No estaba escrito

Luz eterna Imagen vitrol.net

Por Carlos Alberto Ospina M.

En aquel lugar, la irremediable muerte me agarró de las extremidades a manera de ancla sujetada a los pies. Alterado sacudía los brazos, intentando zafarme de las garras del maligno a la par que todo se tornó ausente de color. No era blanco ni negro y menos, una fusión de estado de gracia. Tampoco encerraba duda o resignación. ¡No hubo tiempo de nada! 

El silencio selló mis oídos sin hallar consuelo. De aquí para allí, con los pulmones cerrados y las extremidades inertes, ansiaba salir de esa insondable sensación. Clamaba en el desierto, a la vez que la piel ardía y el cuerpo bajaba la guardia, no por voluntad propia, tan solo permanecía sometido a una irrupción generalizada.

Reventaba de dolor latente como si el cuero cabelludo lo levantaran a punta de daga de cuatro filos. El cuello estrujado y comprimido; y las fosas nasales secas, pero ávidas de una pizca de aire. La incapacidad de exhalar e inhalar llevó a depositar la línea de esperanza en un generador de químico gaseoso.

De un momento a otro, comencé a arrojar una sustancia viscosa negra como la brea que, ignoro, sí destilaba hediondez dado que perdí los sentidos del olfato y del gusto. ¿Qué agrado puede existir al caer en poder del pérfido organismo invasor? Ninguna jornada es igual a merced del miedo.

En el ensayo de conservar un cierto grado de dignidad caí en el error de quitarme la máscara de oxígeno, hacer las deposiciones en el sanitario, lejos de usar el denominado “pato”, y luego, abrir la ducha. Segundos fuera perdí el combate y la consciencia de lo que me estaba pasando. De nuevo, la enfermedad letal doblegaba mi férreo carácter, el cual sentía desvanecer como aquella nube que dibujó el rostro de mi madre el día después de su fallecimiento. 

¡Cuántas imágenes confusas, dispersas y crueles tuve que padecer en un lapso corto y sin retorno! “A su mamá la vamos a ingresar al pabellón de aislamiento. Lo llamaremos para informar de su evolución”. ¡Jamás! La abandonaría en una fría e impersonal habitación sin más recurso que, un botón rojo, para pedir auxilio y a cargo de la capacidad de respuesta del fatigado personal asistencial del hospital. Por esto, decidí encerrarme con ella a sabiendas que, también, saldría positivo.

“Hijo, yo estaba muy nerviosa pensando que iba a estar sola. Gracias a Dios estás conmigo. ¿Qué sería de mí sin ti?”. Esta pregunta rondó la mente y aprisionó el pecho cada segundo que miraba el monitor de signos vitales que, terminó, siendo un instrumento de tortura.

Sin parpadear suplicaba a los pies de Dios y de mi debilitada mamá que, de vez en cuando, sonsacaba: “¿Cómo estás?”. “Mejor imposible, madre, mejor imposible”, le contestaba, haciendo de tripas corazón. De repente, me estiraba los brazos en un esfuerzo por incorporarse de la cama, suplicando ayuda para poder respirar. No poseía el don milagroso de entregarle cada impulso de mi aliento y tampoco conté con el poder celestial para arrebatársela al ángel rebelado vestido de ponzoña.

Cogí sus manos y ella no pudo mirarme en medio de su desesperación; entonces, resolví susurrarle los secretos de mi amor infinito y la ilusión firme de reencontramos al salir de la UCI. No sabía que al soltarla volvería a mí en forma de cenizas y que su mensaje de “no me dejes morir” retumbaría en las noches de insomnio. Ahora es cuando, cierro los ojos y siento su presencia en aquel indescifrable espacio que abriga el espíritu, recibe el alma y consuela el corazón. 

Imposible dejar atrás los vientos gélidos que, en 120 horas, socavaron los órganos vitales de mi mamá, Eufemia; mientras que la ‘Luna de lobo’ el 31 de enero cogió entre sus zarpas la integridad de mi hermana, Luz Marina; dejándonos a media luz con la partida de mi hermano, Juan Ramón, aquel instante sin bondad del 5 de febrero de 2021. 

El desaire temporal que le produje a la muerte, resistiendo la eventual intubación, poca relevancia tiene delante de los restos de los vencidos por el abominable virus. Algunos escurren mocos al hablar de la “gripita”. No quiero verlos tocando la piel de tabor con textura de neumático, a punto de estallar, en una especie de metamorfosis previa a la agonía de un ser querido. Estuve allá, créanme, no hay manera de describir semejante tribulación y sufrimiento humano. 

Enfoque crítico – pie de página. Para cuando te levantes, el virus estará preparado para destruir tus órganos vitales. Elije lo realizable y simple, cuidarte.

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