Por Oscar Domínguez Giraldo
Morfeo suele dormir a pierna suelta durante la celebración del día mundial del sueño (19 de marzo) que a muchos nos sorprendió echando una siesta.
Que hayan escogido el día de San José para lrecordar la a efeméride se explica porque fue mientras echaba zetas que el Angel le dió el noticionón de su vida: que su esposa sería mamá así él no tuviera espermas en ese entierro…
Ojalá la próxima efeméride la anuncien recordando que “estamos hechos de la misma tela de nuestros sueños”, como dicen que dijo Shakespeare. Los defensores de la fiesta del sueño también pueden torcerle el pescuezo a un adagio latino y se ahorran agencia de publicidad : Dormir es necesario, vivir no.
Merece más publicidad una somnífera actividad que alguna vez – un millón de años y ocho días después del Big Bang- hizo las veces de CNN.
En efecto, del sueño se valía Dios para dar las grandes noticias.
Cuando se cansó de hablar solo, creó a Adán. Y para buscarle compañía – y mantenerlo callado- le deparó el sueño. Y «habemus» Eva.
Cuando Jesús resucitó a Lázaro, primero aclaró que no había muerto, sino que estaba haciendo el papel de bello durmiente.
La muerte, diría Perogrullo, es una forma del sueño. Y Calderón de la Barca, Perogrullo ilustrado, dijo para la posteridad que la vida es sueño. Y se fue a roncar, que es editorializar soñando.
Ambos – sueño y muerte- se complementan, no se pisan las mangueras. Dormir es una forzosa primaria a través de la cual nos vamos acostumbrando a la muerte. Cuando ésta venga, no nos tomará por sorpresa.
En una vieja revista de peluquería sugerían no tomar la vida demasiado en serio: de todas formas, nadie sale vivo de ella. Tenían razón y les sobraba para almorzar opíparamente.
El padre de Ben Stiller, humorista gringo y director de cine gringo, le dio este consejo: “Dormir arreglará todo. Anda y échate una siesta”.
Su majestad el sueño es el mejor invento que ha habido. Inclusive, por encima de la mujer que es el segundo, con el perdón de ellas. Y, de lejos, el mayor regalo que ha recibido el bobo sapiens desde siempre.
El día, la vida misma, se justifican por la existencia del sueño.
Estar vivos toda la vida, sería tan aburridor como estar muertos para siempre. Lo mismo sucede con el sueño: nada sería más traumático que estar siempre despiertos.
Despertamos y quedamos como acabados de salir de cine de vespertina, en una especie de deliciosa babia o patria boba sentimental.
Los especialistas consideran que lo normal es dormir entre 6 y 8 horas diarias. Según estadísticas, el 21% de la población de la parroquia mundial padece de insomnio.
Hay sueños minúsculos: se llaman siestas – mitacas oníricas- y son pequeñas muertes ficticias. Cuando estaba en el poder,contó el NObel García Márquez, el expresidente colombiano César Gaviria, hacía varias siestas al día para reencaucharse. Han debido descontarle del salario nada mínimo esas jornadas no laboradas.
El sueño es un híbrido de siquiatra y cirujano plástico. Dormir equivale a ahorrar plata en estos distinguidos profesionales del bisturí síquico y clínico.
A veces el sueño nos regresa a la realidad con bríos renovados. Con optimismo desbordado. También nos aterriza en la cotidianidad con angustia existencial, escépticos, creyentes, o ateos gracias a Dios.
También a veces nos levantamos de mejor semblante, casi nos sentimos de mejor familia, estéticamene hablando. Tom Cruise o Brad Pitt nos quedan chiquitos. “El sueño es un tratamiento de belleza”, leemos en la novela “El guardián en el centeno”.
Para decirlo en lenguaje de computador, dormidos, se resetea nuestro cerebro. Los especialistas aseguran que parte de la información diaria se borra en ese estado. Otra se conserva. Entre las dos forman el inconsciente, concluye uno desde su ignorancia invencible.
Freud y sucesores se especializaron en descifrar el pasado en nuestros sueños, con la misma facilidad que las gitanas leen el futuro en nuestra mano.
El mejor consejero ha sido el sueño. Hay que dejarlo trabajar tranquilo. Además, no cobra usurero iva. Que no se enteren los alcabaleros ministros de hacienda porque le meten la mano a nuestros ronquidos. Dulces sueños, como decía irónicamente Hitchcock, al despedir sus películas de suspenso