Doctor Gilberto Echeverri Mejía, salud.

En la presentación de “El hombre que parecía una domingo” en la Casa de Antioquia, a partir de la derecha: Gilberto Echeverri, Omar Flórez Velez, alcalde de Medellín, parcialmente tapado, Jorge Valencia Jaramillo, Odg y el almirante Mejía, comandante de la Armada (Foto Colprensa).

Por Oscar Domínguez Giraldo

Japiberdi, un poco tarde en el Walhalla en que se encuentre. Ojalá le hayan mato gallina por allá. Se la merece.  

Esta vez  nos acordamos de su cumpleaños gracias a la tremenda nota que se fajó en El Colombiano   (julio 31),  Javier Alexander Macías, quien nos recordó que usted berrió  por primera vez hace 84 años en la calle Belchite de Ríonegro por donde he pasado muchas veces. El cronista no dejó detalle por fuera. Sabe de telas el caballero. 

“Aquí nació su Ratón”, me repite mi cuñado Evelio Franco, profesor pensionado de la U de Antioquia cuando pasamos por Belchie. Sí,  “su” Ratón, dice.  

Estos Echeverris se las traen: ¿ qué tal una bellísima persona como el arreglador de huesos, me refiero a su hermano Hernando, dizque de candidato de la UNO, de oposición? 

Tengo para leer de su hermano Arturo su  novela Belchite en una colección literaria de la U. de Antioquia (1986)  donde no peleché como periodista. Ese libro perteneció originalmente a su paisana, Teresita Franco de Ospina, a quien se la regaló su hijo mi cuñado Evelio, también rionegrero, residente en San Antonio de Pereira. No sé cómo vino a dar ese libro mi biblioteca. En todo caso, no me lo robé. Por Cristo. Entre otras, porque uno visista a Evelio y lo autoriza a escoger libros para llevar. 

Doña Tere, doctor Gilberto, es parienta lejana de Juan José Botero, el autor de Lejos del nido, la novela de donde saqué el nombre para Andrea, mi hija y colega.  

Claro que sí despaché “Antares”  otra novela-crónica-testimonio de su hermano Arturo. Solo un marino puro de tierra fría, sin mar, pero con una quebrada que se sale de quicios en invierno, como él, pudo escribir una estremecedora novela con tal cantidad de minucias relacionadas con la navegación. Es una obra a la espera de lectores. Al que me da tiro se la recomiendo. Qué tipos tan verracos (con b larga, pero este compu se niega a escribirla así) los que hicieron esa travesía que narra en Antares.  

En el perfil de Macías leo declaraciones de su señora, doña Marta Inés, y de Lina, su hija. Que Gilberto esto, que Toto aquello, dicen sus dos féminas. Está muy bien de mujeres, don Ratón. En ellas y en el resto de sus hijos y demás parientes hay guardián en la heredad.  

Se le hace a uno un nudo en la invisible cuando recuerda su sacrificio, el del gobernador Gaviria y de ocho militares. Por eso estos recorderis como el de Macías me gustan porque me da pretextos de compartir algunas de las cosas que le oí. Estos señores de las Farc que los sacrificaron son más malos que la comida de la cárcel. Ojalá algún día vuelvan hilachas sus fierros.  Me refiero a los que sigue en esos trotes. 

Algo dejó Macías por fuera, por ejemplo, que fue en el apartamento de Olga “Cucos” Behar, donde le hicimos entrega del gato Contrapunto para que se engullera los ratones que le regalaron desde cuando dijo que en el ministerio de desarrollo (en tiempos de Turbay Ayala) que se sentía como un “ratón enjaulado”.  

¿Será que Contrapunto está a su lado? (Los que entran en contacto con los muertos hacen llorar a los vivos cuando les dicen que ven a la mascota tal al lado del “interfecto”).  

No sé qué tangos cantamos esa noche pero creo que no perdonamos “Volver”, de Gardel. Usted tenía la voz ideal para vender minutos de celular. Cuando Samper lo llamó al ministerio de Defensa lo sonsacó de una empresa de esas. Al principio, estuvo retrechero, como la Monita del cuento, pero le hablaban de la patria y se derretía como un helado, comentó alguna vez doña Marta Inés Pérez, su esposa. 

Macías tampoco lo sabe pero yo sí recuerdo que su educación, dizque de bigote que luego se tuvo que quitar, estuvo en la Casa de Antioquia, en la presentación de mi libro “El hombre que parecía un domingo”. Ese cursillo de Groucho Marx no duró mucho porque finalmente se tuvo que quitar el mostacho. Aprovecho para dejar constancia de que finalmente me devolvió el libro, Yo, Groucho, que en algunos trechos no le gustó. En la Casa de Antioquia se apareció su persona con el entonces comandante de la armada, el almirante Mejía, y del exalcalde y poeta Jorge Valencia Jaramillo, quien presentó el libro. Y claro, no podía faltar el alcalde de Medellín, Omar Flórez, quien patrocinó la edición. Doctor Gilberto, soy best seller de libros regalados.  

Esa noche hubo hasta desmovilizados de la guerrilla porque usted no tenía enemigos en  ningún punto cardinal de su hoja de vida. Era unhombre ancheta, le cabía de todo ,ideológicamente hablando. La presencia de exguerrillos desató la ir de alguna derecha que también asistió por invitación de Galileo, Javier Aristizábal director de la Casa de Antioquia.  

Tampoco estuvo Javier Alexander en ese vuelo entre Cartagena y Medellín en que entrevisté al presidente Samper ocho días antes de entregar las llaves del bar y de la alhacena de Palacio a su sucesor Andrés Pastrana. Usted me hizo empacar en el Fokker presidencial para que pudiera entrevistar a Samper. 8.000 mil tardóas gracias, doctor Gilberto.  

Casi no me toca el turno de hablar con su jefe. El  presidente me invitó a un mero whisky aguado y a pasabocas pero al final se los engulló casi todos él.  

Menos mal, el destino final era su finca en Rionegro donde doña Marta Inés nos atendió con un almuerzo de toda la cayana. Mucho godito en la velada, empezando por Juan Gómez Martínez y Alberto Velásquez, un as de la conversación.  

Creo que no le quito más tiempo. Como sabrá que estamos por cuenta de la pandemia  no abundaré en detalles. Solo le digo que con sus 84 años, estaría encaletado en su refugio campestre de Rionegro acariciando al gato Contrapunto, o a su sucesor. Y sus nietos. 

Que los cumpla feliz que aquí muchos lo seguimos recordando. y admirando. Felicidades. od  

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