Daniel Coronell
Faltaban pocos días para que terminara el año 2007 y el lobby del Hotel Meliá de Caracas estaba lleno de periodistas y de funcionarios. Todos estábamos ahí porque se suponía que en cualquier momento las Farc le entregarían a Venezuela a los secuestrados Consuelo González, política huilense; Clara Rojas, compañera de fórmula de Ingrid Betancourt, y su hijo Emmanuel nacido durante su largo cautiverio. Unas semanas antes el entonces presidente de Colombia, Álvaro Uribe, había desautorizado la mediación del gobernante de Venezuela, Hugo Chávez, y de la senadora colombiana Piedad Córdoba para la liberación de los secuestrados. La razón había sido una visita de Piedad al comandante del Ejército, general Mario Montoya, en la que lo puso a hablar desde su celular con Hugo Chávez.
La reacción del presidente de Colombia era justificada. La labor de mediación no facultaba a Chávez para hacer contacto con militares colombianos y era inaceptable que el comandante del Ejército recibiera instrucciones de un gobernante extranjero.
–La cagué, hermano –me reconoció en un susurro Piedad sentada en un sofá del recibidor del hotel cuando le pregunté por la razón de esa conversación–, yo no quería nada distinto a crear confianza y no me imaginé la que se iba a armar.
Buscando restaurar la mediación de Chávez, y sobre todo la del exministro Ramón Rodríguez Chacín, las Farc anunciaron que liberarían a los tres secuestrados como un acto de desagravio a Hugo Chávez y a Piedad Córdoba.
En ese cubrimiento me acompañaba el camarógrafo Manuel Mosquera de Noticias Uno que es un reportero agudo y silencioso. Antes de una hora se percató de que Rodríguez Chacín era quien tenía el control de la situación y que su hombre de confianza era un personaje discreto llamado Faraón quien, nominalmente, era el asistente personal de Nicolás Maduro.
Piedad nos alertó que el día siguiente, 28 de diciembre, podría ser el definitivo. Efectivamente muy de mañana Hugo Chávez, Rodríguez Chacín, Maduro y el prácticamente invisible Faraón llegaron al hotel con decenas de vehículos de seguridad. Alguien dijo que los periodistas debían subirse a unos pequeños buses que cerraban la caravana. Allí terminamos Manuel y yo con unos periodistas franceses.
Llegamos directo a la pista del aeropuerto en donde nos esperaban tres aviones turbohélice, marcados con el escudo del Comité Internacional de la Cruz Roja. A Manuel lo enviaron a uno y a mí a otro. Cuando ya habían encendido los motores, un delegado de la Cruz Roja que vino hasta mi silla me dijo que yo no estaba autorizado para ir en ese avión y me señaló la puerta. Me bajé pensando que tendría que ir en otro cuando vi que a Manuel también lo habían sacado del suyo.
Entre decenas de periodistas, nosotros dos éramos los únicos excluidos.
Cuando caminábamos hacia el hangar presidencial, vimos venir al canciller Nicolás Maduro con quien solo había conversado una vez. Le conté lo que nos acababa de pasar y nos dijo:
–Hay otro avión que sale para allá. Se van en ese.
Cinco minutos después estábamos abordando un jet privado de la estatal petrolera PDVSA. Dentro estaba el periodista Jorge Enrique Botero, quien le había revelado al mundo la existencia de Emmanuel, el hijo de Clara Rojas. El jet era mucho más rápido que los aviones de la Cruz Roja así que llegamos a San Fernando de Apure 40 minutos antes que los otros reporteros, hicimos imágenes de los helicópteros rusos que irían al rescate –y que seis meses después serían imitados en la Operación Jaque–, conocimos al director de cine estadounidense Oliver Stone y a su productor argentino Fernando Sulichín, quienes estaban allá desde antes porque supuestamente iban a tener el primer acceso a Emmanuel para una película; y logramos unas declaraciones exclusivas de Chávez sobre la operación.
–No siempre es malo que lo bajen a uno –me dijo Piedad Córdoba antes de soltar su característica carcajada.
El 31 de diciembre, tres días después, las Farc dijeron que no podían liberar a los secuestrados por las intensas operaciones militares de Colombia en la zona. Uribe los desmintió: no podían entregar a Emmanuel porque no lo tenían. El niño estaba en un albergue de Bienestar Familiar.
El 8 de enero de 2008, Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo fueron entregadas por las Farc a Piedad Córdoba y Ramón Rodríguez Chacín.
Epílogo: Piedad Córdoba no fue el monstruo que pintan sus detractores, ni el ángel que pretenden sus defensores. Creo que luchó desinteresadamente por la paz de Colombia y la liberación de los secuestrados por las Farc y también creo que se benefició de su relación con el régimen venezolano y con Álex Saab, el señalado testaferro de Nicolás Maduro.