Los Danieles. Hay que parar a Netanyahu

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

Alguien tiene que parar a Benjamín Netanyahu y sus cómplices del gobierno israelí, entre ellos la extrema derecha religiosa. Pero no basta con pararlos. A él y su banda hay que tumbarlos, detenerlos y entregarlos a una corte internacional que los juzgue como criminales de guerra, tal como se ha hecho a partir de 1945 con dos docenas de jefes nazis, varios exgobernantes africanos y numerosos de líderes serbios, bosnios, croatas y albanokosovares.

Si alguien aún no está convencido del genocidio emprendido por las autoridades israelíes en Gaza, de su indiferencia ante la vida de sus vecinos y de su contumacia en la destrucción de bienes y viviendas de los palestinos, que busque la prensa, las plataformas y la televisión. Allí verá cómo quedó el hospital gazatí de Al-Shifa, uno de los pocos que se hallaban en pie. Tropas israelíes lo ocuparon durante dos semanas y al cabo entregaron solo ruinas dinamitadas y cadáveres regados entre los desechos. 

Netanyahu, sonriente, señaló que sus soldados habían detenido a cientos de civiles sospechosos y “eliminado a unos doscientos terroristas”. Fue, dijo “una de nuestras más exitosas operaciones”. 

Los verdaderos resultados son otros. Buena parte de esos doscientos terroristas eran inocentes ciudadanos que cayeron bajo el fuego. Para el primer ministro, en principio, todo palestino merece morir y todo muerto será llamado terrorista. Al retirarse los depredadores uniformados, el paisaje era un arrume de pedazos de hierro y cascotes de concreto. Desde que Hamás cometió un atentado infame contra civiles israelíes el 7 de octubre pasado y el tambaleante Netanyahu respondió con órdenes de tierra arrasada, la suma de víctimas pasa de 33 mil muertos —de los cuales 12.500 son niños y 8.000 son mujeres— y 70 mil heridos.

Su absoluto desprecio por la población inerme quedó demostrado el lunes, cuando tres cohetes del ejército destruyeron dos vehículos debidamente identificados de la ONG del famoso cocinero español José Andrés (World Central Kitchen, WCK) y pulverizaron a siete socorristas internacionales. Estos voluntarios organizaban el suministro de comidas a un millón de personas asediadas por el hambre, pues el bloqueo israelí disparó las cifras de desnutrición extrema en Gaza.

Sin abandonar su mefistofélica sonrisa, Netanyahu lamentó el episodio pero lo disculpó: “Son cosas que ocurren en las guerras”. Miente. Las guerras no “ocurren”, como los terremotos o los huracanes. Las guerras las crean y utilizan políticamente líderes como él, que rechazan las soluciones pacíficas.

Los equipos filantrópicos de WCK reparten millones de raciones desde hace catorce años en áreas de desastre. Sus alimentos llegan a una treintena de países, entre ellos Haití, Palestina y Ucrania. José Andrés, asturiano de 54 años, maneja una red de finos restaurantes en Estados Unidos y ostenta dos estrellas Michelín. Se distingue, además, como firme protector de los inmigrantes latinos e hispanos. Por defender de los insultos de Donald Trump a la colombiana Paulina Vega, Miss Universo 2014, el chef español sostuvo una recia pelea legal y mediática con el corrupto político gringo. 

Esta semana varias ONG, temerosas de ser blanco de los proyectiles israelíes, han paralizado sus actividades. La estadounidense Anera, que apoya a los refugiados y suministra en Gaza asistencia médica y 150 mil bandejas diarias, decretó una pausa de precaución y exigió a Israel, “como autoridad ocupante”, que suministre socorro básico a la población y garantice la seguridad de los trabajadores humanitarios. El invasor ni lo ha hecho ni lo hará.

Como repudio a la guerra y reconocimiento a quienes arriesgan su vida por ayudar a las víctimas, Andrés merece recibir el Premio Nobel de la Paz.

Entretanto, el gobierno israelí prosigue su desafío a la opinión pública mundial. Por fortuna son ya millones los correligionarios que demandan la salida del gobierno. Y es que uno de los más colosales daños que está causando el régimen israelí es alentar el antisionismo rampante que muchos intentan desmontar desde hace siglos. Agredida por sus propios dirigentes, la justa lucha de los judíos contra tan repugnante prejuicio pierde terreno. 

Sí: alguien tiene que parar de inmediato a Benjamín Netanyahu. Ojalá lo hagan sus propios compatriotas.

El primer desmovilizado 

Antes de que surgieran las Farc, el ELN, el EPL y demás grupos guerrilleros que alimentan nuestro sangriento caos desde hace seis décadas, prosperó en el oriente del país otra poderosa fuerza armada rebelde. Era conocida como la guerrilla del Llano, la apoyaba el Partido Liberal, combatía a los gobiernos conservadores que desgajaron la época de la Violencia (1946-1953) y llegó a tener miles de hombres bajo el mando de míticos combatientes. Entre ellos se destacaba Guadalupe Salcedo, campesino, vaquero, jinete y compositor nacido en Tame en 1922. 

No fue el primer guerrillero criollo, pues desde la alborada del siglo XIX algunas patrullas mal armadas atacaron el virreinato español. Era famosa la de Alejo Sabaraín, con la que colaboró su novia, la heroína Policarpa Salavarrieta. Ambos perecieron fusilados en 1817. Nuestras guerras civiles también emplearon recursos característicos de la “lucha desde la sombra” que en el siglo VI a.C. ya practicaban los escitas en el Asia Central.

Los llaneros se alzaron en armas a fines de 1949, lucharon durante cuatro años y en septiembre de 1953 firmaron el primer proceso de paz colombiano y entregaron machetes y fusiles capitaneados por Salcedo. A este lo abaleó la policía en Bogotá en junio de 1957. Tenía 35 años. 

Acaba de publicarse un libro (El comandante Guadalupe Salcedo Unda, compilado por Hernán Fajardo Becerra, Apidama Ediciones) que recuerda aquella guerrilla, sus legendarios jefes y, en especial, el caudillo considerado ahora “el primer mártir de la paz.” Inicia él la larga cuenta de firmantes de acuerdos de reinserción que cayeron asesinados. Es una lista que no termina.

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