Mancuso: ante todo verdad

Salvatore Mancuso Foto El Tiempo

Por Alfonso Gómez Méndez , Bogotá

Durante mi ejercicio como fiscal general, a veces invitaba a almorzar en el búnker a monseñor Pedro Rubiano, entonces cardenal primado de Colombia. Charlábamos sobre la situación general del país y la coyuntura política y social de la época. En una ocasión me dijo: “Fiscal, la verdad es como el agua: por más que traten de obstruir su cauce, siempre encuentra su camino”.

Hoy evoco esa reflexión con motivo del posible ‘retorno’ a Colombia del jefe paramilitar Salvatore Mancuso, uno de los máximos responsables de delitos de lesa humanidad, crímenes atroces, masacres, tortura y desaparición forzada. Él se acogió al llamado proceso de Justicia y Paz en el gobierno de Álvaro Uribe –que llevó a los responsables a pagar penas máximas de 8 años de prisión, a condición de decir la verdad–, pero poco después, ante la evidencia de que desde la cárcel seguía cometiendo el delito de narcotráfico fue sorpresivamente extraditado a EE. UU.

En su momento, algunos consideramos inconveniente esa extradición por no encontrar más importante mandarlo a responder ante un juez norteamericano por el envío de unas cuantas toneladas de coca que permanecer aquí para conocer la verdad sobre numerosos hechos ocurridos alrededor del fenómeno paramilitar.

En honor a la verdad, recuérdese que desde la prisión rindió ante la Corte Suprema y los fiscales de Justicia y Paz declaraciones que, por cierto, no fueron suficientemente conocidas y menos investigadas. Se esperaba que al cumplir la pena por narcotráfico, sería enviado al país para afrontar las investigaciones aún vigentes por varios delitos y para contribuir a la verdad. Los colombianos confiábamos en que sería relativamente fácil traer en extradición al ‘comandante’ paramilitar, si se tiene en cuenta que hemos enviado a Norteamérica a todos los nacionales pedidos bajo esa figura aun con eventuales errores de identificación, como en el caso de alias el Marrano, que resultó siendo solo eso, un marrano llevado por equivocación.

No sabemos con claridad cuándo, dónde, ni por qué comenzó esta cadena de equivocaciones que en un momento dado puso en riesgo el regreso al país de Mancuso e indujo a pensar que sería enviado a Italia, llevándose los secretos más tenebrosos de la organización paramilitar. Este diario, en primicia, a la medianoche del domingo 30 anunció que Mancuso ya no sería enviado a Italia, país que no extradita a sus nacionales. Tal vez por reciprocidad ante la buena disposición que siempre ha tenido el país frente a los pedidos de la justicia norteamericana, EE. UU. 
abrió la puerta de la deportación a Colombia, medida con mayor sentido, pues si de aquí salió, aquí debía regresar una vez cumplida la pena. Es lo que ha pasado en situaciones anteriores como la de Víctor Patiño y otros cuantos narcos devueltos al país.

Colombia debe usar muy bien la diplomacia para no estropear la posible deportación, dar todas las garantías para proteger la vida e integridad personal de Mancuso y así salirle al paso al pretexto de que por su seguridad debe quedarse en EE. UU.

Si llega Mancuso, lo que diga no implicará necesariamente que deban ser encarcelados empresarios, ganaderos, políticos de relumbrón o miembros de la Fuerza Pública usados o que lo usaron. Solo necesitamos saber la verdad. Es el mismo principio que inspira a la JEP. No puede seguir haciendo carrera la tesis de que si se conoce esa verdad –como dice uno de los testigos en el caso Odebrecht–, se caería el establecimiento. Si no podemos afrontar esa verdad, solo estaremos transmitiéndoles a las nuevas generaciones un país de mentira.‘Memorias de un pesimista’

Para sus amigos no es sorpresa el éxito editorial de Alberto Casas con su extraordinario libro –mal titulado– Memorias de un pesimista. Es en verdad la visión real –con sus concepciones políticas incorporadas– de alguien que ha sido protagonista, testigo y cronista de los hechos más importantes ocurridos a partir de la segunda mitad del siglo XX. Como dirían las señoras chapinerunas, ahí está pintado Alberto: culto, de diserta pluma, informado, moderado hasta los extremos de la diplomacia, leal a sus amigos y a sus convicciones y con su infaltable humor cachaco.

Alfonso Gómez Méndez

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