Daniel Samper Pizano
La historia, que nunca pide permiso para entrar, está irrumpiendo en este siglo con ímpetu volcánico. El mundo se ha puesto raro, paradójico, impredecible. Y apesta a pólvora.
En menos de cuatro años, uno de los más nefastos personajes de los últimos tiempos, Donald Trump, levanta el vuelo sobre sus delitos, sus arraigados prejuicios y su odiosa figura y amenaza con regresar a la Casa Blanca, donde intentará cobrar una larga lista de venganzas.
Y en menos de un año, Israel, víctima tradicional de ataques étnicos y religiosos, se ha convertido en un depredador sin escrúpulos. Su gobierno transformó la comprensible reacción ante un ataque terrorista de Hamás en guerra de exterminio que no respeta vidas, leyes ni sentimientos elementales de piedad.
Rusia ceba sus ímpetus imperialistas en Ucrania, país que resiste con valentía y está sacrificando su juventud en las hogueras de la guerra. China decae, pero sigue jugando un papel central en el planeta. Vladimir Putin, heredero del sóviet comunista, se alía con regímenes que antes encarnaban el estereotipo del enemigo nacional. Despistada y agobiada por temores bélicos, Europa observa el peligro en sus fronteras, la lenta recuperación económica y la presión de cientos de miles de inmigrantes.
Buena parte de la extraña condición que caracteriza los días que vivimos procede del desdén con que se ignoran las constantes voces de alerta que desde hace décadas emite la naturaleza y que ahora se hacen sentir en la vida real y agravan las dificultades sociales.
Otra parte es fruto del matoneo colectivo y las mentiras que circulan por las redes, ese nuevo y venenoso sistema nervioso planetario. El filósofo italiano Umberto Eco las denominó máquinas de fango, pero, con menos elegancia, en Colombia las conocemos como ventiladores de mierda. A veces los infundios de las redes encuentran eco en jueces o fiscales que les regalan brochazos de respetabilidad al desatar un procedimiento legal. Se sabe que, aunque acabarán en nada, permiten encubrir la basura y disfrazarla de verdad posible.
De esta manera adquiere vigor la llamada guerra legal o lawfare, consistente en revestir una causa ideológica con recursos y procedimientos judiciales a fin de perseguir, lastimar la reputación y destruir o inhabilitar a un rival político.
Así tumbó la fiscalía portuguesa el gobierno legítimo y correcto de Antonio Costa; así logró encarcelar a Lula da Silva un magistrado brasileño que llevaba ropa de militante debajo de la toga; y así una jugada de la ultraderecha puso en suspenso durante cinco días al gobierno español cuando un juez otorgó respetabilidad a una salpicadura del ventilador contra la mujer del presidente Pedro Sánchez. El propósito ha sido forzar un cambio de signo en el poder a partir de bases falsas o dudosas. Lo consiguieron en Portugal y Brasil, pero el respaldo popular a Sánchez lo impidió en España.
La acción deletérea de las redes está produciendo un doble efecto. Por un lado, centrífugo: los extremos son cada vez más radicales. Y, por otro, centrípeto: las tendencias semejantes tienden a agruparse. El nuevo orden mundial perfila un tridente compuesto por una coalición ultraconservadora, otra progresista y una tercera autoritaria.
La primera, según informe de El País (20 de abril de 2024), tiene como cabeza visible al retardatario Viktor Orbán en Hungría; sus más notables cartas europeas son los gobernantes de Inglaterra e Italia. También es sólida en América Latina. Esa misma noticia informa que hace poco estuvo en Madrid rindiendo honores a Orbán el expresidente Andrés Pastrana, que dirige la Internacional Democrática de Centro.
La coalición progresista cuenta entre sus más notables miembros con el brasileño Lula, el español Sánchez, el uruguayo Mujica, el chileno Boric y el mexicano Andrés Manuel López. Pese a altibajos electorales, representa a esta tendencia el conocido como Grupo de Puebla.
El tercer combo, heterogéneo y multicolor en origen, tiene por denominador común la negación democrática de sus métodos y las tendencias totalitarias. Allí orbitan desde Trump hasta Putin y presidentes latinoamericanos como el salvadoreño Nayib Bukele, el dictador nicaragüense Daniel Ortega y el venezolano Nicolás Maduro. El ecuatoriano Daniel Noboa, que ordenó violentar la embajada de México en Quito para apresar a un rival político, parece encaminarse por el mismo sendero tortuoso.
Y, a todas estas, ¿dónde está Petro? Sus ideas de izquierda lo ubican en la alianza progresista, donde sus propios colegas lo ven como un socio. Pero su reciente actitud al promover atajos institucionales, cabildos constituyentes, mingas con atributos parlamentarios, la calle como panacea y la posible perpetuación en el poder lo matricularía en el tercer grupo.
Lo que pasa es que Petro es tan raro como el mundo.
Polvo enamorado
Acaba de morir en Barcelona Francisco Rico, uno de los filólogos hispánicos más sobresalientes del último medio siglo. Un filólogo suele ser un especialista que lee mejor que los demás y ayuda a que todos aprovechemos más la lectura, sobre todo de textos no contemporáneos. Los estudios y ensayos de Rico revelan y reviven los primeros seis o siete siglos de la literatura castellana.
Era un tipo antipático, lleno de sabiduría, humor y mala leche que, cuando le pidieron un ensayo sobre la letra “p”, cuya silla ocupó en la Real Academia, en vez de escoger términos solemnes como patria, padre, pensamiento, poder o poesía, demostró que al utilizar Quevedo la palabra polvo (“polvo serán, más polvo enamorado”) no se refería al sabroso sentido sexual que hoy le damos, sino al menos interesante de ceniza.
Concluyo: al Quijote hay que leerlo dos veces: una sin glosas, para que fluyan libremente el lenguaje de Cervantes, sus ritmos y sus tiempos; y otra en una edición anotada por Rico, para entenderlo a cabalidad.
ESQUIRLA. Está demostrado: la corrupción no distingue entre partidos, ideologías, sexos, estatus ni regiones. Nos está comiendo crudos por todos lados.