¿La verdad para qué?

La FARC acerca la verdad a la sociedad. Foto API

Por María Teresa Ronderos

“Hay que tumbar al régimen, no al presidente”, venía diciendo Álvaro Gómez Hurtado en los días antes de que lo mataran, según cuenta Juan Esteban Constain, autor de “Álvaro, su vida y su siglo”. Y por régimen se refería a su crítica profunda de “un Estado que se había vuelto instrumento de un enmarañado concurso de intereses particulares que adulteraban y distorsionaban el sentido de los público (…) cada decisión tomada, cada ley promulgada es el resultado de una componenda cuyos dueños y beneficiarios era siempre los mismos”.

Quizás la guerrilla de las Farc no estaba, en teoría, tan lejos de su pensamiento, pero su miopía política, cargada de ideología, rabias viejas y negocios corruptos, era de varias dioptrías. Además, ejercer la violencia por tantos años les sacó callo y no sentían ya el sufrimiento humano.

Hoy reconocen, en su carta a la Justicia Especial para la Paz (JEP), lo errados que estaban al haber matado a Álvaro Gómez. Lo leyeron tarde, dicen, y “la guerra nubla la mirada al futuro y sólo permite ver la realidad en blanco y negro para dividirla entre amigos y enemigos”. Por eso quisieron decirle al país esa verdad y pedir perdón.

También reconocieron haber matado a otro gran profesor: Jesús Antonio Bejarano, que según Luis Armando Blanco, “nos legó una prolífica obra (…) que buscaba criticar la realidad y transformarla con iniciativas de política económica y estrategias de desarrollo de largo plazo”. Vaticinó, por ejemplo, cómo la preponderancia del capitalismo financiero sobre el industrial conduciría a mayor miseria. Ciertamente no era enemigo de la justicia social que pregonaban las guerrillas.

Este reconocimiento de las Farc, tardío y tan triste, es importante para despejar el futuro y deshacernos de esta mentalidad de “amigos y enemigos” que nos tiene aprisionados. Necesitamos la verdad para saber de veras qué hicimos mal: guerrilleros, Estado, dirigentes, todos y corregir rumbo. Para que las entidades se deshagan de normas internas que llevaron al despropósito o de prácticas que aún incluyen asesinar personas inocentes.

Para que las generaciones de jóvenes que hoy protestan y quieren, con razón, cambiar a un país tan desigual, entiendan que la violencia política lleva a la estupidez colectiva.

También es indispensable conocerla para que no sigan intentando taparla a bala. Según revela Semana, por denunciar que compañeros policías mataron a cuatro integrantes de la Red Urbana Antonio Nariño de las Farc, dos de los cuales probablemente atentaron contra Gómez Hurtado, un policía fue asesinado, y también lo fueron su abogado y el informante que entregó a los guerrilleros.

Cada magnicidio (Guillermo Cano,  Jaime Garzón,  Bernardo JaramilloCarlos Pizarro, y otros) en Colombia trajo más muertes porque los autores quisieron borrar el rastro. Por eso necesitamos que todos los involucrados en estas muertes –y muchas otras – confiesen y pidan perdón y dejen de amenazar y matar más, dizque para salvar la cara ante la historia.

La JEP tiene una tarea difícil y solitaria, pues gobierno y parte del establecimiento se empeñan en desprestigiarla para impedir que se sepa cuál fue la cuota de sus amigos a la insensatez. Los magistrados establecerán si el antiguo secretariado de las Farc, y los demás confesos, dicen la verdad. Si encontrara que no lo han hecho, perderían la libertad.

Cada luz que se arroja sobre el pasado hurga heridas y duele. Pero no hay que olvidar que sin la verdad no podremos detener la cadena de muertes que se ha desatado para encubrirlas. Y que esclareciéndolas, podremos asegurar de que nunca en el futuro alguien llegue a pensar que matar a lúcidos intelectuales y políticos conduce a un país mejor.

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