, “Todo lo que usted quiere saber sobre el Movimiento Nacional”.

Nunca imaginé que se trataba de un simple comunicado de prensa, distribuido a diestra y siniestra, como ya hoy hacemos, a través de internet y las redes sociales, con el correo masivo, tan común en el mercadeo de las empresas e incluso en la política, donde el marketing electoral reina a sus anchas.

Encuentros personales

En 1995 asumí como director de “La República” (posición que ocupé durante catorce años, tras seis como subdirector), lo cual me permitió entrar en contacto con los distintos presidentes de la república que fueron pasando por ese período y aún antes o después, desde López y Betancur hasta los dos Pastrana (Misael y Andrés), Gaviria, Samper, Uribe y Santos, a quienes entrevisté para mi libro “¿Qué hacemos con Colombia?”, publicado por editorial Planeta.

Con Belisario, además, mantuve mayor comunicación al retirarme de la dirección del periódico. Así, estando en la Asociación Colombiana de Universidades -ASCUN-, lo visité con su director, Bernardo Rivera, para deleitarnos con su amplia formación en cuestiones académicas, donde se movía como pez en el agua.

Recibí de él un cordial mensaje de felicitación cuando asumí la dirección de “Desarrollo Indoamericano”, la prestigiosa revista fundada por el maestro José Consuegra Higgins, y me hizo partícipe, al regresar yo a Bogotá, de algunas de sus actividades como director de la Fundación Santillana, sea de carácter social (la visita de un exministro de Educación, proveniente de España) o de estricto carácter académico, como cuando le rindió un sentido homenaje al pensador francés Edgar Morin.

Por último, entre otros pasajes esporádicos, tuve su honroso apoyo en la Academia Colombiana de la Lengua para ser miembro correspondiente de tan prestigiosa institución, en cuyo boletín se reprodujo a su muerte, en 2018, la entrevista que hicimos sobre Responsabilidad Social Empresarial, uno de los temas predilectos en sus últimos años.

Me quedé con las ganas, eso sí, de escribir su biografía, como hice las de sus amigos Jaime Sanín Echeverri y Otto Morales Benítez, cuyos textos exaltó. Se negó a hacerlo, aduciendo que prefería guardar silencio en tal sentido. Y lo guardó, en realidad.

Colofón

Todo esto cruza por mi mente a al celebrar el centenario del natalicio de Belisario Betancur, un presidente sencillo y humilde, dicharachero como buen paisa, católico ferviente, intelectual de tiempo completo, conservador de principios, demócrata hasta más no poder y víctima en su gobierno, por desgracia, de tragedias tan terribles como la toma guerrillera del Palacio de Justicia y la erupción del Volcán del Ruiz que borró a Armero.

Era un buen hombre, sin duda; un apóstol de la paz, el principal objetivo en su presidencia, según me contestó en rueda de prensa (afirmación que le sirvió después para titular uno de sus libros), y ciudadano ejemplar como pocos, a quien seguiremos recordando como si fuera un miembro más de nuestras familias.

¡Cuánta falta nos hace, señor presidente!    

(*) Exdirector del periódico “La República”

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