Mientras en el Paris de mayo del 68 se desataba una revolución sin nombre, sin líderes, sin programas pero con flores y maracachafa, muy jipi, en resumen, en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Antioquia, hombres y mujeres hacíamos nuestra propia revuelta. Ellas estrenaban independencia y empezaban a salir a la calle sin chaperones. Los varones domados buscábamos exprimirle el tuétano a la vida. Todos aspirábamos a un espacio bajo el sol.
Las paredes de París eran la voz de los que no tenían voz. Fue la primera revolución que reivindicó la pared y la convirtió en rotativa. En vez de la prosa árida de El Capital la revolución se hacía a punta de certeros grafitis como: Prohibido prohibir, la imaginación al poder.
La minifalda que apenas saltaba a la pasarela hacía las delicias de los voyeristas de primer semestre. En México, García Márquez, aguantando filo, escribía Cien años de soledad.
Los que íbamos a la U. estábamos encartados con nuestras vidas. Sentíamos que se nos acababa el cuarto de hora en el hotel mama. El sueño a lo Peter Pan de no crecer, quedaba atrás. No andábamos medio perdidos, sino perdidos y medio. Menos mal Dios aprieta pero no ahorca, diría un amigo ateo, candidato a vivir eternamente en el cementerio libre de Circasia.
En París y en Medellín crecían marxistas… línea Groucho, el del bigote pluscuamperfecto. Don Carlos Marx salía por la puerta de atrás de la historia porque los luzmagnoliauribes parisinos le jalaban a la anarquía, una de las formas del anticomunismo, según Guy Sorman.
En Medellín, piedra en mano, algunos tratábamos de tumbar el establecimiento. O al rector, Ignacio Vélez Escobar. No pudimos. Fuimos pragmáticos y con el tiempo nos sumaríamos a ese establecimiento, encorbatados y todo.
Mayo del 68 produjo los líderes europeos de hoy. Lo mismo ocurrió por estos pagos. Del ahogado de la revolución, el sombrero.
En París, tiraba línea Daniel el Rojo. Nosotros estábamos por cuenta de don Alfonsito Lopera, decano de Periodismo, nuestro diminuto gurú de ética. En sus ocios, cuidaba a sus bellas alumnas de Renault o Peugeot de acosadores insignes.
La revuelta en París marcó la oficialización de la revolución sexual iniciada por los jipis, cacho de marihuana y píldora anticonceptiva en mano. El florero de Llorente francés fue la prohibición a quedarse en los dormitorios femeninos.
En la U “invicta en su fecundidad”, la muchachada retozaba en el Ástor, Mauna Loa, Versalles, el San Francisco, el Miami, Doña María, Dino Rojo. Todo dependía de la fortaleza del bolsillo (del bolsillo de papá, claro).
Otros escenarios eran el corredor del Paraninfo en el tercer piso, la cafetería, las escalas semipenumbrosas del segundo patio, algún salón vacío, la biblioteca de Comunicación, el cuarto oscuro de fotografía que ellas preferían evitar para escapar de manos ávidas, la discoteca de la Voz de la Universidad.
En París y Medellín nos jactábamos con Aznavour de tener “salud, sonrisa, juventud y nada en los bolsillos”. Que no falte el vino Moscato Passito y el ponqué Ramo en los cumpleaños. El profesor de estética alcahuetiaba los cuadres de parejas en los paseos a Ríonegro o Barbosa. El condón apenas venía en camino.
París llamaba a la libertad individual, la no violencia, el disfrute. En la U. esos postulados se seguían al pie de la letra. Uno de los goces paganos consistía en escoltar a las chicas hasta su casa. Los “escoltas” no pasaban de la puerta de entrada. Los romances terminaban en vacaciones.
Mayo del 68 fue una mezcla de jipismo con Gandhi. No fue una época violenta. Siempre según el citado Sorman, ese mayo generó una permanente reinvención del hombre, nos abrió ventanas hacia nosotros mismos y hacia el mundo.
Por lo que le he oído a esta generación de “alfonsinos” (pupilos de don Alfonso y demás profesores que nos enriquecieron como Julián Pérez Medina, José Jaramillo Giraldo, Michelín, Elkin Restrepo, Arteaga, Gildardo García), valió la pena “ser sensatos y soñar imposibles”. Y como la fiesta continua digamos también que está “prohibido interrumpir” el proceso que se prolonga en la nietamenta (el dibujo que acompaña estas líneas es de mi nieta Sofía).
La Torre Eiffel dibujada por Sofía
También se prolonga en la cátedra para mantener el espíritu joven y seguir aprendiendo, como dice Eco, citado por una de aquellas muchachas-abuelas. (Líneas pasadas por latonería y pintura).