Por Carlos Alberto Ospina M.
Para algunas personas se convierte en una tragedia aceptar el bailoteo del egoísmo que ronda todos los escenarios cotidianos sin distinción de género ni edad. Difícil salir a salvo de esa sombra encubierta que obstaculiza el movimiento diáfano de las cosas y de las relaciones humanas.
Desde un principio, en el teatro de las palabras y las ideas hay gente que representa los hechos con la destreza inquietante de la envidia, la deslealtad y el doblez acerca de una situación específica. ‘Como a un cristo dos pistolas’, un siniestro compás escolta esa danza al son disonante del interés propio sin reparar en el daño moral, emocional o psicológico ocasionado a un tercero. Al cabo de cierto tiempo, unos se convierten en moneda de cambio y los demás en objetos desusados.
La falsedad, la deshonestidad y el rumor tienen atadas las manos con un lazo de espinas nocivas que alimenta el desdén por el otro. En el fondo, se sabe que los asuntos del ego surgen de la baja autoestima, la falta de humildad y la infección de la arrogancia a manera de ave de paso que se desvanece en la oscuridad.
La penumbra del individualismo desencadena polifacéticos torbellinos de traición, la búsqueda desenfrenada del beneficio particular y la sed de superación a cualquier precio sin considerar el efecto inesperado sobre las interacciones diarias. A esta máquina voraz la mueve el desprecio por la sensibilidad diferente.
El tejido social y los cimientos de varias comunidades están raídos como resultado de la manipulación y las mentiras que se convierten en artimañas para destruir la confianza y dejar a su paso un rastro de decepción común. Muchas veces, estriba en un comportamiento solapado e invisible para la víctima; no obstante, el perjuicio queda inscrito en la mente a semejanza de cicatriz imborrable.
El rumor, la malicia y las situaciones inconclusas se deslizan dentro de las conversaciones como un agente multiplicador del mal que busca debilitar la dignidad de aquellos que son el blanco de la hipocresía. El egoísta pone la semilla de la duda y de las formas insidiosas en lo más hondo del prójimo, puesto que siempre lleva la sensación que nada es idóneo en su hermético mundo. El manto de autosuficiencia se alimenta de la sospechada debilidad y vulnerabilidad ajena a fin de ampliar la brecha entre él y el vínculo con su entorno. En definitiva, disimula las propias limitaciones, los errores, la fragilidad, el aislamiento y la inseguridad.
A pesar de la máscara de superioridad, nunca es tarde para desechar la mala compañía de la incomunicación o para hacerse el autoexamen de la frágil condición personal. A juzgar por lo más cercano, las sombras del egoísmo se disipan tocando el ánimo compasivo y practicando la empatía. De ese modo, se restaura la conexión perdida entre el ser humano y los sentimientos.
Enfoque crítico – pie de página. “Lo que un hombre piensa de sí mismo, esto es lo que determina, o más bien indica, su destino”. (Henry David Thoreau (Concord, 12 de julio de 1817-Concord, 6 de mayo de 1862)