Por: Diego Calle Pérez.
Un historiador francés en uno de sus tantos libros publicados, explica cómo el hombre medieval estaba dominado por cinco tipos de miedo: miedo a la miseria, miedo al otro, miedo a las epidemias, miedo a la violencia y miedo al más allá (la muerte). Tal parece que los miedos del medioevo siguen instalados en nuestra herencia cultural y social porque sus síntomas se agudizan con cada nueva estadística acerca del aumento de desempleados sin esperanza, del amplio catálogo de modalidades del crimen organizado, del inventario de enfermedades sin remedio (SIDA) y del apogeo de religiones y sectas que prometen salvación a cambio de diezmos. Pero, sobre todo, los síntomas del miedo se agudizan por ese temor al otro que nos impide convivir mejor.
La convivencia se fue complicando a medida que fueron avanzando con más poder los que arrasaban con caseríos y poblaciones. Un bando, otros bandos, todos juntos fueron inoculando miedo, mucho miedo, miedo de verdad. Las campañas locales que crean miedo, miedo, miedo. Las campañas electorales, que confunden al ciudadano común y corriente con ese miedo, a perder lo que ni siquiera ha tenido. Las campañas presidenciales que se fundieron a través de miedos, de esos miedos, de aquellos miedos, que se fueron instalando en nuestra memoria, sin temor y con miedo a lo que no se nombra.
El miedo, hace conspirar, contra el mismo miedo, ese miedo a verse envuelto en miedos, ese miedo de no tener con que atacar el propio miedo. Se van presentando candidatos a la elección popular y surgen miedos a botar miedo por votar por otro igual o peor, no se sabe, el miedo hace, no votar, si vota, vota con ese miedo, hasta de quién se entere por quién vota y va uno a ver y con lista en mano, hacen cuenta de quienes votan en la mesa. Cualquiera piensa, el voto no es secreto.
Pero hay otro tipo de miedo, el que paraliza, el que nos hace retraernos y nos impide reaccionar para superar sus causas. Este otro miedo es el que puede ser manipulado para dominar a otros. A nivel colectivo, los poderes fácticos que gobiernan nuestra sociedad utilizan el miedo para someter a los individuos y mantenerlos en un estado de bloqueo que limite su acción y sus criterios. En la historia de la humanidad, la utilización política y religiosa del miedo está bien documentada. Ese miedo colectivo nos mueve a actuar de manera condicionada o a aceptar situaciones impuestas por temor a rechazarlas ¿Quién nos inculcó el popular “ni modo”? Quien lo haya hecho consiguió la perpetuación de la desigualdad, la injusticia y la falta de solidaridad ante el temor mezquino de que si actuamos las cosas podrían empeorar para nosotros. El miedo, el miedo, el miedo.