Pegada a la pared

Violencia contra la mujer. Foto Alcaldía de Bogotá

Por Carlos Alberto Ospina M.

Por hallarse con el corazón roto, en extrema necesidad económica o desmedido apego, varias mujeres toman decisiones alejadas de la firmeza de carácter y más cercanas a la incertidumbre que origina una eventual vicisitud. En cualquier caso, nadie debe meterse donde no lo llaman ni le incumbe. No obstante, desconocer este riesgo específico y pasar de largo sin reparar, en varias ocasiones, oculta un desenlace trágico.

La alteración a causa de la ruptura, el acoso psicológico, la violencia física, el chantaje emocional y los malos tratos ilustran los ásperos caminos transitados por indiscutibles víctimas. Hay un argumento válido y redundante que apela al llamado de atención de poner mucho cuidado con los celos enfermizos, los gritos, la intolerancia, el comportamiento asocial, el contenido torcido de diferentes conversaciones, el uso de la fuerza, el entorno familiar disfuncional y las adicciones que exigen distanciarse para no caer en la trampa de la fascinación irracional ni entrar en el portal imaginario de “él va a cambiar”; ¡y peor aún!, “yo lo voy a cambiar cuando vivamos juntos”. ¡Error! Cada uno habla como quien es. 

Desde el momento en que alguien pasa de la risa al aislamiento, convierte las miradas en misiles no verbales por la falta de acuerdo, hace gestos de desagrado que complementa con un empujón o la conducta pasivo-agresiva se vuelve pan de cada día; en ese terreno solo reina la confusión y el desorden. Por consiguiente, en el acto escapar de esa situación.

A modo simbólico, la mujer nace con un dispositivo de alta sensibilidad para captar, analizar y percibir otras dimensiones de la interrelación humana. De manera extraña, en ciertos instantes apaga el ánimo, la independencia de criterio y el valor, dizque, porque no tiene ‘el corazón para abandonarlo’, ‘él es un buen padre, muy responsable’. Estas demostraciones falsas prolongan el estado de cosas aberrantes, la manipulación, el proceder injurioso y la humillación. En virtud de este antecedente no es momento para dar un paso atrás. Es cuestión de principios, dignidad y mínimo respeto con ella misma. Así de claro como el agua.

Aunque sea con daño moral y pérdida material ninguna mujer debe permanecer pegada a la pared, tolerando iniquidades y violencia.  Es preciso entrar en razón. A la primera señal de peligro, pues arreglar los corotos, huir de él con disimulo e irse a otra parte. Cualquier lugar siempre será mejor que seguir a poca distancia de un potencial perpetrador.

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