Elogio de la almohada

Por Óscar Domínguez

El hombre, como el celular, sigue sin inventarse del todo, está en obra negra. Lo demuestra el hecho de que nació sin almohada. Lo lógico sería que al acostarnos la almohada se activara sin más poesía. O que pudiéramos hacer clic para que salga de algún recoveco de nuestra cabeza. Pero no. En esto, la evolución anda a paso de ganso.

Tal vez no nos toque conocer niños que vengan con su almohada debajo del brazo. O mejor, de la mejilla, a la que le debe su nombre. Los árabes no inventaron el sueño ni la almohada, pero aportaron el nombre. Almohada es una de las cuatro mil palabras que el castellano tomó del árabe durante la edad media. El sustantivo nada adjetivo viene de hadd, mejilla.

Bípedos hay que desde niños van con su almohada a todas partes. El ajedrecista Gary Kasparov lo primero que empaca para sus viajes es su almohada de cabecera, luego a su mamà, doña Klara Kasparova, la novia y, finalmente, su batería de libros de ajedrez y de polìtica, desde que le dio por tumbar a Putin. 

Si no se hacía acompañar de su almohada, el señor K en vez de enrocar largo, enrocaba corto, algo tan insólito en el ajedrez como casarse con la suegra en lugar de hacerlo con la novia. 

Hay poetas como el paisa Darío Jaramillo Agudelo, el lector más gozón que pueda darse, que si no se acuestan con la almohada de sus sueños, en vez de parir un soneto salen con un haikú, esa mínima estrofa japonesa tan contundente como un haraquiri. O una muerte repentina.

El hombre que nació sin almohada finalmente averiguó su importancia y se ha dedicado a producirla. Pronto empezarán a fabricarlas según los sueños, las pesadillas y el bolsillo del durmiente, bello o feo. Debe estar en camino la almohada con internet. O con preservativo. O con ambos.

Llegará el día en que el fabricante nos pida datos como los siguientes antes de enviarnos la almohada a casa por correspondencia, o envuelta en huevo, no sé: tamaño del pescuezo, dimensión de la cabeza, color del pelo y de los ojos, hora de acostada y de levantada, filiación política, si el sujeto ronca o no, último libro que no fue capaz de terminar de leer, claridad sobre si padece o no apnea del sueño, medida de la mujer de sus sueños, número que calza la mujer del prójimo que lo desvela. 

Todo esto mezclado con gotas amargas, harto hielo, plumas de pato, pavo, algodón o espuma, dará el producto final.

Alguna vez le& comí cuento a las almohadas $ofi$ticada$. Hace muchos insomnios regresé a las comunes y silvestres. La que tengo, me jura que me ama.

El sueño, el único invento que está por encima de la mujer (con el perdón de las bellas claro), no es posible sin una buena almohada. Lo mejor del sueño es la almohada. Las grandes decisiones suelen consultarse con ella. Una buena almohada nos ahorra siquiatra porque aconseja bien, no grita, no pasa factura, no manda pepas.

Los nuevos fabricantes de almohadas son profesionales que se ha vuelto tan imprescindibles como el siquiatra, el médico, el cura, el cirujano plástico, el meteorólogo, el oncólogo, los ateos, o el policía de la esquina encargado de brindarnos seguridad democrática. 

Dime que almohada usas y te diré qué sueñas. “Dulces sueños”, como decía Hitchcock cuando nos mandaba a dormir. (Nota ampliada que fue publicada inicialmente en El Colombiano).

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