Punto y coma, según Mario Linares

Libro Curso de Redacción de Gonzalo Martin Vivaldi, periodista argentino

Por Jaime Burgos Martínez

Después de una mañana lluviosa en Montería, en 1982, tropecé con un libro sucio de barro que formaba parte de una pila que se disponía a organizar un vendedor ambulante sobre un andén y en el que se leía a medias el título de Curso de redacción y el nombre de su autor: Gonzalo Martín Vivaldi (1915-1983). Me llamó la atención y lo compré, y enseguida lo llevé a una encuadernadora, en que lo dejaron como nuevo.

En ese momento no tenía idea de quién era el autor; pero, hoy, después de 40 años, de conocer su biografía y de haber releído varias veces su irreemplazable curso, que salió a la luz en 1967 y alcanzó en 2018 su 34.ª edición, actualizada con las normas ortográficas y gramaticales de la Real Academia Española (2010), tengo la certeza de que fue en España uno de los mejores periodistas de su época: gramático, corrector de estilo, redactor de los diarios Ideal, de Granada, y del madrileño Ya, catedrático de francés del instituto de bachillerato de la localidad de Cogollos Vega y profesor de la de la asignatura Estilo Literario en las escuelas Oficial de Periodismo de Madrid y del Estado Mayor del Ejército del Aire.

Gonzalo Martín Vivaldi en Nueva York años 50 del siglo pasado

En el curso de redacción, exalta una obra de Mario Linares, denominada Estilística (Teoría de la puntuaciónCiencia del estilo lógico), publicada en 1979, en ediciones Paraninfo, al apuntar que «… es sin duda, un estudio original, científico y práctico al par, de los problemas que plantea la puntuación…» y, además, que su autor es doctor ingeniero y premio extraordinario de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España.

Este libro, de 222 páginas, lo conseguí —por suerte—, muchos años después, pues está agotado, y me pareció que es un enfoque útil para la comprensión del manejo de los signos de puntuación, puesto que la estilística atiende la corrección y perfección de la forma de expresarse; por ello, a pesar de haber escrito en días pasados un artículo sobre El olvidado punto y coma, vuelvo hacerlo sobre este, desde la visión del ingeniero y matemático Linares, como se verá más adelante: el ámbito, el pensamiento y la proximidad.

La portada del libro Estilística de Mario Linares

 Al hilo de lo anterior, siempre he dicho —y lo seguiré diciendo— que la mejor tarjeta de presentación de una persona o de cualquier profesional es un escrito bien redactado, con una correcta puntuación, que organiza la información textual; puntuar bien, como lo afirma el filólogo español José Antonio Millán, en su conocida obra Perdón, imposible, editorial Del Nuevo Extremo, Buenos Aires, 2005, página 66: «… es un arte, un reto: una necesidad. Su dificultad más grande proviene de que exige un desdoblamiento: el que puntúa debe ponerse en el lugar del que va a leer, sin abandonar el lugar del que está escribiendo. Y tener en cuenta al otro (que horas o décadas después vendrá sobre nuestro texto) siempre supone un esfuerzo…».

Este estribillo se lo machaco todos los días a mi segunda hija, futura comunicadora social, a quien le dedico estas líneas; y por eso quiero, en este espacio de opinión, mostrarles a los lectores, de manera comprensible y resumida, los conceptos esenciales y ejemplos consignados por Mario Linares para entender el manejo del punto y coma. En efecto, él parte de la base de que la puntuación se reduce a separar dos ideas sucesivas: «Para ello hay que comparar entre sí estas dos ideas, advirtiendo que es la segunda idea la que se compara con la primera, y necesariamente esto equivale a retroceder mentalmente en la línea expositiva. De esta comparación se deduce el signo de puntuación a utilizar» (p.42).

De esta concepción, el autor se apoya en el término ámbito, con un concepto distinto del «espacio comprendido dentro de ciertos límites», para concretar que, en su estudio, “espacio” se refiere a un trozo de escrito y “ciertos límites” a los que fijan dos puntos ortográficos consecutivos (seguido o aparte). De ahí que defina el ámbito como «el trozo de escrito comprendido entre dos puntos ortográficos consecutivos, o entre el encabezamiento del escrito y el primer punto ortográfico» (p.51).

 En el siguiente ejemplo de la obra, entre en y perrunos, se puede deducir el ámbito: «En Leningrado no hay forma de encontrar en el suelo un papel, una colilla o una simple cerilla; no digamos expectoraciones humanas o recuerdos perrunos». Pero si después del punto que sigue a perrunos, que se convertiría en punto y seguido, se agrega otra oración, verbigracia, Su nombre fue puesto en honor al dirigente comunista Lenin…, se forma un segundo ámbito.

Para el autor, la redacción nace, se desarrolla y se resuelve dentro del ámbito; en ese sentido define qué se debe entender por pensamiento: «es el trozo de escrito que encabezando un ámbito tiene sentido cabal en sí mismo, en términos de que se pueda comprender prescindiendo de lo que figura escrito a su derecha, aunque sí debe tenerse en cuenta la información adicional que pueda aportar lo que figura escrito a su izquierda». De esto se infiere que la idea principal —la que se destaca en un escrito— no necesariamente debe estar situada al comienzo del ámbito, sino que puede estar en la mitad o al final.

También hace alusión a que se debe tener en cuenta que a continuación del punto y coma se expresa una idea que guarda relación de proximidad (de sentido) con lo que se acaba de escribir; por lo que requiere tener a su izquierda un significado claro y preciso (carente de ambigüedades), como punto de apoyo, para establecer la relación de cercanía con el significado de lo que sigue. 

Con base en los anteriores conceptos, establece que hay dos tipos de punto y coma: PC1 y PC2.

El PC1 separa un pensamiento de un comentario u observación que realiza el autor sobre ese mismo pensamiento. El comentario en sí puede ser una advertenciaconsideracióncircunstancia o reflexión.

Con el ejemplo inmediato, el autor efectúa el siguiente análisis:

En Leningrado no hay forma de encontrar en el suelo un papel, una colilla o una simple cerilla;no digamos expectoraciones humanas o recuerdos perrunos.

Explica que «la pausa hecha en PC1 almacena el significado de lo que precede a PC1, que se superpone con el significado de lo que sigue, dando fuerza expresiva a todo el ámbito». 

En Leningrado no hay forma de encontrar en el suelo un papel, una colilla o una simple cerilla,no digamos expectoraciones humanas o recuerdos perrunos.

Dice que «con la monotonía de utilizar solo comas se pierde la fuerza expresiva; es más: hasta se ahoga la que pudiera tener el texto».

En Leningrado no hay forma de encontrar en el suelo un papel, una colilla o una simple cerilla.No digamos expectoraciones humanas o recuerdos perrunos.

Observa que «la fuerza expresiva queda cortada por el punto. El primer ámbito expresa una idea, el segundo otra y así seguiríamos sin pena ni gloria: digamos que para obtener el efecto de superposición de significados hace falta el PC1; para producir el efecto de ligera sorpresa hace falta un inciso entre rayas…» (p. 92).

Sobre el PC2 expone que se utiliza para separar una serie de ideas de construcción gramatical semejante, e incluso una serie de agrupaciones de palabras de construcción gramatical similar. Por ejemplo:

La primera parte de la obra era interesante; la segunda, insípida; la tercera, francamente aburrida…(Gonzalo Martín Vivaldi).

Al respecto, manifiesta que «las dos últimas oraciones son incompletas o elípticas…y en ellas la coma…sustituye al verbo sobreentendido. De no utilizarse PC2 sería preciso alargar las oraciones y perder el estilo cortante y suficiente que las caracteriza. Poner comas solamente sería un galimatías y con puntos se avanzaría a trompicones».

Con relación a este PC2, también sugiere que cuando el ámbito es largo y claro, con el sujeto situado al principio, y se emplea este signo para separar grupos de conceptos semejantes (con comas en el interior), se añade —como en el próximo ejemplo— un inciso del tipo en resumenpor últimoprincipalmentefinalmente, etc., con el fin de descender suavemente del tono sostenido que suponen las secuencias de PC2.

Mientras la palabra del profesor no transmita una motivación, una colaboración, un propio esfuerzo; mientras de la actuación del profesor no se desprenda competencia, claridad de ideas, deseo de superación; mientras la personalidad del profesor no se incline al diálogo, a la consideración y a la sencillez; mientras el profesor no demuestre  —en resumen— un interés real en que la clase alcance una formación correcta en su asignatura, puede afirmarse que el libro de texto, a poco bueno que sea, es preferible él solo, a secas, que con el profesor.  

Para terminar esta apretada reseña, más que un artículo de opinión, se puede deducir de lo dicho que el autor Mario Linares persigue en su obra dominar la redacción del ámbito y lograr que en él se coloquen los distintos signos de puntuación, que, en este escrito, se ha limitado al punto y coma, por considerarse que es el más difícil de utilizar y que la mayoría de los escritores lo evitan, con el pretexto de que está «pasado de moda»; pero que, en mi sentir, con el debido respeto, no es otra cosa que falta de conocimiento de su uso.

 El empleo de este signo —afirma el autor— es exclusivamente un problema de matiz: recalcar una coma o suavizar un punto, significa que el punto y coma, en su condición de signo de puntuación intermedio, está pidiendo aparecer en escena por derecho propio, pues vigoriza la expresión. Y, por último, remata diciendo: «su uso correcto es lo que nos permite alcanzar la mayoría de edad en la redacción». 

Jaime Burgos Martínez

Abogado, especialista en derechos administrativo y disciplinario.

Valledupar, diciembre de 2022

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