Los Danieles. Disciplínalo, Verónica

Enrique Santos Calderón

Enrique Santos Calderón

Imagino que Gustavo Petro habrá reflexionado a fondo sobre lo ocurrido en Chile, donde el gobierno de su amigo Gabriel Boric sufrió una resonante paliza electoral a manos de los partidos de derecha, en las elecciones para integrar el Consejo Constitucional de ese país. Reflexión no menos profunda le debe suscitar la última encuesta de Datexco que registra la caída de su popularidad al treinta por ciento: más de ocho puntos en pocos meses y antes de cumplir el primer año de gobierno.
 
El hecho se enmarca dentro de lo que hoy se perfila como un claro viraje continental a la derecha. Después de los triunfos de izquierda en cinco elecciones presidenciales en los últimos dos años (Bolivia, Perú, Chile, Colombia, Brasil), la ola roja frenó en seco. Cae Pedro Castillo en el Perú, el centro-izquierda es derrotado en Paraguay, Lula baja a menos del 40 por ciento en Brasil, el peronista Fernández no llega al 20 por ciento en las encuestas, Boric es vapuleado en las urnas…
 
El péndulo político está oscilando con mayor velocidad que antes y no tanto por razones ideológicas. Es el descontento ciudadano con los gobiernos de turno. En tiempos de redes sociales y alertas tempranas, llegar al poder —véngase de donde se venga—es quedar expuesto al escrutinio inmediato, severo, a veces precipitado y en ocasiones injusto, de un público hastiado de corrupción, inflación e inseguridad. Hay muchos elementos comunes, pero cada país tiene particularidades y cada pueblo castiga a su manera a sus gobernantes. O los premia, como en El Salvador al derechista Bukele, cuya popularidad sigue por las nubes. 
   
El deterioro de la imagen del primer presidente de izquierda de Colombia tiene razones propias entre las que creo que pesa el factor de la personalidad. Hay algo en el talante de Petro, en su estilo y lenguaje corporal, en la forma de referirse a sus interlocutores —la pugnacidad trumpista de sus tuits, por ejemplo—, que desconcierta y alimenta prevenciones. Debería mantener el tono y coherencia que se le vieron en su alocución televisada del viernes y alejarse de balconazos como el del primero de mayo. Difícil tal vez en un hombre al que le gusta la pulla sarcástica y se regocija como tribuno del pueblo en la plaza pública.
 
Su crónica impuntualidad es un tema en sí mismo y algo que me resulta totalmente incomprensible en un jefe de Estado que representa a una nación.  Si es una manera de expresar desprecio por el protocolo burgués, basta con que se niegue a vestirse de frac pero dejar esperando horas enteras a personajes nacionales y extranjeros (el expresidente Samper creo fue la más reciente víctima) raya en la grosería. ¿Verónica no podrá disciplinarlo? Fidel Castro, en quien de golpe se inspira, era famoso porque ponía citas a las horas más insólitas y en los lugares más insospechados. Pero llegaba a tiempo.
 
El carácter de Petro suscita obvios comentarios en el exterior, algunos muy ácidos. El veterano periodista mexicano Sergio Muñoz Bata en reciente columna titulada “Los gemelos” escribe sobre las “pasmosas semejanzas” entre Petro y el presidente de su país, Manuel López Obrador, calificándolos a ambos de “orgullosos, egocéntricos, soberbios, mitómanos, sabelotodo, demagogos, populistas, polarizadores, exhibicionistas, mesiánicos y explosivos contra sus adversarios”. Demasiados adjetivos tal vez (“adjetivo que no da vida mata”, decía Vicente Huidobro) y mi amigo Muñoz no advirtió una “pasmosa diferencia”: como orador el mandatario mexicano no le llega al tobillo al colombiano.
 
Pero aparte de excentricidades o rarezas de Gustavo Petro lo que importa son los hechos y resultados. Por eso vale la pena estar atentos a lo que suceda en esta recta final de sus reformas en el Congreso. Salud, laboral, pensional son parte esencial de su agenda y ya se debaten con intensidad. Será una prueba máxima de la capacidad de negociación, presión o seducción de un gobierno que no tiene mayoría parlamentaria pero que se empeñará en lograrla en el muy corto periodo que le resta a esta legislatura. Para “alquilar balcón”, dirían los amigos de frases originales.
 
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Impactante la protesta en la Plaza de Bolívar de la llamada “reserva activa” de militares y policías contra la política de seguridad del Gobierno, que alegan que tiene “maniatada” a la fuerza pública para responder a la desbordada delincuencia. Por su carga simbólica y emotiva quedará en la retina pública esa imagen del soldado que se trepó a la estatua de Bolívar para despojarla de las banderas de la guardia indígena y colocar el tricolor nacional. Impresionan también, pero por irresponsables y torpes, las declaraciones del exdirector del gremio de militares retirados (Acore), el coronel John Marulanda, sobre la conveniencia de “defenestrar” al presidente Petro. Insólito llamamiento a un golpe.    

Más allá de excesos retóricos, gestos simbólicos o emociones patrióticas, la pregunta es si de verdad las FF. AA. se sienten muy limitadas por las normas del Gobierno. No hay tal, según el comandante de las Fuerzas Militares, general Heider Giraldo, quien en reunión con empresarios enfatizó que “no están desmoralizadas ni con los brazos cruzados” y recordó que este es un gobierno democráticamente elegido. Reconfortante declaración desde la cúpula castrense, con la que también se reunió en estos días el presidente. Lo importante es que sea asimilada por el vasto conglomerado de miles de reservistas que algunos viejos coroneles persisten en manipular y envenenar.  
 
PS: Merecido el homenaje de casi todo el Congreso a Roy Barreras, un hombre que a golpe de talento e inteligencia se ha labrado un enorme futuro político.   
 

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Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: [email protected]